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La política exterior estadounidense necesita reajustar su brújula moral

Por Dr. Reza Parchizadeh

Estados Unidos parece haber perdido la visión moral que alguna vez guió su política exterior, un cambio con profundas implicancias para la seguridad de la nación y la democracia en todo el mundo. En el siglo pasado, el papel de Estados Unidos como defensor de la democracia y los derechos humanos fortaleció su posición global y promovió un orden internacional más estable. Sin embargo, decisiones recientes sugieren un alejamiento de ese camino, poniendo en riesgo el liderazgo global a largo plazo de Estados Unidos.

Cuando el presidente Obama se abstuvo de apoyar los levantamientos democráticos en Irán y Siria, dejó atrás a poblaciones que luchaban por la libertad frente a dictaduras brutales, lo que socavó la credibilidad de Estados Unidos en el apoyo a los derechos humanos. De manera similar, la retirada de Afganistán bajo el presidente Biden devolvió el control al Talibán, revirtiendo años de avances en derechos de las mujeres y libertades civiles. Ahora, con el presidente electo Trump potencialmente preparando una reducción en el apoyo a Ucrania frente a la agresión rusa, cuando vuelva a la Casa Blanca en enero de 2025, la política exterior estadounidense corre el riesgo de otro retroceso, uno que podría determinar el destino de la soberanía de Ucrania y, por extensión, la resiliencia de la democracia en Europa.

Estas crisis, aunque aparentemente lejanas de las costas estadounidenses, ilustran un patrón más amplio y preocupante: el retiro gradual de Estados Unidos del liderazgo global y su menguante compromiso con la defensa de la democracia liberal en todo el mundo. La influencia global de Estados Unidos se construyó no solo sobre su poderío militar o económico, sino también sobre una misión moral, un compromiso con la democracia liberal que moldeó el orden internacional tras la Segunda Guerra Mundial.

La reciente reticencia a seguir ese camino pone en riesgo un legado cuidadosamente construido después de aquel conflicto, cuando Estados Unidos emergió no solo como una superpotencia, sino como el principal defensor de la democracia y la estabilidad global. Al retirarse del escenario mundial, Estados Unidos corre el riesgo de crear un vacío de poder que los regímenes autoritarios están ansiosos por llenar, dejando a un país más aislado y vulnerable frente a nuevas amenazas a largo plazo.

A lo largo de su historia moderna, Estados Unidos ha ejercido su autoridad moral como una fuerza poderosa en su política exterior. Promover la democracia ha sido tanto una estrategia para garantizar los intereses estadounidenses como una forma de avanzar en las libertades universales. Como argumenté en mi tesis doctoral, este enfoque refleja una alineación entre el interés nacional y la responsabilidad moral, fundamentada en los valores esenciales de Estados Unidos.

Estos valores se inspiran en ideales del Renacimiento y la Ilustración, así como en principios judeocristianos que celebran la libertad individual y la dignidad humana. Estos ideales, que tienen tanto un carácter secular como espiritual, están plasmados en documentos fundamentales de Estados Unidos, como la Declaración de Independencia y la Constitución.

Desde sus inicios, Estados Unidos ha enmarcado sus conflictos definitorios como luchas morales para restaurar la justicia humana y divina. La Guerra de Independencia, por ejemplo, no fue solo una lucha por la independencia, sino una batalla contra la tiranía y en defensa de los “derechos inalienables otorgados por un Creador”, un concepto profundamente influido por el filósofo de la Ilustración John Locke.

De manera similar, la Guerra Civil, aunque centrada en cuestiones de economía y soberanía, fue transformada en una cruzada moral por el presidente Lincoln gracias a su oposición a la esclavitud. Al vincular la guerra con la liberación de los esclavos, Lincoln sentó las bases para unos Estados Unidos fundamentados en la igualdad y la dignidad humana.

Esta base moral definió la participación de Estados Unidos en los conflictos globales a lo largo del siglo XX. En ambas guerras mundiales, Estados Unidos intervino no necesariamente por interés propio, sino por un sentido de deber para preservar la democracia. El presidente Roosevelt presentó la lucha contra el nazismo y el fascismo como una batalla entre el bien y el mal, reforzando la convicción nacional de que la democracia debe prevalecer a nivel global.

