¿Y qué tiene que ver la reforma con la retirada de Gush Katif?
El Primer Ministro Biniamin Netanyahu, indudablemente uno de los políticos más inteligentes y capaces que ha tenido Israel, incurre a menudo en inexactitudes históricas, por decirlo delicadamente. Cabe suponer que es consciente de ello y lo hace igual porque considera que algunos argumentos que usa le ayudarán y que nadie se dará cuenta.
Pero como a veces se trata de distorsiones alevosas de la historia y muy especialmente porque hay una lupa puesta sobre todo lo que Netanyahu dice y hace, siempre hay quienes saben encontrar en el archivo las pruebas de la verdad.
Esta semana esto volvió a ocurrir a raíz del discurso pronunciado por Netanyahu el miércoles por la noche, casi al finalizar el anunciado “día de alteración nacional” que incluyó protestas multitudinarias en decenas de sitios en todo Israel. El punto principal fue Tel Aviv, donde la manifestación central se convirtió en escenario de choques entre ciudadanos y la Policía.
La oficina de Netanyahyu anunció que el Primer Ministro se dirigiría a la nación y la esperanza era que sus palabras intentaran acercarse al espíritu del discurso que horas antes había pronunciado el Presidente Itzjak Herzog durante la ceremonia de fin de curso de oficiales de la Marina israelí, llamando a la unidad, a la suspensión de la legislación de la polémica reforma y al intento de buscar un entendimiento que no desgarre al pueblo.
Pero el discurso de Netanyahu fue totalmente distinto. Se refirió a los manifestantes en Tel Aviv de modo que parecía que los estaba comparando a los extremistas que cuatro días antes habían vandalizado violentamente la aldea palestina Hawara, aunque al día siguiente emitió un comunicado aclarando que no quiso compararlos sino dejar en claro que ni en Tel Aviv ni en Hawara se permitirá que nadie tome la ley en sus manos.
El punto central de su crítica a los sucesos en Tel Aviv pasó por otra comparación : entre las manifestaciones de la protesta contra la reforma judicial, a las que en más de una oportunidad se refirió como acciones de anarquistas, y las protestas contra la retirada de Gush Katif en agosto-setiembre del 2005.
Lo más fuerte fue que se presentó como el entonces jefe de la oposición que aunque estaba contra el plan de retirada de Gush Katif, no lo combatió violentamente. La verdad es otra muy distinta: Netanyahu no era en aquel momento el jefe de la oposición sino el Ministro de Finanzas en el gobierno del Primer Ministro Ariel Sharon. El jefe de la oposición, por unos meses, incluyendo cuando se votó el plan, era Tomy Lapid, el padre del actual jefe de la oposición Yair Lapid. Y lo central: en las cuatro votaciones en la Kneset sobre el plan de desconexión, Netanyahu votó siempre a favor. Cabe suponer sin duda que no con mucha felicidad, pero votó a favor. Ahora le sirve presentarse como quien combatió ese plan, pero la realidad fue otra totalmente distinta. Lo criticó y advirtió en contra, pero lo votó.
Es más: no es cierto lo que afirmó que la lucha contra el plan no había sido violenta. Lo fue en muchas ocasiones y hay filmaciones de opositores a la retirada, atrincherados en techos desde los cuales lanzaron sustancias que hirieron a soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel.
“No se cruzaron líneas rojas”, declaró Netanyahu, pero ello sí ocurrió en más de una oportunidad. Claro está que la motivación de fondo de quienes lo hicieron, era tratar desesperadamente de frenar un plan que no sólo los arrancaba de sus hogares sino que estaban seguros serían perjudicial para Israel. Pero ello no quita que haya habido violencia, y no poca, contrariamente a lo que alegó Netanyahu.
Y de todos modos, quienes salen ahora a manifestar, también están motivado por el dolor y la preocupación que Israel esté al borde de convertirse en algo distinto y peor de lo que siempre fue. Esa también es una amenaza prácticamente a la vida misma.
Un punto más, importante, en lo que a Netanyahu se refiere: tal como ha hecho repetidamente en ocasiones anteriores, sin dar prueba ninguna, afirmó que algunas de las manifestaciones de protesta contra la reforma son subvencionadas con dinero del exterior, una acusación que suele lanzarse desde la derecha. En una entrevista especial en el canal 12 de la televisión israelí, Eran Schwartz, coordinador general de la protesta, oficial en la reserva en Tzahal, aseguró que miles de ciudadanos han donado dinero para financiar los gastos necesarios en el movimiento multitudinario de la protesta.
Recordemos qué era Gush Katif
En medio de la polémica actual sobre el plan de “reforma” judicial presentado por el gobierno de Israel, a menudo surge de boca de exponentes de la postura de la derecha en Israel, el argumento de Gush Katif. Se trata de la zona al sur de la Franja de Gaza en la que desde 1973 se instalaron paulatinamente localidades israelíes. En el caso de Kfar Darom, ya había existido en 1946 y tuvo que ser desalojado en la guerra de independencia.
Toda la Franja de Gaza, cabe recordar, había sido conquistada por Israel en la guerra de los Seis Días en 1967, al repeler el ataque en el frente egipcio.
En octubre del 2004 primero y luego en tres ocasiones más, fue puesto a votación en la Kneset, Parlamento de Israel, el plan de Desconexión de Gush Katif ( en hebreo, “hitnatkút”), o sea el plan de desmantelamiento de los asentamientos israelíes y de las bases militares que allí existían. A ellos se agregaron 4 asentamientos en el norte de Samaria. En todas las votaciones quedó aprobado el plan por mayoría.
Representantes de la población judía que iba a ser desalojada apelaron a la Suprema Corte de Justicia y hasta hoy recuerdan que “de allí no tuvimos salvación”. Sólo uno de los 15 jueces Supremos, Edmond Levy, se oponía a la desconexión y lo escribió como posición de minoría. Pero la decisión de la Suprema Corte fue rechazar las apelaciones señalando que se trataba de un acto claramente político, un paso adoptado por el gobierno, compartido por la mayoría del pueblo.
Las protestas del sector afectado fueron fuertes y duras . 8.600 judíos que habitaban Gush Katif sintieron que eran expulsados de sus hogares y desgarrados de la tierra en la que habían vivido durante décadas, trayendo allí al mundo hijos y nietos. Hasta de las tumbas hubo que sacar a los muertos. Fue sin duda un tiempo difícil para Israel. Pero las votaciones en la Kneset, cuatro en total, fueron todas aprobadas por una mayoría bastante holgada. El plan de desconexión se implementó por ley y con la esperanza que ayude a lograr una solución de paz con los palestinos . Como es sabido, ese no fue en absoluto el resultado.
El trauma de los afectados y el público del que eran parte, lo que se conoce como la población “sionista nacional”, no desapareció. Se vio agravado inclusive por las numerosas fallas en el proceso de reinstalación y compensación a las familias sacadas de sus casas.