Ruti y Yair Levy : “El duelo por Eyal no se irá nunca. Pero decidimos seguir viviendo”
Israel está celebrando esta semana su 73° aniversario de independencia, Iom Haatzmaut, y un día antes, este miércoles, Iom HaZikaron, el Día recordatorio de los caídos. En el cementerio militar del Monte Hertzel de Jerusalem, Ruti y Yair Levy, rodeados de hijos y nietos, visitarán nuevamente la tumba de Eyal, su hijo caído en agosto de 1993 cuando Hizbala detonó varias cargas explosivas al paso de una patrulla israelí, lo cual mató también a otros seis combatientes.
Eyal tenía 22 años al caer. Y cuando sus padres Ruti (69) y Yair (77) hablan de sus hijos, siguen diciendo que tienen cuatro, aunque físicamente Eyal ya no está. Lo que Eyal no sabe es que a pesar de su edad, su padre se entrena en la reserva en su propio batallón, una forma de seguirle los pasos.
Eyal era el segundo , nacido después de la mayor, Avital y antes de las otras dos hijas mujeres Orit y Ofira que hoy continúan acompañando a sus padres. Su ausencia es enorme, pero también lo es su fuerte presencia en el hogar. Es que Eyal, nos explican sus padres, sigue con ellos y lo mencionan con toda naturalidad. Es un ausente muy presente en su hogar. “Eso también nos ayuda a lidiar con el hecho que físicamente ya no está”, explica Ruti. Cuenta que en la casa, hay una pieza que es “la pieza de Eyal”, en la que él jamás vivió ya que murió cuando la familia residía en otro lado .”Pero allí pusimos el sofá en el que a él le gustaba recostarse, están sus cosas, y nuestros nietos, que no lo conocieron, dicen con toda naturalidad que van a la pieza de Eyal, y ahí juegan y miran televisión. No es un monumento, es una pieza alegre, llena de vida”.
Los nietos son precisamente una columna a la que se aferran al continuar la marcha por la vida. El más reciente, Nadav, nació hace un año y dos meses. “La alegría que ha traído a la casa es increíble”, nos dijo Ruti días atrás.
Yair recuerda que en las noches de la semana de duelo, la shivá, cuando la gente que había venido a dar el pésame ya se había ido, se sentaba la familia a hablar. “Era como dinámica familiar. Nuestra hija mayor estaba ya en la universidad, las otras en el liceo y había que hallar la forma de seguir adelante”, comenta. “Y decidimos: seguimos viviendo, nos aferramos a la vida, no nos dejamos hundir. Eyal no habría querido vernos caer. Y fue así, gracias a Dios, que pudimos continuar”.
Ruti entra en detalles.
“La verdad es que yo no pienso qué es lo que Eyal querría. La primera noche de la shivá, cuando sus amigos se fueron, nos reunimos en una de las piezas de la casa, nos abrazamos, lloramos juntos y Yair dijo una frase tan fuerte que nos entró a todos en los huesos. ´Nosotros elegimos vivir´. Todos estuvimos de acuerdo. Y la pregunta era qué contenido darle a la vida en esa nueva etapa”.
Y están las historias, los recuerdos, la sensación de lo perdido un minuto antes de que todo pudiera ser diferente.
“Eyal ya tenía que finalizar su servicio militar y volver a la vida civil. Ya tenía planes concretos para un paseo y hasta el equipo necesario para viajar a Sudamérica, todo un bolso enorme con cosas especiales para paseos”, cuenta Yair. “Ya le habíamos comprado el pasaje inclusive. Y uno de los sitios a los que pensaba ir era Uruguay”.
Finalizados sus tres años obligatorios en el ejército, Eyal optó por firmar por un tiempo más como vice comandante de un batallón en la unidad de combate Golani.
“Eyal tenía un vínculo muy especial con sus soldados”, cuenta la madre, orgullosa. “No querían que se vaya, y cuando llegó un oficial que iba a sustituirlo al terminar él su cargo, le pidieron que se quede unos días más, para explicarle todo. De hecho, ya estaba como voluntario. Aceptó quedarse unos días más, y ahí fue el operativo en el que cayó”. El golpe fue duro a nivel nacional. Tras la muerte de los seis soldados, otros dos cayeron durante el operativo de rescate.. “Fue algo terrible en todo el país”, recuerda Yair. “Y para nosotros...una tragedia”.
