El emocionante testimonio de Silvina Bernstein, sobreviviente del atentado
Esta entrevista la realizamos el año pasado, cuando el 28° aniversario del atentado terrorista contra la AMIA. Hoy, al conmemorarse ya un año más de memoria e impunidad, volvemos a compartirla .
Silvina Bernstein era secretaria de Presidencia en la AMIA y tenía 26 años cuando súbitamente, con aquella explosión terrorista, se convirtió en sobreviviente. No sufrió lesiones físicas porque su oficina se hallaba en la parte de atrás del edificio, que no llegó a desmoronarse. Pero lo físico es sólo una dimensión. Lo emocional, lo inolvidable, lo tan difícil de dejar de lado, lo lleva siempre consigo.
Durante años no habló sobre lo que había vivido y lo que había visto en el lugar del horror donde trabajaba desde hacía 7 años. A sus hijos, hoy ya grandes, les contó hace sólo unos años. Pero siempre llevó consigo los recuerdos de un compañero de trabajo, un hombre de avanzada edad, al que ayudó a salir de la oficina…al que se le habían incrustado vidrios en la espalda, manchándolo de sangre. Y siente que esos vidrios, que siempre quiere recomponer, son los que la convirtieron en artista dedicada a vitrales de colores. Del horror, sacó vida y fuerza para seguir adelante. Siempre, con la memoria de sus 28 compañeros de trabajo asesinados.
Seis años después del atentado, Silvina se radicó en Israel.
P: Silvina, confieso que no me resulta fácil plantearte las preguntas. Pero estoy segura que más difícil es para vos.
R: No es nada fácil, es cierto. Primero que nada, te agradezco el que me hayas contactado y sobre todo después de tantos años, ya son 28. Me es importante poder compartir mi experiencia.
P: Tú empezaste a trabajar muy jovencita, a los 19 años, en la AMIA, cuando tú misma fuiste a buscar trabajo. Siete años después de haber entrado fue el atentado, cuando ya eras secretaria de presidencia en la AMIA. ¿Cómo fue aquel momento de la explosión? ¿Dónde estabas, qué viviste?
R: La pregunta es dura y la respuesta lo es más todavía, sobre todo para quien no conoce lo que es vivir una situación de atentado. Uno puede sufrir un accidente de auto, puede tener un incendio en la casa, pero vivir un evento de esa dimensión es único. Era un día lunes y en ese momento en Argentina iniciaban recién las vacaciones de invierno. Entré a trabajar como todos los días, 8.30 entré a mi despacho, que era en el primer piso, era secretaria de presidencia, y me tocó subir al segundo piso a hacer entrega de algunas cartas y cosas que hacía falta llevar por las escaleras de adelante. Cuando me retiro hacia mi lugar de trabajo en el primer piso vuelvo a bajar, me acerco a mi escritorio y ahí se siente un terrible ruido, un desmoronamiento, un ruido de que algo se estaba derrumbando. Y un gran silencio, acompañado de una oscuridad terrible, porque hubo evidentemente corte de luz, y un olor muy fuerte que después es sabido que era el olor del producto con el cual el terrorista hizo la explosión. Eso hizo que dos o tres días después tuviera que hacerme un estudio de pulmón porque tenía problemas respiratorios.
P: ¿Uno capta en el momento capta lo que pasa y se dice a sí mismo: “fui víctima de un atentado, trataron de destruir la AMIA”? ¿Qué es lo primero que pasa por la cabeza?
R: Mucha gente pensó en esos primeros minutos que había habido un escape de gas. No nos dábamos cuenta de la dimensión del horror. En mi caso al ver la oscuridad empecé a gritarle a una excompañera que se llamaba Tamara Scher -ella falleció el año pasado a los 90 años casi-, a tratar de entender quién estaba bien, quién estaba mal. En mi caso, en la oscuridad, me acerqué tanteando un poco hacia adelante del edificio; lo que logro ver es un gran agujero con una luz muy fuerte, que casi me enceguece. Ahí vi el edificio de enfrente super destruido. Pensé que estaba viendo una película de horror. Eso me hizo volver a retirarme hacia la parte de atrás, ya ni me acuerdo si fue corriendo o no, no me acuerdo qué pisé incluso, no tuve dimensiones de que eso se podía seguir desmoronando, nada. Sí recuerdo que un excompañero, un señor mayor, escritor de idish que se llamaba Simja Sné estaba también en ese momento en sus oficinas, y yo logro darle la mano y acompañarlo hacia la parte de atrás. Nos reunimos cinco personas y ahí fue cuando evidentemente yo dije : “Esto fue un atentado, esto fue un atentado”.
