Todas las fotos son anteriores al 7 de octubre
Al haber pasado ya tres semanas desde la masacre de Hamas en el sur de Israel, es oportuno detenernos por unos minutos a resumir . Miles de terroristas, más de 1400 personas asesinadas en Israel, en su mayoría civiles, varios miles de heridos, 229 secuestrados, mayormente civiles, entre ellos decenas con doble nacionalidad de Israel y países extranjeros,incluyendo numeroso latinoamericanos, también trabajadores del exterior …y entre todos ellos, muchos niños, bebés, mujeres, jóvenes, ancianos, gente enferma y con discapacidad.
Pero es imperioso también recordar qué es lo que fue atacado en esa ofensiva terrorista. Qué es el “otéf aza”, la zona lindante con la Franja, en la que más de 20 comunidades fueron escenario de horror.
La gente de la zona adyacente a Gaza solía reir: “Esto es 10% infierno y 90% paraíso”. Me lo dijeron en distintas oportunidades con distintos matices y ciertas variaciones, no pocos pobladores de las comunidades civiles del lugar. Infierno cuando caen cohetes y paraíso cuando los dejan vivir tranquilos.
Pero el 7 de octubre, fue absoluto, infierno total, mucho más que lo que habrían podido concebir.
Es que esta vez, no fue “solamente” el impacto de cohetes lanzados desde Gaza, el nerviosismo y angustia que despiertan las alarmas cuando suenan indicando que hay un cohete en camino y la población sabe que tiene solamente 15 segundos para entrar al refugio. Todo eso se multiplicó en ritmo e intensidad . Pero fue mucho más que eso.
Esta vez fue indescriptible. Por lo menos 1.500 terroristas irrumpieron a territorio israelí, asesinaron familias enteras, cometieron atrocidades inconcebibles, decapitaron bebés, ataron niños y luego les quemaron. Violaron mujeres y luego las asesinaron. A tal punto fue terrorífico, que un padre que se enteró que a su hija de 8 años, secuestrada, la habían matado, se alegró, porque no podía soportar el pensamiento de lo que habría sufrido en manos de los terroristas de Hamas.
Nada puede chocar más con este horror que el aspecto y carácter pacífico de “Otéf Aza”, el andar positivo y trabajador de su gente, el aspecto de sus campos, los ideales que los llevaron a vivir en esa zona del sur de Israel. Son numerosas las comunidades agrícolas colectivas- kibutzim- y hay pueblos de otra índole, e inclusive una ciudad, Sderot, uno de los más complejos símbolos de los ataaques desde Gaza que siempre la tienen en su mirilla y que tanto le han dañado ahora.
Es la zona en la parte occidental del Neguev, que tras los logros de esta gente en hacerlo florecer, allí ya no merece ser incluido en la categoría de desierto.
Aproximadamente 30.000 habitantes se hallan en la única ciudad del “Otéf”, Sderot , a pocos kilómetros frente a Gaza. Además, hay 59 poblados de diferente cáracter. Los más cercanos a la frontera, se hallan a entre cientos de metros y 7 kms de Gaza. Muchos de ellos son kibutzim (plural de kibutz), en cada uno de los cuales hay en general varios cientos de miembros, además de inquilinos y voluntarios.
Fueron siempre punto ejemplares de trabajo y apuesta por el progreso, por una vida creativa, en familia, en una de las zonas de paisajes más hermosos del país. Hasta que al caer el primer cohete disparado desde Gaza en Sderot a comienzos del 2001, todos esos poblados lentamente pasaron a ser también símbolo de dolor. De niños que deben correr a los refugios para salvarse.
Para nosotros, uno de los símbolos más especiales de la zona, siempre fueron los kibutzim, donde tenemos amigos personales, muchos de ellos de origen sudamericano, especialmente Uruguay y Argentina, pero los hay de diversas latitudes.
Pablo Leffler, agricultor en el kibutz Ein Hashlosha, que parece nunca perder la compostura, nos contó en diversas ocasiones sobre el trabajo en el campo, cultivando maníes y papas, sabiendo que del otro lado de la frontera, a tan solo 2.4 kms de su casa, lo observan a él y sus compañeros para decidir cuándo es mejor abrir fuego.
Así fue asesinado años atrás Ramón Mosquera, un voluntario no judío de Ecuador, en cuya memoria hay hasta hoy un monumento en Ein Hashloshá.
