Ana Jerozolimski / Directora Semanario Hebreo JAI

Editorial

En estos días tan duros, imaginen…


Imaginen qué habría pasado si los terroristas de Hamas no se hubieran equivocado al programar las cargas explosivas en 5 ómnibus de línea en Bat Yam y Holon al sur de Tel Aviv-tres de las cuales estallaron, mientras las otras dos fueron halladas a tiempo-y si en lugar de a las 9 de la noche de este jueves, hubieran sido detonadas a las 9 de la mañana de este viernes. Cabe suponer que esa, minutos más, minutos menos, fue su intención.

Cinco ómnibus repletos de pasajeros, en el movimiento típico del comienzo  del fin de semana en Israel.

Imaginen cuántas familias más estarían llorando.

¿Saben cuánto habría aportado ese daño a la “causa palestina”? Cero. Absolutamente nada. Sólo dañaría a los propios palestinos, ya que también los no involucrados directamente pagan un precio cuando se toman medidas de seguridad ineludibles, que cualquier país normal debe tomar si quiere vivir.

Imaginen cómo crecerán los bebés  y niños que este jueves fueron llevados por sus padres al festival de la entrega de los cajones con los cuerpos de los israelíes secuestrados. ¿Felices? ¿Con valores? ¿Con las herramientas necesarias para crecer sanos en mente y alma? No lo creo.

¿Qué les habrán dicho sus padres? ¿Que van a festejar el asesinato de niños judíos porque eso es el buen Islam? ¿Que su vida será mejor por la muerte de civiles secuestrados, de niños como ellos? 

Me pregunto en serio…¿qué seres humanos conciben esos monstruos que serán sus hijos, si ellos consideran que es legítimo, deseable, divertido, señal de victoria, haber participado en el horror de este jueves de mañana en Beni Suhila al sur de Gaza? Entregan cuerpos en cajones con el texto “detenido el 7 de octubre”-en lugar de, por ejemplo, “civil secuestrado de su cama”, introducen material de propaganda islamista en los cajones, ponen música alegre de fondo…y la multitud aplaude.

Así funciona una sociedad que crece con odio, en la que el deseo de eliminar a Israel es mucho más fuerte que el de dar buena vida a sus hijos.

Les confieso: yo no odio a los palestinos. Pero desprecio los valores en los que se crían, las metas que glorifican, su forma de ver la vida y el valor que dan a la muerte. No odio a los palestinos porque no crecí con ese sentimiento. Nunca. Tampoco lo transmitiría a mis hijos y nietos. Me inspiran furia, claro que sí. Y cada vez menos lástima.

 

Estoy segura también ahora que hay palestinos que quisieran otra cosa, que no concordaron con la masacre ni con todos los teatros del horror que ponen en escena los terroristas una y otra vez al liberar secuestrados, vivos o muertos. Pero realmente, eso no tiene ningún valor si nadie dice o hace nada. Y además, parece que son muchos menos de los que yo pensaba antes. No sé dónde están porque por algo no se animan a hablar.

Como escribió el ex Embajador de Israel en la ONU Gilad Erdan: hasta en la Alemania nazi hubo alemanes que salvaron judíos, arriesgando sus vidas. En Gaza, ni uno salvó a un secuestrado ni hizo nada para ayudarlos. Y entre ellos hubo muchos en casas particulares. También casi 40 menores de edad.

Qué diferente sería todo si los palestinos no fueran educados en el odio. Si en lugar de secuestrar y asesinar en cautiverio al octogenario Oded Lifshitz del kibutz Nir Oz, él hubiera podido seguir con su vida, abocado al esfuerzo por garantizar convivencia pacífica con los vecinos de Gaza. Tan solo 9 días antes del terrible 7 de octubre había alcanzado a hacer otro de sus viajes con una familia palestina a la que recogió de la frontera con Gaza para trasladarla al hospital Sheba en Israel donde su hija pasaba un tratamiento médico. ¿A cuántas familias palestinas más habría ayudado si no hubiese sido secuestrado?

Qué diferente sería todo si los palestinos quisieran a sus hijos más de lo que odian a los nuestros.

Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai
(20 de Febrero de 2025)

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