P: ¿Físicamente sufriste heridas?
R: Mis heridas no fueron físicas, tuve mucha suerte por el hecho de que en todo el sector en el que yo trabajaba no había ventanas. Otra suerte corrieron los que estaban cerca de alguna ventana, como este señor Simja Sné por ejemplo, que tuvo muchas esquirlas en la espalda provocadas por el estallido. Mi sector, que estaba ubicado sobre el pulmón de manzana, en la parte de atrás del edificio, tampoco llegó a desmoronarse. Incluso hay un compañero que también vive ahora en Israel que estuvo enterrado hasta la cabeza, estaba en el quinto piso.
Deambulando entre los escombros
P: ¿Cómo fue que estuviste horas frente a los escombros?
R: Yo salí del lugar este a través de un patio. Unos dos meses antes del atentado nos hicieron hacer ejercicios de evacuación y después de uno de ellos vuelvo a la noche a mi casa y le cuento a mi hermana y le digo: “Judith, si me llega a pasar algo yo salgo por el patio de atrás”. Y fue así, yo en el atentado a la AMIA estaba parada al lado de mi escritorio, nos juntamos con todos mis compañeros, yo ya había ido para adelante y sabía lo que había pasado, y recién a la hora de juntarnos y estar en el patio vemos que a los compañeros del segundo piso los van sacando por una salida de emergencia hacia el edificio de Uriburu y a nosotros, que éramos unas cinco personas, nos sacan los bomberos con escaleras muy altas -de unos cuatro metros-. En mi caso, con mi compañera Tamara, nos sacaron por la calle Pasteur. Yo salgo por la parte de delante de Pasteur pero entrando a través de casas, y me acuerdo como hoy que el dueño de una casa, un señor de unos 40 años con los hijos ahí, todavía adentro de su casa, todos los vidrios y todo roto, me dice “Esto es lo que quedó de mi casa”, y yo lo que hago con el bombero y mi amiga Tamara es bajar y salir a la calle Pasteur. Ahí veo toda la dimensión de lo ocurrido.
P: Me imagino lo terrible del momento…
R: Sentí que me enceguecí, como que no quise ver nada y vi. Había ambulancias, ruidos. Enseguida se acercó un ex compañero y me dio un teléfono para llamar a mi familia. Ahí llamé, hablé con mi hermana, le dije que estaba bien, mis padres ya habían salido hacia la capital desde el Gran Buenos Aires para ver qué había pasado con la AMIA, porque les habían dicho por teléfono que no existía más el edificio. A todo esto yo lo que hago es deambular. Un periodista, Carlos Bianco creo que se llamaba, de Radio Mitre, me acerca al móvil que había y enseguida me dicen: “¿Tenés problema de salir en la radio?”, y yo sentí como que tenía una misión, que tenía que ir y decir que estaba viva. Enseguida me contactaron con Néstor Ibarra, un gran periodista argentino, me hizo preguntas y enseguida le dije con quién estaba, dónde trabajaba, qué sentí… Hete aquí que muchos amigos míos supieron que estaba viva al escucharme en la radio. Ahí expliqué que en parte del edificio -donde yo estaba y el segundo piso- había sobrevivientes. A partir de eso salgo de ahí, sigo deambulando, mi tapado negro lo había dejado en el edificio, hacía frío -porque era julio- y yo voy deambulando por las calles, paso por Ayacucho 632 y ahí habían puesto en la puerta unos papeles blancos para anotar los nombres de quienes estaban vivos. Esto fue como a las dos horas del atentado, y me dijeron que pusiera mi nombre, anoté y no me quedé ahí parada esperando a familia… no, seguí deambulando … y a los 10 minutos me encontré con mi mamá, mi papá y mi abuela, que habían llegado, no sé ni dónde habían parado el auto, y me fui con ellos hasta su casa en Castelar. Me fui a bañar y no me pude despegar en toda la noche de la televisión, increíble.
