Tras meses de expectativa, llegó el día de partir a Varsovia. Meses atrás, Rita Vinocur lanzó la iniciativa de un viaje organizado a recorrer algunos puntos en Polonia, claves para el estudio de la Shoá. El guía sería el muy experiente Dr. Mario Sinay, quien tiene en su haber mucho más de 200 viajes con grupos a Polonia, un verdadero libro abierto en términos de conocimiento sobre la historia judía en Europa antes de la gran hecatombe, así como del Holocausto mismo.
Rita compartió la información tanto con la directiva del Centro Recordatorio del Holocausto que preside como con allegados a la institución y gente que le consta tiene interés en la historia de la Shoá. Tanto judíos como no judíos. Todos uruguayos.
Para mí, el viaje a los campos en Polonia-recordemos que fue en territorio polaco principalmente que los nazis erigieron los campos de concentración y exterminio- era un debe. Años atrás participé en la Marcha por la Vida de Auschwitz a Birkenau-experiencia muy potente-, estuve en un congreso en una universidad de Cracovia por un aniversario redondo de las Leyes de Nuremberg y de los juicios de Nuremberg, apasionante y emotivo. Pero no había ido al viaje de estudios en los campos y sentía que tenía que hacerlo. Al formarse un grupo uruguayo, que incluía tanta gente querida y valiosa, no dudé.
Y ahora estoy en mi habitación del hotel en Varsovia, tratando de plasmar en unas líneas las emociones , los orgullos y temores que me embargan de cara al comienzo formal de la recorrida, este lunes 8.
Emociones, porque tengo claro que esto no es un viaje de ocio ni diversión, sino una experiencia removedora. Sintiéndome como me siento, un eslabón en la milenaria historia del pueblo judío, tengo claro de antemano que esto será significativo.
El viernes recibo un mensaje grabado de Ana Abend, uruguaya-israelí que vive en Nesher. Se había enterado por una amiga común que yo también soy parte del grupo : “Quería desearte mucha, mucha fuerza. Armate de piel de elefante. Aprovechá mucho como periodista pero más que nada como persona. Te lo digo porque ya lo pasé hace 4 años, hice ese viaje con Yad Vashem, y volví destruida, siendo hija de un sobreviviente de la Shoá de Budapest”. Y agregó: “Te cuento una anécdota. Yo entré a Auschwitz y presté testimonio oral, envuelta con la bandera de Uruguay. Me preguntaron por qué y dije porque yo voy a ser una eterna agradecida que Uruguay le abrió las puertas a un muchacho de 18 años que venía de un ghetto, tras haber perdido a sus hermanos y su familia”, dijo en referencia a su padre. “ Eternamente agradecida y orgullosa de haber tenido la suerte de haber nacido en Uruguay. Hasta hoy tengo piedritas de todos los lugares que visité, que recogí y están hoy en la planta más floreada de mi casa. Aprovechá mucho y sacá lo más posible de este viaje. Shabat shalom”.
Gracias mil tocaya.
Hablando de eslabones históricos, una de las personas queridas que mucho me alegra esté en el grupo, es Jeannette Dreifus. Vive, como parte del equipo de alto nivel de la Kehilá, siendo parte de los imponentes actos de Iom HaShoá. Y ahora está en Polonia. Jeannette llegó ya un poco antes a Varsovia y me mandó una foto de lo que ve desde su ventana.
Le comento que evidentemente, el nombre de esa avenida es por Jerusalem. De allí mismo viene mi apellido. Está claro que mis antepasados eran de Jerusalem. Jerozolimski es el gentilicio, en polaco, de Jerusalem. Es lo que en hebreo se dice “ierushálmi”. Eso, hablando de orgullos.
Las distintas facetas de la identidad se combinan sin chocarse. En mi cartera traje un simbólico regalo de mi querida nuera –hija Stella: un llavero con “tfilát hadérej”- la oración para cuando uno emprende camino- y un pequeño libro de Tehilím, Salmos. Con ellos viajó también otro tesoro: una bandera uruguaya y una israelí.
Nuestro grupo uruguayo se reúne en el hotel fijado en Varsovia. La gente va llegando en distintos momentos. Algunos arribaron ya antes a Europa para visitar lugares puntuales relacionados a la historia de sus respectivas familias y otros para alcanzar más.
El viernes 5 de mayo, una de las compañeras, Mónica Packer, comparte con todos nosotros en el grupo de whatsapp que lleva el nombre de nuestro viaje, “Memoria y Dignidad”, una vivencia en Praga, para ella la escala previa a Varsovia. En la sinagoga Maisel de Praga, ve una larga lista de nombres en una pared. Son los campos de concentración a los que fueron deportados los judíos de Checoslovaquia. Uno de ellos, le toca de cerca: Mauthausen, la última estación a la que llegó su padre Silvio Packer (z”l), oriundo de Transilvania, que pesaba 30 kilos en el momento que entraron las tropas aliadas al lugar. Mónica escribe, comparte con todos nosotros, y nos estremece al recordar: “Justo hoy, un 5 de mayo, de 1945, mi padre fue liberado de Mauthausen”.
En la misma Praga se topa con las “Stolpersteine”, las placas de la Memoria, de bronce, de 10 x 10 cms, obra del artista alemán Gunter Demnig, que marcan los últimos lugares desde lo que víctimas de los nazis fueron deportadas. Están por distintas partes de Europa. La emocionan profundamente.
