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8 de marzo: con y sin ellas

Por Priscila Guinovart,   docente y escritora uruguaya radicada en Francia

En este día Internacional de la Mujer, pienso en las mujeres, jóvenes y niñas violadas, secuestradas, mutiladas y / o asesinadas por Hamas el 7 de octubre pasado. Ellas que bailaban, ellas que reían, ellas que dormían, ellas que vivían y ya no

Ellas que murieron pero antes, porque la muerte no les fue castigo suficiente, vieron a sus hijos, a sus padres, a sus maridos, morir. Pienso en ellas llorando en sus refugios con sus hijos en sus brazos asumiendo, tal vez sin elegancia pero con honor, que iban a morir, que era el fin. Pienso en todos los “nos vemos la semana que viene” que no se cumplieron, en el miedo, en la impotencia, en el “esto no nos puede estar pasando de nuevo.

No en casa”. Pienso en ellas porque después de haber soportado lo indecible, aprenden ahora que millones creen que todo ese despliegue de violencia inaudita fue merecido, porque, resulta, no había que nacer ahí, y no había que nacer así, tan mujer, tan libre, tan israelita, tan judía.

El mundo se les vino encima y yo pienso en ellas.

Pienso en ellas porque millones las olvidaron, les dieron la espalda.

Feministas sí, siempre, pero depende del contexto, como dijeron las señoras de Harvard y del MIT.

Pienso en los pantalones ensangrentados de Naama; pienso en Shani y en la brutalidad de la que ni siquiera la muerte la salvó; pienso en el horror en los ojos de Shiri que, hijos en brazos, fue, por un instante, la más universal de todas las madres

 Pienso en todas las que perecieron; en las que, como Mia y Emily, volvieron del infierno y pienso en las que ojalá vuelvan.

Pienso, además, en las madres que esperan del otro lado del dolor, como la mamá de Hersh, que saca fuerzas de donde no las hay para así sea acariciar la idea de volver a ver a su hijo. Pienso en todas las hermanas que tienen que forzar una esperanza dudosa para dar una bocanada de aire fresco a quienes más lo necesitan

 Pienso en las soldados de la IDF que defienden codo a codo el derecho a existir en su tierra ancestral a pesar de la particular crueldad de la que serán víctimas si caen en manos enemigas. Pienso en su temple estoico cada vez que alguien, desde la comodidad de su hogar y Frappuccino en mano, tipea “volvé a Polonia” o “genocida” o “del río hacia el mar” (sin saber de qué río hablan porque, como es sabido, “odio” e “ignorancia” son sinónimos).

También pienso, por supuesto, en las mujeres gazatíes. A diferencia de lo que sucede del otro lado de la cerca, ellas no pueden elegir. Sus voces y voluntades no son escuchadas y su llanto cobra fugaz importancia solo cuando puede ser televisado y cobardemente explotado por una organización terrorista que las usa y somete. Pienso en todas las niñas gazatíes que podrían, con los millones que el mundo destina a su tierra, tener acceso a una educación real que las prepare para la paz, esa paz que todos queremos. En vez de eso, se les inculca odio, porque para un terrorista solo el odio es redituable.

Pienso en las madres gazatíes obligadas a comprar arroz a precio del oro porque un puñado de mercenarios no da acceso total a la ayuda humanitaria que llega del planeta entero e Israel facilita. Todas ellas son mujeres, y todas ellas han sido asesinadas, violadas, mutiladas, hambreadas, abusadas o secuestradas por un régimen que promueve odio y (¡ahora sí) genocidio. Pero las mujeres israelitas estaban ahí cuando los poderosos egipcios marcharon por Canaan. Estaban ahí cuando Hazael ocupó el Norte. Estaban ahí cuando los asirios decapitaban y empalaban a todas las voces opositoras. Las mujeres israelitas estaban ahí cuando el imperio neo-babilónico se hizo de sus tierras. Estuvieron ahí con los griegos, con los romanos, con los bizantinos y los otomanos. Las mujeres israelitas estaban ahí (aunque haya quienes las pretendan borrar de la historia) durante el mandato británico mientras su pueblo era aniquilado de la forma más inescrupulosa al otro lado del Mediterráneo. Ellas siempre han estado ahí. Y estarán ahí mañana, después de Hamas

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(Texto y fotos: Lily Dayton, cristiana israelí residente en Haifa)

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