P: Me imagino el abrazo con tus padres y tu abuela.
R: No sabés, no sabés lo que fue ese abrazo. Hete aquí que no querían que yo volviera al otro día. Querían que me quedara, que me tranquilizara…
P: Tenías 26 años en ese momento.
R: Si, 26 años.
La vida después de la bomba
P: ¿Cómo evolucionó tu vida después del atentado? Pasaron seis años hasta que te radicaste en Israel, y en ese lapso seguiste trabajando en la AMIA.
R: Fue paso a paso. Después del atentado yo seguí trabajando en la AMIA por una necesidad… es como una familia que pasa por un trauma y uno quiere saber quién está vivo y quién no. Volví a trabajar al otro día, me presenté. Pensar que se tardó 10 días hasta descubrir el último resto de nuestros compañeros y averiguar realmente la dimensión del atentado. Es que también fue alcanzada por la bomba gente que pasó por la calle, gente que iba a la universidad, había un repartidor de pan con su hijo que estaba de vacaciones y había ido a entregar pan al almacén de al lado, ese nene perdió la vida y el padre no… Mucha gente…
P: Víctimas no solo judíos argentinos que estaban en la AMIA sino otros argentinos que no tenían nada que ver con la AMIA inclusive.
R: Por supuesto. Fue un acto muy duro. Perdí 28 compañeros de trabajo. Fui a los velorios y funerales de todos. Por un lado cuando se termina de reconstruir el edificio de la AMIA yo me presenté a las autoridades y pedí mi retiro, no quise saber nada de volver a trabajar en el lugar donde sobreviví y donde perdí a todos esos compañeros.
P: Pero primero habías pasado la etapa en la que sí necesitabas estar ahí y fue después sentiste que empezaba otro ciclo.
R: Así es. A los cuatro años, cuando se terminó de reconstruir, y yo compartí como secretaria del comité de reconstrucción todos los pasos de las licitaciones para la construcción de ese nuevo edificio en el lugar en el que fue el atentado, yo me presenté y me retiré. Después del año 98, también un 18 de julio conocí al padre de mis hijos, el cual vivía en Israel hacía muchos años. Poco después nos casamos y eso fue uno de los motivos para decir: mi etapa de vida en Argentina terminó. Un poco porque también después de cuatro años, imagínate, salíamos todos los 18 a la calle y no se sabía nada del tema de si iba a haber justicia o no. La sensación de desamparo y el saber que después del año 92, cuando había sido el atentado contra la Embajada de Israel, se había producido el atentado de la AMIA del cual yo sobreviví, con los años me generó una hipersensibilidad . Me hizo sentir que ese no era mi lugar para vivir. Y decidí entonces hacer aliá, radicarme en Israel.
Ese año quedé embarazada esperando a mi hija, así que el 2000 fue un año que cerró un círculo que fue radicarme en Israel, casarme y tener a mi nena a los seis meses de estar en Israel.
P: Así que tus dos hijos nacieron en Israel ¿verdad?
R: Así es. Una hija y un varón, ambos nacidos en Israel. Mi hija tiene ya 21 años, está en el ejército, termina en octubre. Mi hijo, de 18 años, se está por enrolar este año.
P: Y en Israel, siempre hay que estar atentos y seguir luchando contra el terrorismo.
R: Yo digo que perseguiremos, perseguiremos y perseguiremos la justicia, por eso que todos tenemos seguir y que luchar.
¿Cómo se lidia con el trauma?
P: ¿Cómo viviste el recuerdo del atentado todos estos años? Me comentabas antes de comenzar la entrevista que durante mucho tiempo no hablabas del tema, y que a tus propios hijos les contaste hace sólo unos años.
