Israel

En el hospital Hadassah, bien cuidada por el singular mosaico israelí

El miércoles 4 de agosto me operé en el hospital Hadassah Ein Karem de Jerusalem. Dos días después ya fui dada de alta y volví a casa casi sin dolores, con excelente ánimo, feliz de saber que esa noche tendríamos la cena de Shabat en familia, nietito adorado incluido. Mis amigos, que me abrazaron antes y después con un sinfín de mensajes de aliento y amor, se reían asegurando que ya encontraría la forma de escribir dentro del quirófano mis impresiones.

Bueno, dentro del quirófano escribir, no, pero recabar apuntes para la nota infaltable ¿por qué no?

Es que realmente es tan singular el mosaico de la vida en Israel, especialmente notorio en los hospitales, que resulta imposible no ir pensando en la nota a medida que uno va conociendo a todos aquellos que participan en el esfuerzo para que todo salga bien.

Todo comienza, claro, con la Dra. Tal Hadar y la Dra. Neta Adler, las dos cirujanas que me operaron. Jóvenes, seguras, humanas y responsables, transmitiendo la certeza de que nada aquí se decide a la ligera. Con ellas, el cirujano Dr. Max Sirota llegado de México, quien con amplia sonrisa y alegría de tener una paciente hispano-parlante me recibió temprano a la mañana en el departamento y contó que él también estaría en la intervención.

Con el Dr. Max Sirota, dos días después de dada de alta, en el control. Una alegría que haya sido él quien me recibió en la clínica. Importante aclarar: la mascarilla bajó sólo por dos segundos, para la foto. 

 

Con ellos, claves, los anestesistas. El Dr. Suleiman, el Dr. Alfredo Barcenas llegado de Nicaragua, y  Muhamad que alcancé a captar me dijo asistía en la anestesia.  Ya antes me habían recibido en la sala pre-operatoria los enfermeros Asam, Kiril y Ashraf, confirmando que aquí no importa de dónde uno viene ni qué idioma aprendió de sus padres, sino lo que estudia y a lo que puede llegar.

Suelo ser optimista, lo cual no impedía que dijera, entre en broma y en serio, antes de la operación , que la primera meta es “despertarme” de la intervención. Evidentemente me desperté pero se ve que demasiado sedada. Recuerdo la voz de Abed, el enfermero del departamento que ya la noche antes me había llamado al celular a confirmar a qué hora llegaba, y que estaba junto a mí cuando me ingresaron al departamento. Adiviné su sonrisa, pero no recordaba su rostro porque no podía abrir los ojos. Sentí a mi esposo, mis hijos y mis hermanos junto a mí, y eso valía un mundo.

Por la noche, recuerdo que estaba a cargo el enfermero Amjad, serio pero muy atento.

Fueron sólo dos días internada, pero alcancé a conocer a 3 o 4 médicos de nombre propio Ionatan, motivo de broma por cierto, imagino, en el propio departamento. Uno de ellos, el segundo mexicano de la jornada, Dr. Ionatan Zaga.  A decir verdad, la presencia de médicos latinoamericanos especializándose o trabajando ya como especialistas en Hadassah es muy común. Recuerdo que años atrás, en el Departamento de Neurocirugía dirigido en aquel momento por el gran Profesor Félix Umansky-él mismo argentino israelí-, eran numerosos los latinos. Mutuo orgullo por cierto.

Y de hecho la mañana de la operación ya había empezado de esa forma, ya que en un procedimiento previo que debía  hacer antes de entrar al quirófano, junto a la radióloga Dra. Sela , estaba también su colega la Dra. Shely Mark llegada de Colombia.

Lamento no poder dar los nombres de todos  porque algunos no alcancé a preguntar. Pero todos y cada uno juegan un papel importante en la recuperación de quien se interna, ya que si bien ellos no podrán determinar lo físico, sí pueden incidir en el apoyo emocional. Judíos y árabes, musulmanes, cristianos, ciudadanos, residentes por unos años con visa de trabajo, nuevos inmigrantes y nativos de esta tierra singular, cada uno tiene su papel.

No olvidaré la simpatía y buena disposición de la enfermera Hadas, un encanto, que también me dio consejos para buena actividad deportiva al recuperarme totalmente.  Tampoco la de la enfermera Avigail que me sorprendió por la seguridad que irradiaba –combinada por cierto con mucha suavidad- a pesar de sus jóvenes 25 años. Creo no equivocarme que debe ser una joven respetuosa de la observancia religiosa judía, y seguro que también ello la inspira en el encare de su profesión. Y no quiero dar equivocadamente el nombre de una jovencita dulce con el hijab característico de las mujeres musulmanas, que es personal de apoyo,y estaba presurosa a ayudar en lo necesario. Ni el de la joven que traía las comidas y siempre tenía una sonrisa para repartir. Y la señora también cubierta con un hijab, creo yo negro y rosado, que limpiaba sin cesar y saludaba con calidez.

Infaltable agradecer también a Liza, la enfermera que coordinó gran parte del proceso y me puso al tanto de los pasos a dar.

Y no menos importante que todo esto, fue el enorme abrazo de todos los amigos y familiares que desde Israel, Uruguay y varios confines del globo, rezaron Salmos por mí, mandaron los datos de mi operación al “Ohel del Rebe de Lubavitch” para que su bendito espíritu me acompañe, que me desearon lo mejor de corazón y me transmitieron seguridad de que todo saldría bien.

A todos y cada uno, gracias por estar.

Ana Jerozolimski
(07 Agosto 2021 , 09:15)

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