Independientemente del momento, no es ninguna novedad ni singularidad que la llegada de jóvenes sionistas a Israel implique un contraste entre sus ideales y la realidad. No importa en cuántos seminarios y actividades hayamos participado, el hecho es que ningún libro de Hess o Syrkin podría reemplazar la experiencia vivencial en un kibutz, y no hay tal red social que nos ayude a dimensionar la vida dentro del conflicto como quizás lo puede ser intercambiar un par de ideas con un soldado en una base del ejército, un residente del Otef Aza (zona fronteriza israelí con Gaza) o un desplazado de Kiryat Shmona (frontera con el Líbano).
Esa sorpresa refuerza, debilita o simplemente cambia las convicciones previas, pero es un fenómeno que sucede en todas las generaciones.
Ahora bien, los horrores ocurridos el 7 de octubre y el cambio de paradigma que este representó para la sociedad israelí orprendieron a la misma en un marco interno más candente de lo normal. Sumado a los dilemas que podrían decirse “atemporales” para el país a lo largo de las últimas décadas, la reforma judicial lo encontró particularmente fragmentado y lo fragmentó más aún.
Posterior a la fecha, fue evidente la postergación del tema anterior y el enfoque en la unión y cooperación nacional. Decenas de cadenas de mensajes recorrían grupos de Whatsapp en búsqueda de desaparecidos, cientos de familias armaban cajas con comida y elementos básicos para soldados y miles de reservistas se ponían sus uniformes para partir a donde sea que los llamaran. Laicos, religiosos, izquierdistas, derechistas, todos. Nadie tuvo que fijarse en la etiqueta del de al lado para condenar lo que había sucedido y hacer algo al respecto.
Por nuestra parte, y tengo que agradecer a cada padre y madre que lo permitió, llegamos a Israel con 168 días de guerra. Conscientes de la situación pero igualmente colmados de expectativas, sin lugar a dudas sufrimos una disonancia entre lo que sabíamos y lo que descubrimos. En la tnuá (movimiento juvenil) aprendemos desde chicos el valor, la historia y la necesidad de la existencia de Israel, y a medida que vamos creciendo empezamos acomprender también sus problemas, sus debates y su resiliencia. Era difícil concebir como jóvenes judíos en la diáspora del siglo XXI, que Israel, hoy en día la Start-Up Nation, necesite allí mismo de nuestra parte.
Fue entonces que la primera semana de nuestro programa con Habonim Dror la dedicamos a voluntarizarnos en trabajos agrícolas en la localidad de Kadima, donde una cantidad significativa de trabajadores dejaron la actividad a causa de la guerra y consiguientemente los cultivos se vieron afectados y hasta estropeados. En esta ocasión no sólo vimos la disposición y facilidad respecto a recibir ayuda de otros en la localidad, lo cual habla de una naturalidad de tal gesto en la sociedad israelí, sino que también fue increíble la cifra y variedad de judíos de todos los lugares del mundo que uno se pueda imaginar que venían a colaborar sin recompensa más que un “todá rabá” (¡Gracias!).
Éramos dos uruguayas junto con brasileños, argentinos, mexicanos, estadounidenses, australianos, ucranianos, israelíes y muchos más, juntando frutillas en el campo bajo el sol de mediodía. Unos charlaban,algunos estaban inmersos en sí mismos, y otros cantaban canciones en hebreo, que afortunadamente tenemos en común, para pasar el rato, pero estoy segura de que cada uno estaba allí con el mismo propósito. Y así fue nuestra primera impresión de la solidaridad: compartiendo un lugar repleto de jóvenes de todos los continentes, planes, comunidades y movimientos dispuestos a contribuir.
Dicho esto, luego de tal emocionante introducción entramos a un campo más desconocido e inmensamente más complejo: el contacto constante con israelíes de todas las edades y posturas ideológicas posibles. Comenzamos nuestros tres meses de etapa de kibutz en Revivim en el desierto del Negev, seguidos de dos campamentos juveniles como líderes de adolescentes, comuna en Kiryat Haim cerca de Haifa, en donde me voluntaricé en un hogar para adultos mayores y actualmente estamos en la etapa final, el Majón para Madrijim (Seminario para Líderes) en Jerusalem. Se podría decir que fue de todo un poco, así que nos dimos el lujo de compartir conversaciones y hacer un millón de preguntas siempre que se dio la ocasión. Es verdad que con el pasar de los meses se desarrolló otro tipo de discusión a raíz de alternativas a futuro, aunque aun así surge un aspecto esperanzador: una potente movilización política de la población general. Hablando, nos dimos cuenta que en esencia la mayoría tenemos tanto objetivos como un espíritu en común, una forma de encarar las cosas.
Vimos un pueblo fuerte, optimista, que si bien tiene diferencias y lo simplifica con “no permitirse otra opción más que seguir adelante”, realmente sabe valorar la vida, la unión y lo colectivo.
Una conclusión que ahora identificamos y estamos definitivamente más cerca de asimilar que antes es que todos los sistemas de ayuda, las invitaciones a pasar shabat en casas de vecinosy los nuevos olim (inmigrantes) que siguen llegando a pesar de estos tiempos no son una coincidencia. Personalmente, estoy más orgullosa que nunca de la característica energía vibrante y especial que sigue existiendo en Israel más allá de tanto dolor y tensión, y espero desde lo más profundo que la paz nos encuentre pronto y todos los secuestrados vuelvan a casa con sus familias. Am Israel Jai.