El padre recuerda lo que les explicaron los oficiales de la unidad cuando Eyal ya había caído.
“Había informaciones sobre planes de Hizbala de cruzar la frontera con Israel hacia la zona de Zarit y Shomra. Eran advertencias calientes.Por eso Eyal le dijo al oficial que lo iba a reemplazar que si es algo tan urgente, él quiere encabezar a su tropa antes de liberarse. Y no volvió”.
“Aunque sabíamos que él siempre estaba dispuesto a hacer todo, no sabíamos que no debería haber estado allí”, cuenta Yair. “Y cuando Eyal murió y todos sus amigos vinieron a casa, vimos a un oficial llorando. Nos acercamos y lo único que decía y repetía era ´yo tendría que haber estado en su lugar´”.
“Hasta hoy lo sigue diciendo”, comenta Ruti. “Cada año llega al acto recordatorio en el Monte Hertzel y dice ´yo tendría que haber estado en lugar de Eyal´. Le hablamos, lo abrazamos y le explicamos que no es su culpa, que hay alguien que dirige esas cosas y que cada uno tiene su destino, pero a él aún le resulta difícil aceptarlo”.
Preguntamos cómo se hace para lograr seguir adelante, ambos suspiran y esbozan una amarga sonrisa.
“Yo fui durante 17 años maestra jardinera de niños divinos de 3 años. Eyal cayó un 18 de agosto y menos de dos semanas más tarde, comenzaban las clases. Los padres de esos niños vinieron a darnos su pésame y yo les dije que busquen otro jardín, porque no podré volver”.
“Pero al final volvió el 1° de setiembre, el día de comienzo del año lectivo, se sentía comprometida”, dice Yair.
“Así es. Pero fue sumamente difícil. Estaba confundida y no tenía la cabeza en su lugar. Me olvidaba de las cosas, no estaba concentrada. Fue durísimo. Había días en los que no podía levantarme de la cama y Avital, nuestra hija mayor, me sustituyó en el jardín. Pero me esforcé por ir. A final de ese año, cerré el jardín que yo misma había abierto”.
Pero Ruti no podía quedarse en su casa sin hacer nada. A través de una amiga, empezó a trabajar como maestra de dibujo y manualidades y le hizo bien estar ocupada.
Yair halló un camino muy singular, motivado inicialmente en un deseo de aportar a la sociedad en los momentos duros de continuos atentados con bomba en los ómnibus durante la segunda intifada. Luego, se convirtió en una marcha trás Eyal.
“En la segunda intifada volaban los ómnibus en diferentes partes del país. En Jerusalem y Tel Aviv era muy asiduo. Fueron años sumamente difíciles. Recuerdo mi sensación , poco después de haber dejado de trabajar, de que no podía quedarme en casa sin hacer nada. Sentí que debía aportar en algo. Pregunté a uno de los amigos de Eyal que seguía en el ejército si había posibilidad de presentarme como voluntario en su misma unidad. “Precisamos alguien que maneje un jeep ,eso nos puede ayudar”, me contestó. Y me presenté, empecé a ir a su unidad, como voluntario, aunque a Ruti le costaba”.
“Yo no quería saber más de uniformes”, admite ella, recordando no sólo al hijo caído sino también que cuando ellos eran una pareja joven y tenían dos hijos chicos, estalló la guerra de Iom Kipur en 1973, Yair fue reclutado y varios meses no estuvo en la casa. “Mucho tiempo no supimos nada de él, no era como ahora con los celulares”.
La determinación de Yair pudo más. Y tras un tiempo como chofer del comandante de Eyal, decidió ser combatiente, pasó a entrenarse con sus compañeros. Y hoy, a pesar de su edad, siempre que el batallón es llamado a la reserva, él también participa, desde hace ya 17 años.
“Y está en mejor estado físico que los jóvenes”, dice Ruti entre en broma y en serio.
