Israel

Desde el Centro Médico Rambam de Haifa, un testimonio personal

Por Yvette Mordetzki

Fotos del hospital: Rambam

Yvette, autora de esta nota

 

 

Comienzo contando que me radiqué en Israel en 1983, llegada de Montevideo. Hace ya más de 40 años que hice aliá . Trabajo desde hace unos cuanto años en el Hospital Rambam de Haifa, el más grande de todo el norte de Israel. Es el hospital que atiende la mayor cantidad de los heridos que llegan generalmente en situaciones de emergencia en la zona y por cierto cuando hay guerra contra Hezbolá.

 

Yo recuerdo en el 2006, en la así llamada “la segunda guerra del Líbano”, desatada por un potente ataque de Hezbola con miles de misiles y el secuestro de tres soldados en la frontera,  cómo los helicópteros no dejaban de parar trayendo heridos. No olvidaré nunca la sensación de guerra que había en el hospital. 
Esta vez es un poco distinto. También es difícil, pero por ahora algo distinto. Se dice de la guerra que es “de baja intensidad”, aunque los cohetes se lanzan todos los días al norte. Pero aún no se ha entrado por  tierra a Líbano, no sabemos si se entrará, y además está de fondo el tan triste tema de los secuestrados en Gaza. Hay elementos distintos, el ambiente es otro. Pero también es muy duro.

 

No sé cómo explicar todo lo que siento. Esta semana, cuando todo empezó a empeorar más aún, hasta  medianoche bajaron a los enfermos que no estaban en zonas protegidas del hospital, al hospital subterráneo que está en el estacionamiento en los pisos – 2 y – 3. La infraestructura estaba pronta desde hace  tiempo pero bajar a los pacientes siempre es un desafío especial. Es la dimensión humana de la situación.

El estacionamiento está hecho para que en 48 horas pase a ser un hospital de 2.000 camas. Lamentablemente, y con todo, tiene protección para todo tipo de guerras, inclusive no convencional. Se  cierran las puertas herméticamente, tiene aire acondicionado independiente. Donde se estaciona cada auto se convierte en un lugar para cama, con enchufes, tiene oxígeno, todo. Impresionante.

Se convierte en un hospital preparado totalmente para funcionar como tal. 

Hace pocos días, cuando todo empezó a empeorar más aún en la guerra contra Hezbolá, sentí la necesidad de bajar al hospital subterráneo para ver cómo estaba todo, cómo habían terminado de organizar. Pensé que necesito algo que me dé fuerzas. Y ver que en 24 horas un hospital enorme, el Rambam de Haifa en el que trabajo, logra bajar a todos sus enfermos y recibe inclusive enfermos de otros hospital que no tienen esa infraestructura , es algo increíble.

 

No tengo dudas que hay que tener una entereza muy especial para vivir en Israel. Por más que a veces se piensa que estamos acostumbrados… no, no estamos. Quizás en los aspectos prácticos, pero no a la esencia del tema, de tener que lidiar con todo esto.

Es que hay cosas a las que uno no se tiene que acostumbrar.

 

 

O sea, la vida es muy difícil.

Yo recuerdo que al principio de la guerra en Gaza, después del 7 de octubre, una forma de, digamos,  poder seguir viviendo era hacer voluntariado. Estaba segura que eso ayudaría mucho. Y lo hice precisamente ahí, pero realmente no esperé que sea necesario ponerlo en funcionamiento.

Por un lado, es un acto increíble, una logística increíble. Recuerdo que muchas veces le dije al director anterior del hospital, el Profesor Rafael Biar, que fue quien construyó el hospital subterráneo, que eso era lo más grande que había hecho en su vida. Fue el primero que entendió que sería necesario. Lamentablemente tuvo razón.

 

Al bajar el otro día, se me cayó un poco el alma al piso de tristeza, porque los que quedaron son los enfermos más difíciles, los demás, que podían ser dados de alta, los han liberado a las casas… y había ambiente de guerra. Me embargó realmente la tristeza, inclusive se me caían las lágrimas de ver a esa gente que está tan enferma y en esa condición, pero enseguida pensé qué bendición que están en un lugar donde reciben el mejor tratamiento posible, donde estarán protegidos de la guerra. Y más que nada, un lugar que se dedica a salvar vidas, no a sembrar odio ni muerte.

 

Debe estar claro que no hemos pedido esta guerra. No la iniciamos.  Todo lo contrario. No queremos guerra y sin duda que no la queremos con Hezbolá. 

 

Un detalle más…Vi la llegada de las incubadoras del hospital Carmel en una especie de ómnibus ambulancia. Las bajaron todas al hospital subterráneo. Y también llegaban los pacientes de un hospital geriátrico. Y es extraño pero muy simbólico, que en medio de esa tormenta de emociones que me embargaron, luego de la tristeza que mencioné, capté también un ambiente bastante alegre del personal, por haber logrado completar semejante tarea.

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(Texto y fotos: Lily Dayton, cristiana israelí residente en Haifa)

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