Ana Jerozolimski / Directora Semanario Hebreo JAI

Editorial

Siempre con ojos bien abiertos


Jerusalem volvió a ser este sábado por la noche escenario de un cruento atentado terrorista que dejó a 8 civiles heridos, 2 de ellos de gravedad. Especialmente espeluznante es el caso de una mujer de 38 años, embarazada, a la que el atacante le disparó en el vientre acercándose a distancia cero de su coche. Este domingo de mañana fue necesario hacer nacer a la criatura prematuramente. Tanto la madre como el bebé están internados aún en grave estado, rodeados de oraciones por un desenlace positivo del drama.

Seis de los heridos son turistas de Estados Unidos.

El atacante, un palestino de 25 años, Amir Sidawi, con antecedentes penales aunque no de acciones de terrorismo, se entregó este domingo de mañana a la Policía en Jerusalem, al parecer comprendiendo que era sólo cuestión de tiempo hasta que lo capturaran  y estimando que le sería más conveniente presentarse él mismo y confesar que él era el autor del atentado.

Se estima que actuó solo, o sea no como enviado de una organización, no como parte de una célula ordenada de uno de los grupos terroristas. La salvedad al respecto es que a diferencia de lo que ocurre en casos de ataques con armas blancas, que suelen ser especialmente accesibles a cualquiera en cualquier casa-cuchillos de cocina, destornilladores, navajas- este atentado fue cometido con un arma de fuego. De alguien lo compró o lo recibió, aunque eso no significa que haya una gran organización por detrás.

El terrorismo suele actuar por una combinación de motivación y oportunidad.  No necesariamente en forma organizada y ordenada. Los atentados que son obra de los así llamados “lobos solitarios”,  lo reflejan de forma especialmente clara. Alguien radicalizado por algo que vio en las redes sociales, por programas incitadores en medios de comunicación palestinos o por algún problema que tuvo con algún israelí, puede salir de su casa con un cuchillo de cocina y perpetrar un atentado. El odio es el nervio motor, aunque también ha habido numerosos casos en los que quedó claro que los responsables de atentados eran jóvenes –o inclusive mujeres ya adultas- que lidiaban con situaciones personales complejas y estaban convencidos de que atacando judíos, especialmente si lograban matar alguno, ganarían un reconocimiento público que de otra forma nunca conseguirían.

El terrorismo en general no piensa que logrará el objetivo máximo de los grupos extremistas, borrar a Israel del mapa. Quieren matar lo más posible, aterrorizar, alterar la normalidad de la vida diaria.

Israel tiene una resiliencia especial para seguir adelante, para levantarse después de las tragedias y empujar para continuar viviendo en medio de los grandes dramas.  Claro que quedan marcas, pero el encare general es tratar de no dejarse caer. En la época de los atentados suicidas, poco después del atentado, el lugar estaba arreglado, no se perpetúan las señales del atentado para victimizarse, aunque no se olvide.

La vida sigue y es ineludible. Es bueno y ayuda, aunque muchos procesos emocionales van por dentro. Y al mismo tiempo, no se puede ni debe minimizar el significado de los ataques ni el hecho que son preocupantes.

Hay que estar con los ojos abiertos y siempre atentos. No andar pensando que a la vuelta de la esquina viene un terrorista pero sí conscientes de que mientras la gente normal quiere vivir, hay quienes quieren matar. Es una combinación nada sencilla, vivir intensamente y estar prontos al mismo tiempo para cualquier eventualidad.

Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai
(14 de Agosto de 2022)

Editoriales anteriores Ver mas

Esta página fue generada en 0.0715661 segundos (2762)
2025-02-24T03:11:49-03:00