“La razón original no fue esa, pero hoy, lo central es que siento que sigo el el camino de Eyal, que hago cosas que él no alcanzó. Y que aporto algo. Al principio el tema era la necesidad de hacer algo por el país. Pero después, siempre que estaba con los muchachos me enteraba de que tal o cual había estado con él en diferentes etapas de su servicio. Y se agregó pues esa dimensión, de estar haciendo algo que quizás Eyal estaría haciendo ahora si pudiera”.
Los que quedaron y los que vinieron después
Cuando preguntamos por las edades de las hijas, todo se calcula en relación a Eyal. “Avital tiene hoy 49. Orit es cinco años menor que Eyal, así que él tendría que tener 47 y ella tiene 42. Ofira es dos años menor que Orit, tiene 40”, detalla Ruti. “Recuerdo lo difícil que fue para Orit cuando cumplió 22, la edad que Eyal tenía cuando murió. ´Yo era la hermana menor de Eyal y ahora soy mayor que él´, me decía con dolor”.
Pero la vida debe seguir y Ruti agrega : “Las tres son hijas maravillosas y tenemos también 13 nietos que son nuestro tanque de oxígeno”. A decir verdad, las fotos que llenan la casa lo dejaban en claro ya antes de que los mencionen. “Cuando los chicos vienen, todo es ruido y alegría. Cuando se van, dejan una sensación de gran vacío”. Se detiene un momento como procurando no ser negativa y agrega: “Pero vienen bastante, son buenos nietos. El tema es que no todos viven en Jerusalem”.
Recordamos una canción hebrea de hace muchos años en la que cuenta cómo los soldados caídos quedan para siempre jóvenes, sus hermanos crecen, se casan, tienen hijos, y les dan a los recién nacidos el nombre del hermano muerto que ineludiblemente, en algún momento, llegan a ser mayores que el tío al que nunca conocieron. Y cuando ese pensamiento nos cruzaba la cabeza y nos apretaba la garganta, Ruti sonríe y comenta. “Uno de nuestros nietitos se llama Eyal Ajiá, por nuestro Eyal”. Su segundo nombre incluye por cierto las letras hebreas que constituyen la raíz de la palabra “vida”.
Ruti cuenta que una de las nietas se llama Ayalá y otra Elá, todas de la raíz de Eyal, aunque sus madres sintieron que era una suerte que no habían tenido varones, ya que no querían ponerle directamente el nombre del hermano caído.
“Pero no vemos en nuestro nieto mayor, que sí lleva su nombre, un monumento a Eyal”, comenta Ruti. “Por suerte, es muy distinto de él”.
“A mí, de todos modos, me resulta difícil llamarlo Eyal así que opté por un sobrenombre, poshosh, aunque no pega mucho con él porque ya es todo un hombre”, agrega Yair .
HACIA ADELANTE
“Haber perdido a Eyal es una sombra negra que nos acompaña siempre”, dice Ruti con un suspiro. “ Y hay que tratar de introducir luz a la oscuridad, vida al duelo. Y hay días en los que uno no tiene fuerza para salir de la cama. A veces uno se lamenta de haberse despertado. Pero uno logra hacerlo, emprende el día pensando en cómo darle contenido”.
“Además”, agrega, “la vida es hermosa y muy fuerte y hay para lo que vivir. Cada día seguimos aprendiendo cómo lidiar con el duelo y con la falta de Eyal, pero estamos decididos a seguir adelante, no estamos dispuestos a dar marcha atrás”.
Yair agrega una consideración que va más allá de lo personal. “Este es nuestro país. Aquí nacimos y también para quienes llegaron como nuevos inmigrantes, este es nuestro país. Hay que cuidarlo y protegerlo. Hay que aportar al país y a la sociedad lo máximo que uno puede porque este es nuestro lugar. A pesar del dolor que ya tenemos y del que sabemos aún vendrá. Es el lugar de todos los que vivimos acá, judíos, drusos, cristianos , no importa. Por eso debemos hacerlo.Tenemos que seguir”.
Ruti lo observa y resume: “El marcha siguiendo los pasos de Eyal”.