Mundo Judío

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¿Qué Dirá el Mundo? - Canalizar a Moshé - El Décimo para el Minián - Temer a D-os

 

 

 

 

                                      

 

 

 

 

 

 

 

 

No. 269

Ekev

Horario de velas de shabat en Montevideo 

Viernes  23 de agosto 18.02

                                                                                        

¿QUÉ DIRÁ EL MUNDO?

Por Yossy Goldman

Mucho se ha escrito sobre la mentalidad de galut (exilio), del sometimiento sentido por generaciones de judíos viviendo en la Diáspora. Como ciudadanos de segunda clase por tantas generaciones en Europa del Este y en los países árabes, los judíos, supuestamente, perdieron su autoestima. Finalmente, en nuestro tiempo, el viejo judío del gueto sería reemplazado por un israelí orgulloso, fuerte e independiente. Nunca más el campesino judío se tendría que acobardar ante el terrateniente. Los judíos ahora caminaríamos erguidos.

En nuestra parashá, Moshé le recuerda a su pueblo que nunca olviden que fue D-os quien los sacó de Egipto y quien los dirigió por el desierto hacia la Tierra Prometida. Y describe al desierto como “grande y temible” (Devarim 8:15). El desierto antes de llegar a la Tierra Prometida representa el estado de exilio. Y el problema con este desierto es que nos impresiona. A nuestros ojos es “grande”. El enorme y ancho mundo allá afuera es grande, poderoso, impresionante y demasiado abrumador para el judío.

Olvidamos que la mentalidad de galut real no está limitada a aquellos viviendo en el gueto del siglo 18. El exilio real es el exilio interno, el exilio dentro de nuestras mentes y corazones. El exilio es considerar al mundo no judío como muy grande. Cuando le asignamos tanta significancia al mundo exterior, estamos viviendo aún en un estado de exilio y con una mentalidad de galut, no importa donde nos encontremos geográficamente.

Y una vez que comenzamos a asignarle grandeza a este desierto, nuestra autoestima se erosiona más y comenzamos a considerar al desierto no sólo “grande” sino “temible”, incluso terrorífico.

Pero ¿por qué? ¿Qué es tan grande y temible sobre el mundo exterior, sobre este desierto? ¿Por qué nos perturba lo que piensa el mundo no judío? ¿Por qué nos molesta y altera tanto lo que los medios del mundo dicen de nosotros? ¿Por qué la pluma envenenada de un caricaturista nos inquieta?

El nuevo Israel iba a ser algo supuestamente distinto. No más debilidad, no más cobardía, todo se habría ido con los síndromes del viejo mundo. Entonces ¿por qué aún nos importa lo que ellos dicen? Si estamos convencidos que la justicia y la moralidad están con nosotros, entonces no nos debería molestar lo que otros puedan decir. Si tienen un problema con un Israel que puede defenderse a sí mismo, ponerse de pie y pelear sus propias batallas, ese es su problema, no el nuestro. Nosotros haremos lo que tenemos que hacer.

¿Por qué debería respetar a un mundo que ha perdido tanto su conducta moral que un genocidio en Darfur pasa desapercibido y el más “inmoral” del mundo es Israel que defiende a su población civil de ataques? ¿Por qué deberíamos intimidarnos por un mundo que le sonríe al terrorismo patrocinado por estados mientras acumula infamias sobre nosotros? ¿Por qué aún nos duele cuando los escuchamos decir que somos culpables de respuestas desproporcionadas y fuerza excesiva? ¿Por qué sufrimos ataques de angustia cada vez que las Naciones Unidas nos condenan?

La respuesta es porque el mundo grande y ancho es el desierto en el que vivimos. Y este desierto lo percibimos como “grande y temible”. Y mientras un mundo corrupto, hipócrita y moralmente quebrado nos impresione, continuaremos desmoralizándonos por su opinión negativa de nosotros.

Así que sepa, judío, que no hay nada en absoluto de que impresionarse, el mundo no es nada más que un desierto, y sobre todo un desierto moral. Los príncipes de la sociedad del desierto son los indigentes del espíritu. El antisemitismo es un hecho de la vida y cuanto antes aceptemos esta realidad, más saludables y sanos seremos todos. Por supuesto que hay que luchar la guerra diplomática, y dar batalla contra el sesgo mediático. Pero no se irrite si fracasa en cambiar a la opinión pública.

