Este miércoles, como sabrán los lectores, entrevisté en su casa en Bnei Brak al Rabino Avigdor Hayut y su esposa Mira, cuyo hijo Yedidiá murió en la tragedia de Meron el jueves pasado, Lag BaOmer. Un encuentro de ese tipo, nunca es fácil. Uno va a ver a padres que están sufriendo lo peor que uno puede concebir, perder a un hijo. Y más aún, tan joven, solamente 13 años. Hace solamente algo más de un mes, Yedidiá (z”l) había cumplido Bar-Mitzvá.

Había comentado algo al respecto en las redes sociales, revelando que quería ubicarlos para grabarlos, a lo que algunas personas reaccionaron opinando que hay que dejar tranquilas a las familias en un momento así, no ir a pedir entrevistas. Pero a mí me constaba, por la experiencia de cubrir durante años los atentados terroristas, que junto a quienes no quieren hablar, hay numerosas personas –mi sensación es que es la mayoría, pero no lo podría asegurar- que sí está dispuesta a hacerlo, porque a través de ello cuenta la historia de su ser querido que físicamente ya no está.
En este caso, dado que el Rav Hayut había hablado ya bastante en canales de televisión de Israel, yo tenía claro que no era renuente a ello. Y además, tanto él como su esposa Mira querían transmitir un mensaje de unión del pueblo, que sintieron era más que necesario en el momento actual, de tan álgidas discusiones.
De todos modos, no caigo con un micrófono a padres de duelo a sorprender con una entrevista. Siempre prefiero combinar de antemano, preguntar si están dispuestos, para no arriesgarme siquiera a molestar o ser impertinente.
Podría haber contactado a los colegas de la televisión que ya habían estado en la casa, pero preferí intentar por otro lado.
Primero, llamé a informes de guía, el 144, pero no aparecían. “Hay otros Hayut en Bnei Brak, quizás son parientes”, me dijo la telefonista con estilo muy israelí. “¿Te doy el número?”. Le agradecí y preferí que no.
Se me ocurrió preguntarle a Mendy Shemtov. Es que sabía que los Hayut habían estado varios años trabajando con la comunidad judía en Venezuela, y aunque no tenía detalles, pensé que quizás habían sido enviados de Jabad, lo cual no resultó ser el caso . Pero gracias a Mendy se dio la cadena tras la cual llegué a ellos.
Exactamente 10 minutos después de preguntarle a Mendy si se le ocurre cómo ubicarlos, por si puede conocer a alguien que los conozca, me mandó el teléfono de un inspector en el Ministerio de Educación de Israel, que está en contacto con el director del “Jéider”-término que se usa en referencia a la clase de estudio en el Talmud Tora- en el que enseña el rabino Hayut, y con la familia misma.
El contacto venía en hebreo y evidentemente Mendy lo había conseguido de alguien en Israel.
Le escribo al hombre en cuestión. Me respondió enseguida. “No tengo el número conmigo, pero te derivo al secretario del Talmud Torá en el que enseña el padre. Él ya te podrá pasar sus datos”.
Me contacté con ese nuevo eslabón en la cadena, que el contacto anterior había presentado como el “Rabino Ariel Cohen”. Cuando lo conocí, aunque no se lo pregunté, pensé enseguida que no debe ser rabino, por lo joven. Quizás esté equivocada, pero aquí lo interesante es notar que muchas veces te presentan a alguien como Rav fulanito, no por querer agregarle un título que no merece sino como expresión de aprecio y respeto .
Ariel Cohen fue el contacto clave. Un joven ultraortodoxo, sumamente amable y agradable, además de eficiente . Le expliqué que quería ir a dar mi pésame a la familia y a entrevistarlos, pero prefería saber de antemano si estarían dispuestos a recibirme, para no incomodar. Le dije que para mí lo mejor sería ir el jueves. Corto rato después me avisó que la familia acepta, ningún problema, pero que prefieren que vaya el miércoles, ya que el jueves se cumple una semana y se complicaría. “Lo mejor será que vayas mañana miércoles a las 10.30”, me escribió. “Allí estaré”, confirmé, casi desmayada pensando que la cita era el día de cierre de la edición impresa del Semanario Hebreo, día siempre complicado.
Al verme, a Ariel no le costó mucho adivinar que yo era la periodista, vestida tan distinta del resto –aunque procuré ponerme algo sobre el vestido sin mangas, respetando la costumbre del lugar- y enseguida empezó a preocuparse de atenderme. Minutos después se acercó un hombre bastante mayor, que también enseña en el Talmud Tora del Rav Hayut, y a cada rato me preguntaba si quería sentarme y me traía algo para tomar.
Es que el Rabino estaba hablando con varios hombres, que habían llegado a apoyarlo.
La verdad, no sé si la expresión correcta será “ a darle su pésame”, ya que gente con tanta fe, junto al dolor por la muerte física del hijo, está convencida de que ahora se halla en un lugar mejor, cerca de D´s.Y esa fe, no tengo duda, ayuda a lidiar con la enorme pérdida.
En determinado momento, llegaron dos hombres con la camisa azul de Hanoar Haoved Vehalomed, laicos, que no conocen a la familia Hayut. A todos el Rav Hayut recibía con una sonrisa y expresión amable. A todos agradecía.Allí estaban sentados juntos religiosos de distintos matices-los hay entre los propios ultraortodoxos (haredim) y laicos- escuchando las palabras del Rav Avigdor, llenas de dolor pero también de fe y convicción.

Largo rato después, finalmente me acerqué a presentarme y lo pude filmar y grabar. Por separado, como habrán visto en la nota difundida ayer, a su esposa Mira, que estaba rodeada de numerosas mujeres religiosas y dos mujeres jóvenes de Hanoar Haoved Vehalomed.
Y ahora, jueves de mañana, mientras escribo estas líneas, me apresto a salir a otra visita de duelo, que no sé si también será entrevista, aunque lo intentaré. En el barrio Bait Vagan de Jerusalem, donde están en Shivá, la semana de duelo, el Rabino Dan Embón y su esposa Esther, por la muerte de su hijo Abraham Daniel que vino de Argentina hace poco a estudiar, y también murió en Meron.
Esto no lo pude combinar de antemano. Les preguntaré con mucho respeto si tienen fuerza y consideran apropiado hablar con una periodista uruguaya-israelí sobre lo que están viviendo. Ellos decidirán. Lo principal es poder desearles personalmente, que no sepan más de dolor.