La opinión pública israelí-o sea la mayoría que hace servicio de miluim (reserva) en las Fuerzas de Defensa de Israel, que trabaja, paga impuestos, y lleva sobre sus hombros el desarrollo del país- está en ebullición. Aclaramos antes de explicar: esto cruza líneas partidarias. Están furiosos israelíes de centro, izquierda y derecha, laicos, religiosos y tradicionalistas. Por un baile. Por unas canciones. O mejor dicho por lo que ese baile y esas canciones simbolizaron. Por el escándalo que envuelve al Ministro de Vivienda Itzjak Goldknopf, ultraortodoxo (haredí) quien fue filmado en la boda de un familiar bailando al son de una canción que decía “no creemos en el régimen (o gobierno, poder) de los herejes” y “moriremos pero no nos enrolaremos”.
En realidad, no es por el baile evidentemente sino por lo que reflejan esas canciones, que antes eran consideradas representantivas del sector más extremista dentro de la sociedad haredí y ahora se han convertido en corriente central.
El ministro se disculpó, expresó pesar, dijo que no está de acuerdo con esas canciones pero que no se fue de allí para no ofender a la familia de la pareja. Digamos que estuvo en una situación incómoda de la que no supo cómo salir. Digamos. Supongamos, aunque este ministro tiene en su haber numerosos comentarios y declaraciones que dejan en claro que está desconectado de la realidad del país, o mejor dicho, que le importa sólo la de su sector. Pero lo más escandaloso e inaceptable es lo que transmiten esas canciones, que los participantes en esa boda hayan tenido el tupé de cantarlas alegremente sabiendo que 1.800 personas fueron asesinadas y cayeron en combate desde el 7 de octubre, que el país está en guerra y ellos no hacen nada para lidiar con el desafío que eso impuesto al país, y más que nada que el Primer Ministro Netanyahu no haya destituido a Goldknopf esa misma noche.
El sector ultraortodoxo (haredí) constituye aproximadamente el 13.5 % de la población de Israel pero en su enorme mayoría no participa en el esfuerzo nacional por proteger al país, al rehusar reclutarse a las Fuerzas de Defensa de Israel. Hay sí soldados del sector haredí y lamentablemente también ha habido caídos en la guerra. Pero los números son ínfimos. Todos los gobiernos de Israel pecaron al no hallar una solución al respecto, pero la situación alcanzó extremos sin precedentes en el gobierno actual, en el que el Primer Ministro Biniamin Netanyahu ve en los partidos ultraortodoxos que son parte de su coalición un aliado del que no puede prescindir bajo ningún concepto para mantenerse en el poder.
El singular agravante en la situación nacional es que a la larga saga de la problemática actitud de este sector en lo relacionado al servicio militar obligatorio, un pilar de la defensa nacional, se agregó el 7 de octubre con todas sus terribles derivaciones. Uno de los resultados prácticos fue que las FDI perdieron numerosos efectivos en combate, un total de casi 850 soldados. En una situación en la que son varios los frentes de guerra con los que hay que lidiar, esto es insostenible. Se precisa más combatientes. Ya no alcanza “un ejército pequeño e inteligente”, el lema del que se habló mucho tiempo.
En los últimos meses fueron enviadas a jóvenes haredim en edad de enrolarse, cerca de 10.000 órdenes de reclutamiento, pero únicamente 177 se presentaron, o sea menos del 2%. Eso es una bofetada al país, a la ciudadanía, a los combatientes, a todos los soldados que los protegen también a ellos, y por supuesto a los miles de reservistas que estos días están nuevamente recibiendo llamados a volver a sus unidades, en muchos casos después de más de 300 días en la reserva.
No olvidamos que hay también seculares que tratan de esquivar el servicio, por supuesto. Pero esto es una exención en masa, es otra cosa totalmente distinta. Y de la ciudadanía árabe no se habla, es otra situación, aunque creemos que también deberían tener la obligación de aportar a la sociedad a través de un servicio comunitario civil.
No tenemos dudas que hay entre los jóvenes haredim quienes están auténticamente convencidos de que estudiar la Torá protege al pueblo de Israel. Y nadie pretende ni concibe obligar a nadie a abandonar el estudio de la Torá, que sin duda ha cumplido un papel importante en la historia del pueblo judío y ha ayudado a preservar la identidad judía.
Pero no viven en una isla, son ciudadanos del Estado, y deben participar en el esfuerzo nacional por defender al territorio y al pueblo. Es más: son numerosos los rabinos y judíos observantes en general que destacan que el comportamiento de quienes rehúsan enrolarse no corresponde con los valores judíos ni de la propia Torá.
La culpa la tienen los rabinos y líderes políticos de los partidos ultraortodoxos cuya línea es opuesta al enrolamiento y que ni siquiera trata de facilitar el de aquellos que se sabe que de hecho no estudian en las yeshivot, los institutos de estudios rabínicos superiores, sino que simplemente esquivan el servicio. No quieren que se alejen de la vida religiosa y cualquier cosa parece aceptable para ellos para garantizarlo.
Pero la máxima responsabilidad por esta situación la tiene el gobierno actual, por dos razones muy concretas. Por un lado, Netanyahu y su coalición impulsan la promulgación de una ley que perpetúe definitiva y formalmente la exención de los jóvenes ultraortodoxos en edad de enrolarse. Y por otro, no sólo que no les presionan a ser partícipes del esfuerzo ineludible por la defensa nacional sino que encima los “premian” con presupuestos especiales y todo tipo de beneficios que simplemente no merecen.
¿Por qué kibutzim destruidos en la masacre, especialmente Nir Oz, tienen que esperar donaciones del mundo judío para tener el presupuesto necesario para empezar de nuevo, mientras que en el presupuesto nacional que el gobierno aprobó y que se pone a votación definitiva esta semana en la Kneset (Parlamento), incluye todo tipo de fondos especiales a las yeshivot, a diferentes instituciones religiosas ultraortodoxas y hasta exime solamente a los haredim del recorte del 10% de sueldos en el sector público que sufrirán todos los demás funcionarios del Estado? ¿Qué derecho tienen a esa actitud?
Es un absoluto escándalo, producto del deseo del gobierno de mantenerse en el poder a cualquier precio.
Como hemos escrito repetidamente, el gobierno actual fue electo democráticamente. Pero eso no da legitimidad a cualquiera de sus decisiones. Y está claro que la política que lleva a cabo en el tema haredí, es una vergüenza nacional. Es más: es una traición a todos los ciudadanos que trabajan, aportan y arriesgan su vida para proteger al país.
Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai
(25 de Marzo de 2025)
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