Recuerde que el primer paso para dejar el exilio es dejar de estar impresionado por él. Para redimir a nuestra tierra y nuestro pueblo, primero debemos redimir nuestras propias almas y nuestro propio auto respeto. Nunca olvidemos donde reside nuestra verdadera fuerza. Cuando recordamos quién nos sacó de Egipto y nos condujo por el desierto, y quién es realmente el gran e impresionante Ser de los Seres, entonces seremos capaces de caminar de verdad erguidos y estar orgullosos para siempre.

CANALIZAR A MOSHÉ

[Dijo Moshé al pueblo judío:] “¿Qué es lo que D-os demanda de ti? Sólo que reverencies a D-os.” (Devarim 10:2)

Esta “reverencia” se refiere al temor a que D-os nos vea hacer algo que nos avergonzaría que nos viera hacer. Esa conciencia permanente de vivir ante la presencia de D-os puede haber sido fácil para Moshé, pero ¿cómo pudo suponer que sería fácil para el resto de nosotros?

La respuesta es que, en realidad, cada judío contiene en su interior una “chispa” de Moshé. Cuando revelamos nuestro Moshé interno, el temor a D-os se vuelve realmente algo relativamente simple de lograr.

Nuestro Moshé interior es nuestra habilidad innata de alcanzar niveles profundos de conciencia divina. El hecho de contar con esta chispa interior nos permite a todos contemplar y meditar sobre la presencia de D-os en el mundo, percibir que Su Ser está absolutamente más allá del mundo, y despertar así a una conciencia profunda de Su presencia. A pesar de que no podamos sostener esta conciencia todo el tiempo, la profunda huella que dejará en nosotros su intensa contemplación hará relativamente “fácil” volver a despertarla en cualquier otro momento.

Tania, cap. 42.

Deuteronomio (Devarim) 7:12 – 11:25

En la tercera sección del libro Deuteronomio, Moshé pronuncia su segundo discurso de despedida al pueblo judío. Exhorta en él a observar incluso los que parecieran ser mandamientos menores, aquellos que —en sentido figurado— una persona podría llegar a pisar con el talón (éikev, en hebreo). Luego continúa su repaso de los acontecimientos ocurridos durante los cuarenta años de travesía del pueblo judío por el desierto, enfatizando las lecciones por aprender de estos.

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EL DÉCIMO PARA EL MINIAN

Por Rebetzin Chana Schneerson

En 1935 una noche a las 23:00, se oyó un golpe en la puerta del Rabino Levi Itzjak Schneersohn, el rabino jefe de la ciudad de Dnepropetrovsk en la Unión Soviética. Una mujer mayor entró en el apartamento. Miró nerviosa a su alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie más que el rabino y su familia.

“Rabino”, susurró, “vengo de una ciudad lejana que no puedo identificar por su nombre. Dentro de una hora, a medianoche, mi hija y mi yerno también estarán aquí. Ambos ocupan puestos gubernamentales de alto nivel; venir aquí es muy peligroso para ellos. Fue solo después de rogarles y suplicarles que fueran a ver a un rabino que organizara una boda judía apropiada para ellos que me prometieron que lo harían. Pero pusieron la condición de que la jupá se llevara a cabo en su casa, honorable rabino, y en ningún otro lugar. Vine con anticipación para darle tiempo de prepararse para su llegada”.

Exactamente a la medianoche, la pareja llegó. Los llevaron inmediatamente a una habitación contigua para que nadie los viera. El rabino comenzó a prepararse para la ceremonia de matrimonio. Primero, necesitaba conseguir un minian. Para entonces era más de medianoche. Las calles estaban vacías, desiertas; no se veía ni un ser viviente. ¿Dónde sería posible conseguir otros ocho, aparte del rabino y el novio, para completar un minyan a esta hora?

El matrimonio tenía que realizarse esa noche a cualquier precio. No se podía permitir una demora. Era necesario conseguir ocho judíos “kosher”, personas en las que se pudiera confiar para guardar un secreto y no decirle a nadie lo que habían visto. De lo contrario, la vida de todos los presentes estaría en peligro.

En media hora, la habitación tenía nueve hombres. Solo faltaba uno. ¿Qué hizo el rabino? En su edificio de apartamentos el gobierno había asignado a un joven judío para que sirviera como jefe del comité de vivienda. Su responsabilidad era espiar y vigilar cuidadosamente cualquier movimiento irregular en la casa del rabino, y verificar que no se estuvieran llevando a cabo ceremonias religiosas. Fue a él a quien el rabino envió un mensajero, pidiéndole que viniera.