Una vez, su hijo notó algo raro en la tierra. Avisó al ejército. Era la boca de un túnel por el que los terroristas planeaban irrumpir al kibutz a perpetrar atentados. La amenaza de los túneles fue neutralizada,pero como quedó claro hace tres semanas, el terrorismo siempre busca qué otras ventanas negras abrir. Hoy aquella amenaza que tanto asustaba, parece nimia, al saber que por la frontera misma, que lograron violar, entraron no sólo algunos terroristas como se temía llegarían por un túnel, sino millares.
Y Ruben Friedmann, que el sábado 7 de octubre iba a celebrar 43 años de casados con Estela, con sus dos hijos y sus nietos, pero tuvo que cambiar de planes y encerrarse en el refugio.
Y Janet Cwaigenbaum en el kibutz Nir Itzjak, de esas heroínas de la vida diaria, que lidia con la seguridad y el amor a la familia con firmeza, sin perder nunca su calor humano.
Y Daniel Weisz, que si bien vive con su compañera Karin fuera de la zona limítrofe con Gaza, dado que sigue siendo miembro de Ein Hashlosha no deja de ir a su turnos en el tambo porque hay que ordeñar a las vacas. Y cuya hija Natalie, que vive en el kibutz, pasó horas de horror encerrada en el refugio con sus tres hijos chicos, uno de ellos nacido hace muy poco, mientras su esposo tuvo que entrar al refugio del tambo. Y cuando lograron salir, andaban casi pisando cuerpos.
Y tantos, tantos más.
Y Jaim Jelin, que durante años fue la voz y rostro del consejo regional Eshkol, siempre empujando hacia adelante, destacando por qué la zona no se vacía a pesar de las amenazas, Jaim que después del horror lloró sonó sombrío cuando lo entrevistamos por teléfono, y también lloró por televisión. Su hermoso y exitoso kibutz Beeri fue uno de los peores escenarios del horror.
El kibutz siempre fue un símbolo de Israel. El mayor individualismo en la sociedad israelí, como en tantas otras partes del mundo, así como temas económicos, influyeron en sus parámetros originales y el modelo cambió. Muchos de ellos privatizaron algunos de los aspectos de su vida que durante décadas habían sido absolutamente socialistas e igualitarios, se comenzó a recibir sueldos diferenciales según el trabajo y creció el espacio particular de cada uno, socavando en parte el colectivismo. A pesar de ello, la solidaridad mutua y el abrazo comunitario siguió siendo una característica del kibutz, que sigue siendo una gran comunidad.
Lo sentíamos siempre en cada visita a Ein Hashlosha y Nir Itzjak, donde hay varios amigos personales muy queridos. Pero no sólo allí y no sólo en el sur.
Es tan fuerte el sentimiento comunitario, muy especialmente en una zona bajo peligro de ataques vecinos, que después de la dura guerra del 2014 contra Hamas, tras un empuje de familias que se fueron de Eshkol, parte de “otéf Aza”, comenzó a revertirse la situación y numerosas familias jóvenes con niños pequeños estaban en lista de espera para instalarse en la zona.
Recordamos una visita a la escuela del consejo regional Eshkol, la cantidad de autobuses que esperaban a la salida , cada uno con el nombre del poblado al que volvían los niños tras su jornada de estudios. Todo ordenado, todo destinado a dar a cada uno la certeza que no está solo. Todo con techos especiales protegidos para los momentos en que suene la alarma. Y estructuras protectoras dispersas por doquier para cuando jugaban en el patio. Las mismas estructuras se ven en las carreteras, junto a paradas de autobuses, para que cualquiera que esté a la intemperie se pueda resguardar si la alarma lo sorprende fuera de su casa.
Y siempre nos admiramos del amor de la gente por esa tierra, su tierra, por la convicción de que a pesar de todos los problemas,están en un paraíso, que a veces se convierte en infierno, pero que es suyo.
Ahora es otra cosa. Demasiada gente fue asesinada, herida, está hoy de duelo. Hay horror por todos los secuestrados, incertidumbre sobre su destino. Nadie en los kibutzim de la zona puede decir hoy “yo no conozco a ninguna víctima”. Todos conocen a alguien que está secuestrado o muerto. El gran desafío será devolver la confianza para poder decidir que siguen viviendo allí. Es su hogar, siempre lo fue. Pero ahora, hay mucho que reconstruir, hedor a quemado que hacer desaparecer y horror que borrar.
Conocemos el espíritu de esa gente.
Pueden.
Pero será un desafío gigantesco. El pueblo todo los tendrá que ayudar.