A través de sus esfuerzos bélicos, Estados Unidos creó un orden mundial en el que los valores liberales podían prosperar. Las Naciones Unidas y su Declaración Universal de los Derechos Humanos son frutos de esa visión moral estadounidense, cuyo legado sigue definiendo el orden internacional hasta el día de hoy.

La Guerra Fría subrayó aún más el compromiso de Estados Unidos con la promoción de la democracia liberal. En contraste con la ideología comunista, que colocaba al estado leviatánico por encima del individuo, Estados Unidos defendió el derecho de cada ser humano a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Presidentes demócratas y republicanos, tan distintos como Kennedy y Reagan, destacaron por igual la importancia de esa visión moral en la lucha del mundo libre contra el comunismo.

Ese compromiso filosófico, más que el mero poder tecnológico o económico, fue lo que permitió a Estados Unidos ganar la Guerra Fría y propició la expansión de la gobernanza democrática en muchas partes del mundo.

Hoy, sin embargo, esa visión moral está desvaneciéndose en la política exterior de Estados Unidos. Esta deficiencia surge de un declive significativo en el apoyo bipartidista para promover la democracia a nivel mundial. Los crecientes desafíos internos, junto con los fracasos percibidos en recientes proyectos de construcción de naciones en el extranjero, han disminuido el interés del público y de los responsables políticos estadounidenses en fomentar la democracia fuera de sus fronteras. Esto ha desencadenado una tendencia aislacionista en la política exterior de Estados Unidos, quizás no vista desde la década de 1930.

Si Ucrania sucumbe a la agresión rusa, las consecuencias podrían ser de gran alcance, desestabilizando gran parte de Europa del Este y del Norte y sentando un precedente para la expansión sin control del autoritarismo del Kremlin hacia Occidente. Un escenario así generaría un efecto dominó, amenazando la seguridad democrática de los estados bálticos, el Cáucaso y, potencialmente, Europa Central, planteando el mayor desafío a la democracia en Europa Occidental desde la Segunda Guerra Mundial.

Un colapso de la resistencia democrática en Ucrania también podría alentar a China a expandir su influencia en el Asia-Pacífico. Si Estados Unidos y sus aliados muestran vacilación en Europa, Pekín podría aprovechar la oportunidad para imponer su dominio sobre Taiwán y ejercer presión sobre Japón, mientras que Corea del Norte podría sentirse motivada a dar pasos agresivos contra Corea del Sur. Las repercusiones podrían extenderse tan al oeste como India y tan al sur como Australia. Las graves consecuencias pondrían en peligro décadas de avances democráticos en el Indo-Pacífico y podrían desestabilizar una región crucial para la economía y la seguridad global.

Además, una posible retirada de Estados Unidos de la OTAN, más allá de envalentonar a adversarios externos, tendría un alarmante potencial para fracturar Europa internamente. Este movimiento podría fortalecer a las facciones pro-rusas dentro de la Unión Europea, alentándolas a buscar vínculos más estrechos con Moscú y marginando a los partidos pro-democracia y pro-estadounidenses. Un giro europeo hacia el este colocaría una tensión duradera sobre Washington y sentaría las bases para un cerco estratégico alrededor de Estados Unidos.
1.    Así, aunque tanto demócratas como republicanos parecen reacios a defender los valores liberales en el extranjero, el auge mundial del autoritarismo exige un renovado compromiso de Estados Unidos con los derechos humanos y la democracia. Ahora más que nunca, Estados Unidos necesita reajustar su brújula moral, reafirmar sus fundamentos éticos en la política exterior y priorizar la promoción de los ideales democráticos en el mundo. Este compromiso renovado con la democracia no solo es esencial para preservar la posición de liderazgo global de Estados Unidos, sino también para mantener un mundo más libre y seguro.


*Reza Parchizadeh, PhD, es teórico político, analista de seguridad y experto cultural. Escribió su tesis de maestría sobre la historia de Oriente Medio y la filosofía orientalista, y su disertación doctoral sobre el pensamiento político y los estudios culturales en el mundo angloparlante, defendiendo ambas con distinción. Parchizadeh forma parte de los comités editoriales de The Journal for Interdisciplinary Middle Eastern Studies de la Universidad Ariel de Israel y de la agencia de noticias global Al Arabiya Farsi. Además, es corresponsal del comité internacional para la World Shakespeare Bibliography, un proyecto conjunto de la Universidad Johns Hopkins y la Asociación Estadounidense de Shakespeare.
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