Cuando llegó, el rabino Levi Yitzchak le dijo que quería que sirviera como el décimo hombre de un minian, para que pudiera dirigir una boda judía para la joven pareja judía que se casaría esa noche.

- “¡¿Yo?!?” saltó hacia atrás como si lo hubiera mordido una serpiente. - “¡Sí, tú!”.

El joven corrió hacia las ventanas y cerró todas las cortinas. Luego se sentó en silencio y observó atentamente los acontecimientos que se desarrollaban.

La rebetzin trajo un gran mantel para que sirviera como dosel de la jupá, y cuatro de los presentes, como postes vivientes, sostuvieron sus cuatro esquinas. Cuando se redactó el ketubá, los novios fueron convocados desde su escondite en la otra habitación. La novia llevaba el rostro cubierto con un velo y el novio también trató de cubrirse el rostro para no ser reconocido.

Comenzó la ceremonia. No se encendieron velas por temor a que los novios fueran descubiertos. Se hicieron siete círculos alrededor del novio como es costumbre y el rabino recitó la bendición sobre el vino. El novio puso el anillo en el dedo de la novia y dijo: “Estás comprometida conmigo…”. La ceremonia había terminado.

Era la 1:30. Los novios se apresuraron a desalojar el lugar, al igual que todos los demás participantes, excepto dos. Se trataba de personas que tenían tarjetas del Partido Comunista. Sacaron sus tarjetas de sus bolsillos, se acercaron al rabino Levi Yitzchak y dijeron emocionados:

“A partir de ahora, rabino, estamos con usted y no queremos separarnos de usted. Todo esto”, señalando sus tarjetas, “no vale nada para nosotros cuando estamos con usted, honorable rabino…”

TEMER A D-OS

El temor a D-os es una mitzvá muy liberadora.

Piénsalo de esta forma: hay dos fuerzas que impulsan a las personas para que actúen en este mundo: el amor y el temor. Las cosas menos importantes de la vida son aquellas que menos amas y menos temes; las cosas más importantes son aquellas que más amas y más temes.

Con amor, uno se plantea sus objetivos a alcanzar. Con temor, uno fija sus limitaciones. El que tiene miedo de fracasar, obviamente, no corre ningún riesgo. El que le teme a los demás se destierra de su propio yo. El que le tiene miedo a la vida no tiene espacio para respirar.

La Torá nos libera al dictaminar que hay una sola cosa a la hay que temer, ni al fracaso, ni a los demás, ni siquiera a la muerte. A lo único a lo que tenemos que tenerle miedo es a Aquel que está más allá y dentro de todas las cosas, Aquel al que llamamos D-os.

¿Qué es el temor? Puede que sea un miedo muy simple a que “si hago esas cosas que a Él no le gustan, las consecuencias no serán nada buenas”. O para aquel que es sensible al innato amor a D-os que tiene en su alma, el temor sea el miedo a la separación de ese vínculo y de esa unidad, igual que un niño pequeño que tiene miedo de separarse de sus padres. Para aquellos que contemplan la infinita grandeza de D-os y las maravillas de Su creación, el miedo conlleva una sensación de temor y asombro, que afecta espontáneamente todos los sentidos y que eleva la vida a un nivel absolutamente nuevo.

A veces, “temor reverencial” es la expresión más acertada; otras, será “asombro”. Sin embargo, en todas las formas en que se manifiesta el temor, hay un denominador común: la conciencia de la existencia de una realidad que se encuentra más allá de la realidad de la persona y que define y determina todo lo que hace. De esa manera, cada forma que toma el verdadero temor a D-os es un escape de los límites del propio ego; entonces, uno queda absorbido dentro de algo muchísimo más grande: un escape que el amor más grande es incapaz de suministrar. Porque el amor nos habla acerca de la naturaleza de aquel que ama, mientras que el temor, la reverencia y el asombro son exclusivamente de Aquel, que es quien inspira dicho temor.

¿Y qué pasa si no se tiene esa sensación de asombro o de reverencia o, incluso, de temor? En ese caso, cada día puedes hacerte de un tiempo para reflexionar acerca de tu relación con D-os para volverte plenamente consciente de Su imponente y afectuosa presencia. Y una vez que esa conciencia encuentra un lugar fijo en el corazón, todo lo que se realiza sale bien y se hace con alegría y con placer. Entonces, se puede decir que uno es libre.

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Artículos extraídos de www.Jabad.org.uy y www.Chabad.org, publicados con permiso.
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