Ana Jerozolimski / Directora Semanario Hebreo JAI

Editorial

Cuando una madre suena como un monstruo


Con voz suave y tranquila, sin ningún gesto que la muestre alterada, la madre de Diaa Hamarshe, el terrorista que asesinó el martes 29 de abril a 5 personas en Bnei Brak, se dice orgullosa. Si bien dice estar triste porque su hijo ya no está, asegura estar feliz porque él se convirtió en “shahíd”. Describe el orgullo que sintió al verlo movilizarse por la calles “como si estuviera en su casa”, y por la puntería que tenía sobre sus “blanco” – o sea sus víctimas.

Evidentemente, no tengo ni idea qué le enseñó esta mujer a su hijo en vida. Quizás fue una buena madre. Pero si el espíritu de los valores que le transmitía concordaban con el mensaje que dejó en claro después de muerto, la conclusión no es alentadora. Las madres palestinas deberían ser las primeras en exigir que no se envenene la mente de sus hijos dando legitimidad  públicamente a la violencia y al asesinato de inocentes. 

Es que cuando al final, jóvenes palestinos se convierten en asesinos, la responsabilidad no es sólo suya. La responsabilidad es de todos aquellos que crearon un ambiente en el cual jóvenes crecen con el mensaje que asesinar judíos es un objetivo loable y que quien lo cumple se llena de gloria en camino al paraíso.  De todos quienes  llaman de “shahíd”, mártir, un término cargado emocionalmente de contenido positivo, a quien muere después de haber asesinado israelíes.

La responsabilidad es de todos aquellos que forman a la juventud palestina en una atmósfera que ensalza la muerte. En el muro de Facebook de Muhamad Taraireh, el asesino de la niña israelí Halel Yafa de 13 años que murió apuñalada en su cama el 30 de junio del 2016, él había afirmado días antes que  “la muerte es un privilegio”. Y después de revelarse  su identidad y confirmarse que él había cometido el sangriento atentado, la  red noticiosa local de Hebron citó a su madre diciendo: “Mi hijo es un héroe, me ha dado orgullo. Murió como mártir defendiendo a Jerusalem y la mezquita de Al Aksa. Preciado por Alá, mi hijo se ha sumado a los mártires que le precedieron. Con la voluntad de Dios, que todos sigan su camino , toda la juventud de Palestina. Alabado sea Alá”.

Con madres así ¿quién necesita enemigos?

La responsabilidad por todas las muertes es de todos los que reparten caramelos al enterarse de un atentado con muertos en Israel. Y de los que los educaron de modo que consideran que eso es lo normal, lo lógico, lo natural.

Es de quienes, aún sentados en puestos oficiales que les deberían hacer sentir el peso moral de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal, no condenan el asesinato .En el mejor de los casos , y no siempre, lanzan alguna frase general como “estamos en contra de la muerte de inocentes de cualquier lado”. 

En realidad,  todos los terroristas asesinos tendrían que haber crecido en un hogar muy especial, como para pensar que todo lo que oyen a su alrededor es mentira. Que no puede ser que los rabinos judíos manden envenenar pozos de agua. Que no puede ser que Israel robe órganos de palestinos muertos en enfrentamientos. Que no puede ser que Israel distribuya drogas para corromper a la juventud palestina. 

Tendrían que haber estado hechos de acero, para resistir la propaganda que afirma entre otras mil mentiras, que Israel quiere apoderarse de la mezquita de Al Aksa, olvidando quienes lo alegan que los únicos que tienen permitido orar allí son los musulmanes, y que la propia policía israelí impone a los judíos  la prohibición de rezar en el lugar , a fin de preservar el delicado “status quo”. No sea cosa que alguien se enoje y empiece de nuevo a acuchillar.

Pero no...ninguno de los terroristas es de acero. Tampoco lo era Muhamad Taraireh que creía al parecer que si los mayores, entre ellos sus propios líderes, dicen tal y cual cosa, debe ser cierto. Y que si es así, lo mejor que puede hacer para  mejorar su vida en medio de tantos problemas y conspiraciones, sería matar a una adolescente judía mientras dormía, apuñalarla ocho veces y dejar su pieza llena de sangre. 

Y esto no tiene nada que ver con las discusiones políticas legítimas sobre  cómo resolver el conflicto israelo-palestino. Esto no tiene nada que ver con lo bueno que sería ver a un Estado palestino independiente conviviendo en paz con su vecino Israel, algo que no se concretará mientras la vía sea el terrorismo. 

“Ellos adoran la vida, así como nosotros adoramos la muerte”, dijo años atrás, en Gaza, Fathi Hamad, en aquel entonces Ministro del Interior de Hamas .

Pero la idea la están siguiendo no sólo miembros de la organización islamista.

El grito de horror sale de los funerales, como aquel del 2016 en el cementerio judío de Hebron, cuando Rina, la madre de Halel,  decía entre desesperados sollozos que no existen las palabras para despedir a una flor de 13 años . Pero nada va a cambiar hasta que el grito de horror no salga de las madres palestinas. Ellas deben ser las primeras en gritar .No para proteger a los judíos. Deben ser las primeras en decir “basta”, para proteger a sus propios hijos, para que ninguno de ellos piense , como dijo Muhamad Taraireh en aquel momento, que “la muerte es un privilegio” y como dijo la madre de Diaa Hamarshe esta semana, que está feliz porque su hijo se convirtió en “shahíd”.

Y, la verdad, pienso en un alternativa: que ninguna de estas madres palestinas sienta realmente lo que dice y que lo diga porque sabe que eso es lo que quiere oir la sociedad en la que vive. También eso sería un horror.

Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai
(1 de Abril de 2022)

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