Cuando se lee la Hagadá, el libro con el relato de Pesaj, decimos que “todo judío debe sentirse como si él hubiera salido de Egipto”. Y siempre pensé que todo judío puede sentirse sobreviviente de la Shoá, aunque su destino personal no haya pasado por una vida como hijos de sobrevivientes y aunque no haya crecido con la sombra del horror en su vida familiar. Pero de hecho, todos estuvimos allí, a todos nos quisieron aniquilar.
Por eso pienso en lo que será para varios miembros del grupo este viaje, las queridas Rita Vinocur y Sandra Veinstein que tanto comparten el legado de la Shoá con los alumnos que visitan el Centro Recordatorio, llegados de distintas partes del territorio nacional. Lo comparten pero no como meras clases de historia, sino de vida, habiendo mamado de sus padres, Rita de su mamá Ana (z"l) y Sandra de su papá Samuel (z"l), el legado de no olvidar ni dejar de contar, pero sin odio.
Seguramente también será muy fuerte para otros compañeros judíos a los que no menciono por desconocer sus historias personales. Y tantos compañeros no judíos que participan, que hace años unieron sus destinos al de la memoria del pueblo judío, aportando de su tiempo, sapiencia y valores para transmitir lo que debe saberse: Gisela Spinola, Andrea Blanque, Mónica Barbazita. También para Andrés Vartabedian uruguayo de origen armenio, descendiente de sobrevivientes del genocidio armenio, que ata cabos de memoria entre sus ancestros y los nuestros. Compartimos años atrás vivencias en Jerusalem cuando él viajó a un curso en Yad Vashem.
También pienso lo que será para mi tan querido Roberto Cyjon-amigo y pariente “lejano” pero muy cercano- que tras recibirse de Magister en Historia Política en la Facultad de Ciencias Sociales de la UdelaR nada menos que con el Profesor Gerardo Caetano como tutor, se especializó en algunos aspectos de la historia de la Shoá. Y pienso en los eslabones compartidos de nuestra familia que no tuvieron la suerte de salir a tiempo de Polonia y fueron asesinados por los nazis.
En el avión comencé a leer el libro recién publicado de Liat Cohen Blejer sobre la historia de su familia- en hebreo es “Iesh éi sham” y en español podría traducirse “en algún lugar por allí”- que comienza mucho antes de la Shoá, se adentra en la vida de los pequeños y dinámicos pueblitos de mayoría judía en Europa, hasta que llega, con una descripción apasionante y emotiva, a la historia de sus abuelos en el Holocausto.
Al aterrizar, había llegado a la mitad y tenía las mejillas cubiertas de lágrimas. Por el sufrimiento con nombres y apellidos, por las familias enteras cuyas vidas cambiaron en minutos, por Shmuel, uno de los familiares, que perdió a su esposa y sus dos hijos baleados por los nazis cuando se hallaban en camino a un escondite coordinado de antemano, al que nunca llegaron. Por su deseo de venganza que se plasmó en su decisión de sumarse a los partisanos en los bosques . Por los dos niños huérfanos que salvó cuando se adentraron en el bosque para luchar aunque tenían sólo 11 y 14 años. Por el horror de la niña de 11 degollada por un nazi que la persiguió al verla corriendo hacia el bosque con un pan en la mano, quien con valentía alcanzó a gritar en idish, antes de ser asesinada, que se escapen porque los nazis llegaron, lo cual realmente alertó a los partisanos y permitió que todos escapen, aunque su hermano y Shmuel en lugar de hacerlo, corrieron al lugar desde el cual se había oído su grito para tratar de salvarla. Y por el horror de su hermano de 14 que no logró ni salvarla a ella ni a Shmuel, que los había cuidado como un padre tras haber perdido ellos al suyo y él a sus hijos…y alcanzó , antes de morir a manos del nazi, a gritarle a él: “corre, sálvate, vive”.
Pero en realidad, el precepto de aferrarse a la vida y vivirla con dignidad no fue exclusividad de los judíos de Europa que sobrevivieron a la Shoá. Es un imperativo judío a lo largo de las generaciones. Y es compartido por todas las comunidades, sea cual sea su origen. No hay aquí distinción entre judíos ashkenazíes cuyos abuelos llegaron de Europa central u oriental, y las comunidades sefaradíes que también sufrieron terriblemente cuando cayeron en las garras nazis, como en Grecia. Ese mismo habría sido el destino de todas las demás, de no ser por las limitaciones que impuso la geografía. Lo tienen claro sin duda los compañeros sefaradíes que son parte del grupo, Rafael Hodara, Mónica y Sara Selanikio y varios más.
Y acá llegué desde el Estado judío independiente, que acaba de celebrar sus primeros 75 años de independencia, con numerosos debates internos y problemas, pero con mucho de qué sentirse orgulloso. Combinando sí su identidad judía con su pluralismo, notorios a cada paso, como en el puesto de Jabad, donde ofrecen a aquellos judíos que lo deseen, colocarse tfilin, y así cumplir una mitzvá.
En la fila para las revisaciones de seguridad.
En los cafés.
Estoy pronta para este viaje a la historia judía, teniendo claro que aunque visitaremos estaciones en el gran cementerio judío de Europa, aquí hubo comunidades florecientes y creativas, cuna de cultura y conocimiento judío. Esto deja más en claro la dimensión del crimen pero también la envergadura de lo mucho que había creado el pueblo judío.