Hace un rato, ya avanzado el atardecer en Modiin, la hermosa ciudad a la que me mudé hace ya algo más de dos meses tras vivir casi 42 años en Jerusalem, sentí necesidad de salir a caminar. Confieso que no sólo por lo sano que es-y lo hago bastante seguido-sino por la paz que se siente al hacerlo cuando la calle está tranquila, comienzan a cambiar los colores del firmamento y parece que uno oye todos los sonidos de la naturaleza.
Sin olvidar las penurias que pasan todos aquellos que no pueden trabajar por el cierre del país debido a la pandemia, pensé por un momento que el imperativo de permanecer a no más de un kilómetro de casa y la dinámica por la que uno no anda corriendo de un lado para otro, tiene su encanto. Pero enseguida yo misma me dije “pero eso lo tenemos siempre en Shabat”. Lo tiene todo el que respeta. No me encuentro en ese grupo. No me abstengo de prender la luz ni la televisión en Shabat, ni de hablar por teléfono o sentarme en la computadora. Aún así, siento su espíritu especial y me alegra que el pueblo judío lo tenga.
Para mi alegría, contagié en mi iniciativa, sin esfuerzo ninguno, a Dani, mi esposo, y a Alon, nuestro hijo menor. Acoplamos a Pai, nuestra perra, sin preguntarle opinión. Y salimos.
Yo sugerí ir por la calle Emek HaHule, ya que en absolutamente toda su extensión está el hermosísimo parque del mismo nombre. Una de las maravillas de Modiin. “Vayamos mejor por Emek Hayalon”, sugirió Dani. “Quiero ver dónde es el shil de Jabad. Leí que el domingo a las 18 ó 18.30 es allí Kol Nidrei”.
Emprendimos el camino, no muy largo, a sólo unas cuadras de casa. Se nos cruzaban vecinos paseando con los perros, padres o madres jóvenes con niños en bibicleta o triciclos y varios jóvenes trotando. Casi media cuadra antes de llegar, divisé el “Ohel Menajem”, la sinagoga de Jabad en Modiin. Al menos, la de nuestro barrio. No sé si hay otras en otras partes de la ciudad.
Aproximadamente 10-12 hombres estaban sentados o parados afuera, a varios metros de distancia uno del otro, mientras el Rav Yehuda Finkel hablaba. Nos explicaron luego que no es el rabino fijo de esa sinagoga. Hablaba con máscara puesta. Como todos los presentes.
“Las órdenes son claras y debemos respetarlas”, decía con sabiduría. Y no se refería sólo a las instrucciones del gobierno respecto al cierre y la pandemia, sino a las fuentes judías. “Venishmartem meod lenafshotejem” dice citando el versículo 15 del cuarto capítulo de Deuteronomio (Dvarim): Guardad mucho vuestras almas. En traducción libre, cuídense mucho. Cuiden mucho vuestras vidas. Agrega “Lo taamod al dam reéja” (Levítico, o sea Vaikrá, capítulo 19, versículo 16) o sea “no atentarás contra la vida de tu prójimo”, aunque claro que no es una traducción literal. Y todo está relacionado al muy conocido “veahávta lereajá camója”, amarás a tu prójimo como a ti mismo.
“No importa si personalmente estamos de acuerdo con las instrucciones. Tampoco importa si no las entendemos plenamente. Debemos cuidarnos. Claro que no es cómodo estar con máscara. No es cómodo hablar con máscara ni tampoco rezar con máscara. Pero debemos hacerlo no sólo para cuidarnos a nosotros mismos sino a los demás. No tenemos derecho a poner a otros en peligro. ¿Y si pasa a nuestro lado alguien que puede estar en un grupo de riesgo y se enferma porque nosotros estamos sin máscara? Cuidémonos. Por nosotros y por los demás”.
Los hombres asentían. Uno sentado sobre el borde de un cantero de flores. Algunos en sillas dispersas con cuidado manteniendo la distancia, y otros parados. Algunos con el libro de oración, la mayoría simplemente con el alma dispuesta a escuchar.
Yo ya estoy ansiosa por el Kol Nidrei del domingo .
Gmar Jatimá Tová para todos.