Por Roberto Cyjon
Siendo un niño, con la Escuela Eduardo Acevedo Nº 127 fuimos a visitar al Museo Zorrilla de San Martin. Recorrimos la majestuosa casona y hermoso parque contiguo y me detuve ante una placa. En ella decía: “Vivir se debe la vida de tal suerte que viva quede después de la muerte”. La recordé en mi mente como estampada a fuego. Presentí en esos momentos de ingenua infancia, que más allá de cierta picardía de trabalenguas en aquella primera impresión, detrás había un gran mensaje.
Querida Charlotte, así has vivido tu vida, la cual ya permanece viva después de tu partida. Nos dejaste, pero no nos abandonaste. Ese es el singular privilegio de las grandes personalidades y tú eres una de ellas. Dudo si dirigirme a ti en pasado o en presente. Tu pasado será tan vigente que supera la disyuntiva del tiempo elegido.
Te conocí en los tempranos 80’s en que me presenté a ti como joven ingeniero. Desde ese mismo momento fuiste amable conmigo y forjamos una sólida amistad a través de décadas, extendida a toda tu familia. Tu figura se fue acrecentando en múltiples categorías a nivel local e internacional y nunca perdiste la ocasión de brindar un apoyo, un consejo, una charla enriquecedora.
Mientras milité en la comunidad judía del Uruguay y avanzaba en mi profesión, siempre encontré en tu despacho un espacio de sabiduría. Aprendí de tu sutileza política en la mejor concepción del término. Sutileza aplicada con refinamiento en ocasiones, con determinación y orden en otras, con una paciente capacidad de escucha y análisis, y una variedad de proyectos encadenados. Este último es un aspecto destacable de tu enorme jerarquía. Fuiste un modelo de concreción, acción y continua proyección.
Te agradezco la oportunidad de haberme abierto las puertas al Departamento de Estudios Judaicos de la Universidad ORT. Guardo en mi corazón entrañables momentos de sintonía espiritual y cultural compartidas contigo en significativas dimensiones humanistas. Ello forma parte de tu gigantesco legado, el de una mujer judía, culta, dinámica, de mano abierta y brazo extendido devenida uruguaya con orgullo y compromiso. Ya te has configurado en un emblema de nuestra comunidad y del Uruguay todo. Así seguirás siendo homenajeada, como lo fuiste, merecidamente, en vida.
Te extiendo un prolongado abrazo. Te llegará como un susurro cariñoso...hoy acongojado, pero mañana grabado en una cálida y permanente sonrisa.
Gracias Charlotte por tanto. Hasta siempre.