Como todos los años, el 9 de agosto nos despertamos con una combinación contradictoria de sentimientos: es el cumpleaños de nuestro hijo mayor y también el aniversario de uno de los peores atentados terroristas perpetrados en Jerusalem. Recordamos claramente aquel 9 de agosto del 2001. Mis padres habían llegado de Montevideo y teníamos planeado salir a comer algo juntos afuera para celebrar el cumpleaños de Gadi, su primer nieto, que festejaba los 12 y que hoy está cumpliendo 35. Pero la jornada se trastornó completamente cuando llegó la noticia del terrible atentado cometido en la pizzería Sbarro, en el punto más céntrico de Jerusalem. 15 civiles israelíes, entre ellos 8 niños, fueron asesinados en la explosión suicida en el lugar, que había sido elegido por la terrorista Ahlam Tamimi de Hamas-increíblemente libre hoy en Jordania- precisamente por haberlo observado con detención y haber captado que llegaban allí familias enteras y numerosos niños, en esos días de verano.
Aquí quisiéramos referirnos a un recuerdo relacionado a aquel día nefasto que enlutó a tantas familias en Israel. Dicho sea de paso, una de ellas, la del uruguayo Efraim Golombek, cuyo hijo Tzvika fue una de las víctimas.
Años después de aquel atentado, visitamos el lugar con nuestro querido colega y amigo Claudio Paolillo, de bendita memoria, quien como Director de “Búsqueda” había sido invitado a participar en un seminario en el Instituto Truman de la Universidad Hebrea de Jerusalem. Un viernes de mañana, ya finalizado el seminario, recorrimos juntos varias partes de Jerusalem y en otro momento también fuimos a Ramallah, del lado palestino.
En Jerusalem, uno de los lugares a los que fuimos, fue la esquina de la pizzería Sbarro, convertida ya en otro café. A Claudio le había impactado ver cómo un pueblo que le constaba hace culto de la memoria, al mismo tiempo sigue adelante, sin estancarse sólo en el recuerdo. Me comentó en su momento sobre la gente que veía reirse y caminar con alegría por ese lugar, en el que años antes se había vivido un escenario de horror.
Eso era Israel, comentó, el apostar constantemente por la vida, por empujar hacia adelante. Sin olvidar, pero al mismo tiempo, sin frenar.
Claudio observaba serio aquel lugar y comentaba lo difícil que era imaginarlo repleto convertido en punto de muerte. Allí mismo, donde estuvimos sentados, había estado años antes un terrorista suicida de Hamas, con una guitarra cargada de explosivos, para matar.
El resumen central fue una frase, que en su momento fue el título de la entrevista que publiqué: “Lo que defiende Israel es lo que yo quiero para mis hijos: libertad, democracia y Derechos Humanos”.