R: Así es.Primero que nada, me era muy difícil contar lo que me pasó minuto a minuto, cuáles fueron mis sensaciones. Por ejemplo, yo no te conté que yo deambulé casi dos horas dando vueltas por todas las mediaciones del edificio de la AMIA en la calle, como buscando. En una entrevista dijeron que era como una muerta viva. El trauma lo seguí llevando muchos años, fueron años de terapia en Argentina. Pero lo que más me ayudó fue cuando ya en Israel me contacté con una asociación que se llama Natal, que atiende personas que sufrieron atentados y soldados también sobrevivientes de la guerra. Ahí es donde realmente me empiezan a ayudar.
P: Cuando me dijiste que años no hablaste del tema, pensé-salvando por cierto las distancias- en los sobrevivientes del Holocausto que empezaron a hablar recién cuando sus nietos les empezaron a preguntar.
R: A mí me pasó un poco lo mismo que a un sobreviviente del Holocausto, que quiere rehacer su vida y dejar atrás el pasado. Yo también, como los sobrevivientes del Holocausto que vinieron a Israel y ayudaron a levantar este país, sentí algo similar, porque vine para formar una familia, cuando estaba comenzando a hacerlo. Y en efecto, al principio, para mí era muy difícil al principio contar. Es más, mi exmarido contaba a sus amigos lo que me había pasado pero nadie tenía la dimensión y no se conocía mucho de lo que había pasado en Argentina, en ese momento. En los años 2000 estábamos acá en plena intifada, también con atentados. Eso tampoco me hizo muy bien en los primeros tiempos, porque tenía a mi nena chiquitita y estaba siempre el tema de los atentados de la intifada de fondo…
P: Después de haber pasado lo tuyo en la AMIA…horrible.
R: Así es. Es más, me acuerdo que mi nena tenía un año y fue el atentado a las Torres Gemelas en Nueva York, yo lo miraba por televisión en mi departamento en Raanana y pensaba que era una película, no podía entender cómo eso podía pasar y en esas dimensiones. Lo vimos en vivo, todo en vivo, lo que yo sufrí lo veía… veía gente que estaba sufriendo en vivo, fue una cosa terrible, horrorosa. Eso fue lo que un poco me llevó a dejar de lado el contar mi propia historia. Me costaba contarla para no hacer sufrir a la gente más de lo que mucha gente ya estaba sufriendo en Israel esos años, porque había muchos actos terroristas .
P: ¿Y qué cambió como para que empieces a contar?
R: Un poco con el crecer de mis hijos y con el pasar de los años, por ahí también con mis terapias, me llevó a contarlo un poco más a mi círculo de familia, de amigos… Es más, cuando alguien me pregunta yo cuento. Pero no soy de sacar el tema por mi iniciativa.
P: Ahora que sí lo estás sacando para afuera, ¿sentís que te ayuda?
R: Me ayuda y mucho. Pasé un año difícil el año pasado por distintas razones. Y eso me llevó un poco a entender que lo que uno tuvo que vivir es por algo. Y dije, bueno, empiezo a contarlo. Y surgió este año por el tema de que mi hija ya es grande y está en el ejército, se dio que contó lo que pasó su mamá y así se dio que este año me siento más segura para contarlo. Siento que tengo un mensaje para dar.
P: Silvina, yo te agradezco mucho por este testimonio tan impactante. Para terminar te preguntaría si hay una imagen que sea para vos símbolo del atentado.
R: Sí, dos imágenes. A mí me quedó la imagen del agujero ese, un agujero blanco a través del cual veo como cuadraditos blancos del edificio de enfrente. Esa imagen me quedó. Y el olor fuerte del producto explosivo. Pero además, la espalda de Simja Sné, en pulóver gris, con manchas rojas de la sangre por las esquirlas de los vidrios que se le habían incrustado en la espalda. Y hoy yo me dedico, desde hace mucho tiempo, a vitrales. Mi terapeuta me dijo que trato de reconstruir los vidrios.
P: Sin palabras. Gracias Silvina por todo esto.
R: A vos por el interés.