Me despertó la lluvia golpeando la ventana. El pronóstico se cumplió, frío, viento y chaparrones aislados. Desde el accidente, las siestas son sagradas. No tengo apuro para levantarme. Yo sigo diciendo “levantarme” pero la palabra que debería utilizar es arrastrarme.
Al principio comía en la cama. Me era imposible llegar a sentarme a la mesa. Ahora después de meses de fisioterapia logro llegar a la silla de ruedas y trasladarme por la casa.
Veo que Marta dejó la merienda pronta en la mesa de la cocina antes de irse. Una taza de leche, ya no me dejan tomar café a esta hora, un platito con mermelada para que la unte en tres galletitas y las dos pastillas de la tarde. Como sin apetito.
Poder moverme hace que mis días pasen más rápido. Ir de un lado al otro, no es tarea fácil, cuesta, pero entre cosa y cosa van pasando las horas.
Voy hacia la ventana. Otra vez está lloviendo. Graniza. En el horizonte se ven nubes feas, grises, entre restos del cielo casi negro del atardecer. Una moto pasa haciendo ruido. Como molestan ahora los ruidos del tráfico. Antes no les ponía atención.
Observo.
El jacarandá de la plaza aún no florece. Ojalá pueda verlo en flor antes de la operación. En esta tarde helada, no hay nadie. Solo se ve una persona parada. Quieta allí en el descampado invernal. Parece que está desnudo. Imposible, con este día.
Inés me compró unos binoculares. Tuvo una muy buena idea. Ella ya debe estar por llegar. Me entretengo. No tengo ya paciencia para la lectura. No logro poner atención por mucho tiempo. Los libros pesan y no puedo sostenerlos.
Todas las tardes a esta hora la busco a la distancia. Me gusta verla bajar del ómnibus. Esperar a que cambie el semáforo, cruzar la avenida, pasar por la plaza y llegar. Pero hoy me entretengo con ese tipo que está desnudo. Desde aquí lo veo claro. Está sin ropa, descalzo. Con los brazos cruzados en el pecho, lo veo quieto, pero por la expresión en su rostro debe estar temblando. Parece invisible.
Inés llega empapada. Saluda y se mete en el baño. Escucho como mi hija se desviste y toma una ducha caliente. Sale del baño con la toalla enroscada en su pelo. Le cambió el semblante. Es ahora la de siempre.
— Sabes, había un hombre desnudo, allí abajo en la plaza.
— Sí, creo que lo vi cuando me fui.
— ¿Estuvo toda la tarde entonces ahí parado?
— Yo qué sé. Debe ser uno de esos zombis que la droga lo hizo pedazos.
— Lo estuve mirando desde que me desperté. No podía creer que estuviera así, en bolas sin que a nadie le importara.
— Él se lo habrá buscado.
— Pero estar desnudo todo el día, con esta lluvia.
— Lamentable.
— En un momento, llamé a Marcos, para pedirle si podía subir y que le lleve unos zapatos y una campera. Igual yo por ahora no lo necesito. Pero me contestó que él no podía dejar su puesto en la portería para hacer tareas no inherentes a su puesto; y menos por un loco de la calle.
— ¿Utilizó la palabra inherente?
— Si. Viste que cuando quiere se hace el muy formal.
— Cuando le conviene. Ese es más vivo que todos nosotros en el edificio.
— Pero por suerte, apareció una señora. Me imagino que era mayor, su paraguas no me dejaba verle la cara, con una frazada a cuadros. Lo cubrió y le tiró unos zapatos. El hombre por un momento pareció desconcertado. Desubicado. Como que no se daba cuenta de lo que estaba pasando. Pero creo que cuando un poco de calor le llegó al cuerpo reaccionó.
— Cómo se nota que no tenes nada mejor que hacer, para pasarte toda la tarde mirando por la ventana.
— Entonces se calzó y comenzó a mover las piernas y a saltar en el lugar. Le había comenzado a correr la sangre por el cuerpo. La mujer se quedó quieta por unos instantes. Me imagino que le estaría hablando. Y luego se fue.
— ¿Y? ¿qué más hizo tu amiguito?
— No es mi amigo. Es un pobre tipo con más problemas que uno… se ve que la mujer también le había llevado un sándwich porque cuando se fue, se lo comió en tres bocados sin dejar de moverse por la plaza.
— Una buena mujer….
— Sí, pero no vas a creer lo que pasó luego.
— ¿Qué?
— El tipo fue hasta el contenedor de basura, y de una bolsa que había ahí tirada, sacó su ropa, se vistió y se fue bailando y chapoteando con el agua.
— Que loquito de mierda.
— Loco, pero feliz.