La reciente recurrencia de atentados de distinto tipo puede ser analizada por variados expertos, pero ninguno de ellos, cabe suponer, tendrá necesariamente una gran influencia sobre el sentir del ciudadano promedio. A quien es consciente del peligro que acecha, probablemente no le cambie nada si un experto dice que esto fue un lobo solitario y el otro un atentado bien organizado por una célula armada. Para el ciudadano de a pie, la ola terrorista se traduce en sentimientos y preocupaciones en el diario vivir.
El israelí promedio suele no achicarse. Está lamentablemente acostumbrado a tener que lidiar con emergencias de distinto tipo y siente que hay que seguir empujando hacia adelante. La vida no se detiene. Pero aunque mucho depende del carácter de cada uno, no es que la gente sea indiferente a la ola terrorista actual. En absoluto.
No es indiferente no sólo en el sentido que las muertes de desconocidos también duelen porque son parte del golpe al país en general sino también en cuanto a cómo organiza su vida.
Lo he sentido en mi propia familia . Les comparto pues unos ejemplos cercanos, en primera persona.
El martes de noche teníamos entradas para una obra en Tel Aviv. La fiesta era que íbamos con nuestros hijos y sus parejas, todos juntos. Poco antes de entrar recibí la noticia del atentado en Bnei Brak. Lo primero que me dije, claro, es “no puedo entrar”. Temí arruinar la noche a todos, aunque varios ya estaban pendientes de las noticias. “¿Otro atentado?”, dijo uno. “No se puede así”, comenta otro. En la mente y el corazón de todos están muy frescos los atentados en Beer Sheba, con 4 muertos, y en Hadera, con 2.
Entré a la sala pero a los pocos segundos decidí salir. Toda la familia entendió. “La verdad, yo tampoco ya tengo ganas de estar en una comedia”, dijo Gadi, mi hijo mayor, aunque finalmente decidió quedarse, por ser parte de la dinámica familiar.”Mamá, no salgas a la calle. Transmití de adentro”, me pidió mi hija Mijal. Así lo prometí, y cumplí, aunque más que nada pensando que si hago reportes de radio desde la calle, puede haber demasiado ruido.
Una de las empleadas del salón de espectáculos me vio todo el tiempo con el celular en la mano y me preguntó si tengo familiares en la zona del atentado. Es que es conocido el fenómeno de las búsquedas desesperadas que se desatan cuando hay un atentado en cierto sitio, y uno quiere confirmar si sus seres queridos que podrían haber estado allí, están a salvo. Justamente, traté de buscar a una amiga que es como una hermana y a una de mis primas, que en principio no viven lejos del escenario del ataque. Todos bien. Una preocupación menos.
Terminó la obra y yo seguía tuiteando, escribiendo, grabando, transmitiendo.
Decidimos sentarnos a tomar algo . La preferencia era en algún lugar cerrado, no a la calle, para estar menos expuestos. No lo logramos. Finalmente, optamos por un café en la calle Ibn Gvirol. Y mis ojos parecían un radar. Es que nadie llega con un cartel avisando que va a acuchillar o abrir fuego. Pueden saltarte encima de repente. Al menos, hay que estar muy alerta porque eso salva vidas.
Este jueves de mañana, mi esposo debía llegar, como todas las semanas, a la clínica en la que atiende en Jerusalem. Anoche llama Mijal a preguntar si yo lo voy a llevar para que no tenga que pasar por la estación central, un lugar siempre problemático. Dani se opone terminantemente y cuenta que justamente este jueves comienza a funcionar la línea directa de tren entre Modiin, donde vivimos ahora, y Jerusalem. Promete que irá muy atento, sin mirar el celular, y que me llama apenas llegue. Así fue. Le aviso a Mijal: “Papá llegó bien, y el tren, genial, sólo 23 minutos”. Respira aliviada.
