Por Bruno Ortiz
El 18 de mayo del año 2021, falleció el señor Isaac Borojovich, superviviente de la Shoá, y un activo participante del concurso Bergstein. Me entere por parte de mi mamá, quien encontró la noticia en un artículo en Twitter publicado por Ana Jerozolimski.
Como en cualquier caso similar, uno jamás es capaz de asimilar tal suceso. Cuando sucede, solo es posible resignarnos a lidiar con el impacto producido por la noticia, y sentirnos aún peor cuando intentamos imaginar con dificultad la más mínima fracción del sufrimiento que sus seres queridos y conocidos deben estar experimentando. Cabe aclarar que yo nunca fui una persona cercana al señor Borojovich. A decir verdad, solo puedo considerarme un admirador de sus experiencias en vida, y a su vez, solo puedo admirar su fuerza como ser humano por ser uno de los pocos individuos que sobrevivió a lo que fácilmente podría ser catalogado como el genocidio más cruel y violento que el mundo jamás haya conocido. Con esto en mente, no me siento en posición de decir que concibo el sufrimiento de las personas que el amó en vida, pero sí puedo decir que puedo empatizar con su pérdida.
Desde mi posición como un entusiasta de la historia, en particular la de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, solo puedo describir su pérdida como un actor en tales eventos, y lo que su partida representa. Debemos llegar a términos con la idea de que historias tan ricas como la suya, no solo son un recurso increíblemente limitado, sino que, con el paso del tiempo, es uno cada vez más escaso. Es simple acceder a lecturas sobre historia e intentar comprender los acontecimientos de forma racional, pero nada en este mundo jamás podrá reemplazar lo que la narración de alguien que vivió tales eventos. Y a la hora de estudiar historias tan impensables e inconcebibles como la del exterminio de más de seis millones de personas inocentes, se requiere ese toque humano para volverlas comprensibles en profundidad. Temo que, en un futuro sin tal recurso y con el resurgimiento de ideologías similares en nuestros tiempos, tal tragedia pueda repetirse; con mayor o menor intensidad, con el mismo o un nuevo nombre, con diferentes víctimas o victimarios. Al fin y al cabo, siempre que el miedo, el resentimiento y el fracaso encuentren un chivo expiatorio para justificar la miseria del mundo, la humanidad siempre va a estar en riesgo.
Sin más que decir, mis más sinceros pésames a sus familiares y amigos y saludos cordiales a Raquel Hetch quien me dio su permiso para escribir estas palabras y a Rita Vinocur quien me animó a consolidar este mensaje.