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La estación

Por Aitor de la Villa Fernández

Pocas batallas generan tanta desesperación como aquellas que se libran contra las distintas Hidras de Lerma; monstruos que emergen inesperadamente de cada ciénaga con cabezas que, al ser cortadas, renacen con mayor fuerza. Es, en sí misma, la concepción de infinitud ante un peligro lo que nos afecta y conduce inexorablemente a la melancolía. Desconozco si es el futuro lo que nos atemoriza o la propia reminiscencia; en definitiva, el desgaste de la persona ante la impotencia que genera un mal que creía erradicado. 

Hoy, 27 de enero, Día Internacional de Conmemoración del Holocausto, recordamos las vidas robadas en Auschwitz, Sobibor o Treblinka dentro de la dinámica denominada por los nazis como “solución final judía”. Es, en sí, un día para la memoria; que a su vez puede ser cronista o activa: el relato de unos hechos trágicos, con una percepción forzosamente condicionada a la distancia física y temporal; o bien el examen de las causas. El análisis descontextualizado de unos hechos o un minucioso estudio de las motivaciones que imperaban en aquella época. La estación frente a la vía férrea. La llama oscilante o la que ilumina con fuerza el camino.

Cuando despertó el nazismo la judeofobia todavía estaba ahí; y, lamentablemente, como dijo Wiesel, después de la caída del régimen nazi, sigue donde estaba. Se ha bifurcado como las vías de un tren; y esas, consecutivamente, en otros ramales. Ha tomado direcciones diferentes, ha llegado a los rincones a los que antes no accedía y de nuevo el monstruo ha vuelto a nosotros, incrédulos. Y con él, la eterna impotencia; la perpetua melancolía.

El monstruo necesita un nombre, ser depojado del escudo de la abstracción, una medición concreta de su tamaño. Si no, no habrá forma de combatirlo. En este sentido la IHRA —International Holocaust Remembrance Alliance— adoptó en 2016 la siguiente definición práctica: «El antisemitismo es una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto».

Esta definición, denostada de forma previsible por los de siempre, es de vital importancia. Se refiere no sólo a las personas, a los judíos, sino a sus instituciones. Es la descripción que saca de su comodidad a quienes han mutado del antisemitismo clásico al antisionismo. "Yo no soy antisemita: soy antisionista". ¿Aceptaríamos el reproche a un vasco de Idaho por una decisión tomada por el Gobierno Vasco? ¿el boicot a artistas, pensadores, empresarios o trabajadores vascos por el mero hecho de serlo? Vascos, nacidos en Zumaia o Helsinki. ¿Qué no diríamos? ¿cómo reaccionaríamos si se le aplicara a Euskadi un tamiz más fino que a otras democracias? ¿más fino incluso que el que se le aplica a las dictaduras teocráticas, a los regímenes totalitarios? Posiblemente nos indignaríamos y denunciaríamos, de forma unánime, la fobia a lo vasco. 

A pesar de ello, cuando esta dialéctica pone en el blanco al Pueblo y al único Estado judío —y democrático, tanto como judío—, en el año 2021, se demuestra, una vez tras otra, que es un discurso que goza de buena salud. También cierto prestigio, en el altavoz de una parte de la izquierda. No hace falta decir en la extrema derecha, tradicional impulsora de libelos y teorías conspirativas. Pervive la acusación de infidelidad de Dreyfus y la anomalía de ser extranjero en la propia tierra, el quinta columnismo.

Aunque los campos de exterminio fueran liberados, siguen apareciendo pintadas nazis en cementerios judíos; siguen las proclamas de dirigentes islamistas llamando al asesinato. Según la encuesta de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales, el 30% de los judíos europeos ha sido víctima de una agresión; el 89% piensa que ha crecido el odio hacia ellos. Llevar kippa supone un riesgo en muchas de nuestras calles, inasumible para muchos de ellos. Cada viernes policías armados custodian las sinagogas. Aquí, en Europa.

En todo caso, más allá de la conmemoración de la tragedia y del sufrimiento, hoy también es un día para celebrar algo: La vida. No lo consiguieron. No lo conseguirán. Después de todos los pogromos, Holocausto, amenazas y atentados, el Pueblo de Israel sigue vivo. Am Yisrael Chai.

 

 

 

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