El recuerdo es importante, merecido, ineludible. Las oraciones por los muertos. Las ceremonias solemnes. Las velas recordatorias. Los actos en escuelas, comunidades, instituciones diversas. También todo lo que se dice y escribe este 27 de enero y sobre la fecha, Día Internacional de Recordación de las Víctimas del Holocausto.
Pero lo central es la apuesta por la vida de todos aquellos que lograron sobrevivir y que dedicaron los años posteriores a aquel horror, a formar nuevas familias, a seguir adelante, sin buscar venganza sino normalidad. Es imposible resumir en pocas líneas lo que aquello significó. Y más difícil aún nos resulta entender plenamente cómo es que habiendo salido de allí, pudieron seguir viviendo. Eso no es mera suerte ni casualidad. Lo es quizás la supervivencia física. Pero luego, el seguir adelante, el apostar por la vida, es una elección que imagino los sobrevivientes habrán tenido que tomar día a día, una y otra vez.
Y pienso en la uruguaya nacida en Polonia Ana Vinocur, de bendita memoria, que enseñó a recordar sin odiar y fue hasta condecorada por ello por la Embajada de Polonia en Uruguay. Porque enseñó con ejemplo, sin rencor, pero con digna firmeza.
Y en Frida Kovo de Medina oriunda de Salónica, que en su departamento de Tel Aviv nos contó hace muchos años cómo le explicaron, cuando buscaba a sus padres en Auschwitz, que “tus padres, los de todos, salieron por esa chimenea”. Y mientras esa señora mayor hablaba y se le caían las lágrimas recordando “a papá y mamá, a los que ya no volví a ver”, estaba rodeada de fotos de sus nietos en su comedor. Vivió hasta los 92 años. Al cumplir 90 tenía a su alrededor una gran familia y numerosos amigos.
Y pienso en Moshe Haelion al que entrevisté años atrás cuando estaba por cumplir 90…y ya el mes próximo cumple 96, disfruta de sus hijos, nietos y bisnietos y sigue siendo un símbolo. Este judío griego hoy residente en Bat Yam en Israel, traductor de grandes obras clásicas del griego al hebreo, oyó en aquellos oscuros años de la Shoá, de boca de un amigo, que su madre y su hermana habían sido asesinadas y pensó que había enloquecido. Pero siguió adelante.
Y recuerdo a Lidia Vago, nacida en 1924, que logró llegar a Israel después de la Shoá, contándome hace muchos años sobre las clases de literatura que intentaban organizar en el campo de concentración “para que no maten nuestro espíritu”.
Y en Mijael Goldman que pasó la Shoa en Polonia, llegó luego de la guerra a Israel, fue alto oficial de policía y participó en el equipo de investigación en el juicio a Adolf Eichmann condenado a la pena capital. Y en Abraham Grant, ex entrenador de la selección nacional de fútbol de Israel, que contó e un programa de radio sobre su padre, sobreviviente de la Shoá, que gritaba por las noches en forma desgarradora, pero en los días intentaba siempre irradiar alegría en el seno de la familia.
Y en Rita Weiss que perdió a más de 70 miembros de su familia, pero creó una nueva en Israel, y habló a nuestro micrófono sonriente, abrazada con su nieta Limor, su única venganza posible.
Y tantos, tantos, tantos más…
Recordemos a los que fueron asesinados y siguen vivos en la memoria nacional del pueblo judío. Y seamos conscientes del impresionante ejemplo de los sobrevivientes que pasaron lo peor y dedicaron su tiempo a vivir, crear y construir.
El pueblo judío recuerda siempre a sus muertos. Son nuestros muertos, aunque no los hayamos conocido. Pero su principal mensaje es la santidad de la vida y la apuesta por ella justamente en medio de la adversidad.
Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai
(27 de Enero de 2021)
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