A media mañana recibo información sobre un atentado dentro de un ómnibus junto a Neve Daniel en Gush Etzion. Un palestino subió y atacó a un joven con un destornillador, hiriéndolo grave. Un pasajero que tenía porte legal de armas le disparó y lo mató, impidiendo así que siga atacando.
Un rato después, nuestro hijo menor Alon manda en el grupo de whatsapp familiar una captura de pantalla con la noticia sobre ese mismo atentado del que yo ya había recibido mensaje de la Policía. “Cuidado si alguien viaja en ómnibus”, nos pide a todos, y por supuesto prometemos que así será. Ineludiblemente recuerdo que cuando él aún estaba en el liceo, vimos otra ola terrorista. Yo le rogaba todas las mañanas que al esperar el tren para volver a casa, no se siente dentro de la parada sino que esté más atrás, y que no juegue con el celular. Si un auto se desvía súbitamente para atropellar gente, hay que reaccionar muy rápido. El coche particular, arma en manos de extremistas.
Recuerdo una de las tardes en lo que en su momento se llamó “la intifada de los cuchillos”. Yo estaba en mi escritorio y oigo que Alon entra y dice : “Qué susto pasé en el tren”. Salté como un resorte, fui al comedor a preguntar qué había pasado. “Subió un hombre demasiado abrigado para el calor que hacía”. En Israel, no hay que explicar más. El temor es que esté escondiendo un cinturón explosivo debajo de la ropa. “Estés donde estés, sea la hora que sea, si te sentís inseguro, te bajas del tren, o del ómnibus, donde estés, y me llamás para que te vaya a buscar”, le aclaré. Y para mis adentros pensé: no quiero decirle “si ves un árabe cruzás a la vereda de enfrente”, porque ese árabe puede ser mejor persona que yo. Pero sí quiero que se cuide e identifique de antemano un peligro potencial. Complejo.
Jueves es uno de los días más lindos de la semana porque suelo ir a buscar a mis nietos al jardín de infantes. Los lunes son mejores todavía porque voy con Dani. Pero jueves voy sola. Les avisé a Gadi y Stella, mi hijo y mi nuera, que decidí que no voy más sola por ahora, porque si en caso de emergencia tengo que correr con los dos, uno de 3 años y una bebita en el cochecito, puede ser complicado. Iré de todos modos, pero con uno de ellos. Les pareció muy lógico. Y también decidieron que por varios días, hasta que esto se calme un poco, van directo del jardín de infantes a casa, no al parque.
Y allí íbamos mi hijo, mis nietos y yo por la calle, todo supuestamente normal, y yo combinando las canciones a la chiquita con mi radar en acción.
Y mientras pensaba que afortunadamente aún no están en edad de explicarles nada ya que nunca estarán solos en la calle,me acordé de Muhamad, un señor árabe al que veo a menudo cerca de casa. Llega desde Jerusalem. Trabaja desde hace ya creo que 12 años en Modiin, empleado por la municipalidad, en limpieza y mantenimiento. Siempre pensé que tiene expresión noble, cara de bueno. Nos cruzamos como tantas otras veces y él, con su típica mezcla de árabe y hebreo, me saludó y preguntó cómo estoy. Le dije que en lo personal muy bien pero que hay demasiados problemas alrededor. Se llevó las manos a la cabeza y me dijo que “los locos nos hacen problemas”. Me contó que tiene 6 hijos, 3 mujeres y 3 varones, y en total 22 chicos, ya que son numerosos sus nietos. “Eso es lo que importa, hay que trabajar para que ellos estén bien”, agregó. “Esperemos que la locura termine pronto”, le dije suponiendo que son palabras vacías. Y él, llevándose una mano al pecho, junto al corazón, respondió: “Inshala –ojalá- porque eso es lo que se necesita”. Y agregó: “Para ustedes y para nosotros”. Me sacó las palabras de la boca. Nos despedimos y lo saludé, para dentro de dos días, con el típico “Ramadan Mubarak”, por su mes sagrado que está por comenzar. Ojalá que ningún enajenado lo arruine creyendo que matando israelíes honra a Alá.