Independientemente de lo que ocurra en los próximos días, semanas y meses-si no años- en relación al futuro de Biniamin Netanyahu, este lunes 5 de abril simboliza el drama que está viviendo Israel.
Mientras en Beit HaNasí, la residencia oficial del Presidente de Israel, estaba por comenzar la intensa jornada de consultas de Reuven Rivlin con las delegaciones de todos los partidos electos en relación a la formación de la nueva coalición de gobierno, en la sala del Juzgado de Distrito de Jerusalem estaba comenzando la fase probatoria en el juicio del Primer Ministro por sospechas de corrupción.
Cuando llegó a Beit HaNasí la primera delegación, la del partido Likud-por ser la facción más grande de la Kneset electa el martes 23 de marzo- Netanyahu estaba escuchando a Liat Ben-Ari,representante de la Fiscalía, en su discurso de apertura.
La oyó asegurando que este juicio es por “corrupción en el poder”. Serán por cierto los jueces los que determinen, llegando el momento, si esa es en efecto la lectura correcta de todo lo que ha sido investigado.
Las palabras que pronunció son la luz de esta difícil situación, en la que un Primer Ministro en funciones se halla en juicio, por primera vez en la historia del Estado de Israel: “Todos son iguales ante la ley, y todos los seres humanos son iguales ante la Justicia y ante el Juez. El grande al igual que el chico. El rico al igual que el pobre. El distinguido al igual que el sencillo”.
Y agregó una cita de una de las leyes fundamentales básicas de Israel: “No hay sobre el tribunal ninguna autoridad salvo la autoridad de la Ley”.
Mucho se ha escrito y dicho en los últimos años sobre el debilitamiento de la democracia israelí. En efecto, ha habido intentos de legislación de espíritu no democrático y anti-liberal. La enorme mayoría simplemente no pasó, no fue aprobada. Pero la escena de este lunes en el Juzgado del Distrito de Jerusalem dejó en claro que hay una base fuerte. De lo contrario, el Primer Ministro Biniamin Netanyahu no habría sido el protagonista de esta historia.
Junto a esta luz, hay también sombras.
Es muy probable que por la situación política creada-reiteradamente- en las últimas elecciones, en la que ninguno de los bloques tiene mayoría clara para formar gobierno, el Presidente encomiende a Netanyahu la tarea de intentarlo, porque al parecer él será quien tenga la mayor cantidad de recomendaciones, aunque Rivlin ya aclaró que esa no es la única consideración. Dicho sea de paso, la ley no determina el criterio para decidir al respecto y sólo dice que se da ese encargo “a uno de los miembros de la Kneset”. La costumbre ha sido encomendarlo a quien tiene mayor probabilidades de lograrlo, lo cual ha ido en general de la mano de la cantidad de legisladores que recomiendan a cada uno.
Netanyahu tiene asegurados los 52 escaños del bloque que encabeza-de un total de 120-, mientras que quienes votaron por partidos opuestos a él o que al menos no se comprometieron a apoyarlo, están tan divididos entre sí que no se pusieron de acuerdo respecto al candidato alternativo para cambiar a Netanyahu.
Las “sombras” a las que hacemos referencia al mencionar este punto, son dos.
Una, la fragilidad del sistema político israelí por la que tras cuatro elecciones en dos años, tampoco se logró una determinación que ponga fin a esta saga. La otra, la problemática de que se pueda encomendar la formación del gobierno a quien está en juicio.
Es legal, pero no nos parece normal ni aceptable, porque esto coloca al país en una situación que por decirlo delicadamente, no es sana. El propio Netanyahu tenía razón años atrás, cuando siendo jefe de oposición exigió al entonces Primer Ministro Ehud Olmert, sospechoso de corrupción, dimitir, aunque no había aún decisión de imputarlo y ni siquiera recomendación de la Policía al respecto. Tenía razón al esgrimir el argumento que “en un país como Israel, el Primer Ministro no puede estar hasta el cuello inmerso en sus investigaciones”. La situación de Netanyahu hoy es mucho más comprometida que lo que era la de Olmert en aquel momento. Olmert dimitió el 30 de julio del 2008 y fue procesado recién un año después de su dimisión.
Así como Netanyahu le exigió a Olmert lo sensato en aquel momento, lo sensato ahora, cuando ya está en juicio, sería que se retire y luche por demostrar su inocencia como un ciudadano más.
Con estas palabras no estamos pensando siquiera si Netanyahu será o no hallado culpable. No tenemos ningún elemento para asegurarlo. Por eso, no nos gustó nunca que en las manifestaciones contra él aparecieran carteles con el texto “Crime Minister”. Si cometió o no un crimen, lo determinarán sólo los jueces. Como ciudadana, espero que sea hallado inocente, porque confío en que el tribunal hará justicia y dará su veredicto de acuerdo a la realidad de los hechos. Y porque no quisiera que el Primer Ministro de Israel sea declarado culpable en un juicio de “corrupción en el poder”, tal cual lo presentó este lunes la ya mencionada Liat Ben-Ari.
Otra sombra, que por ahora no se ha repetido este lunes, pero que apareció en demasiadas oportunidades en los últimos años, ha sido la línea adoptada por el Primer Ministro en respuesta a su imputación, y ya antes, a su investigación: un ataque frontal a la Fiscalía, el asesor jurídico del gobierno, los jueces,la Policía, todos los que de una forma u otra tienen algo que ver, acusando al sistema de inventar expedientes en su contra sin fundamento ninguno, para sacarlo del poder en lo que llamó “un golpe de estado judicial”. El Primer Ministro, que conoce bien el sistema, tiene todo el derecho del mundo de considerar que se lo está juzgando injustamente y de luchar para demostrar su inocencia. Pero no ensuciando a las instancias encargadas del cumplimiento de la ley, porque eso es debilitar al Estado de Israel.
Es clave tener presente la luz aquí mencionada, la igualdad ante la ley. Al mismo tiempo, nos preocupan las sombras.
Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai
(5 de Abril de 2021)
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