En este momento de tu vida, con tu cargo en el LATU, ¿cómo haces para escribir, para investigar y llevar adelante todo lo que implica publicar un libro?
En primer lugar, teniendo claro el orden de prioridades. He asumido el compromiso de una responsabilidad pública, en un tema que me apasiona, y esa es mi primera prioridad. Ahora bien: por más que me dedico a la misma con mucha intensidad y con una extensa carga horaria, igual quedan espacios para esa otra gran pasión, la literatura. Y allí me ayuda mucho mi vocación de ingeniero: seguir un método, mantener en orden la abundante información que voy recolectando y administrar el tiempo con sumo cuidado.
¿Cómo surge la idea de escribir sobre el asesinato de Cecilia Fontana de Heber?
Porque se trata de un hecho de enorme gravitación política y humana, sobre el cual se ha escrito muy poco, y que permanece envuelto en el misterio. ¿Cómo sucedieron los hechos, cuál fue la secuencia de los acontecimientos? ¿Qué hubo detrás, cuáles fueron las motivaciones y los protagonistas, cuál era el telón de fondo en esa época tan dramática? Lo que sucedió es que una vez que me sumergí en ese enigma, muy rápidamente descubrí que no se trataba de un hecho aislado, sino que se conectaba a varios otros sucesos deesos años. Y también descubrí personas/personajes maravillosos, como Cecil, a quien conocí poco en aquel tiempo, y quien ahora me fascinó como una mujer admirable.
Contanos tu experiencia personal con el envenenamiento, cómo te enteraste, con quién te hablabas más seguido de la cúpula del Partido Nacional? ¿Cómo lo viviste en ese momento?
En aquel tiempo, con quienes más relación tenía de la cúpula del Partido Nacional eran Fernando Oliú y Carlos Julio Pereyra. Con varios otros, como Horacio Terra Gallinal y Juan Martín Posadas, también muy cercanos a la dirección, éramos grandes amigos. De modo que viví los sucesos casi en tiempo real. Y debo decir que en ese tiempo nadie intuyó lo que podía pasar. Teníamos necesidad de ilusionarnos con cualquier hecho que pudiera sugerir que un cambio se avecinaba. Las botellas parecían indicarlo. Además, ¿quién hubiera podido imaginar semejante crueldad?
¿Qué significó para vos la dictadura y cómo se vivió en tu familia?
Significó la interrupción de una vida “normal”, como la entendíamos en ese tiempo, y como la entendemos ahora. ¿Cuánto habría de durar ese brutal quiebre de la vida democrática? ¿Qué decisiones iban a adoptar estas personas que se habían instalado en el poder, a decidir por nosotros? El silencio, la angustia y la incertidumbre como presencia permanente en nuestras vidas. Y el miedo. La sola expresión de nuestras ideas, de manera absolutamente pacífica, podía significar ser detenidos o expulsados del trabajo. A todos nos tocó vivir esas dolorosas experiencias, incluyendo a mi familia.
¿Cómo influyó el asesinato de Cecilia Heber en el curso de la dictadura?
En El ataque final afirmo que si la tragedia de Buenos Aires -el cuádruple asesinato de Gutiérrez Ruiz, Michelini, Barredo y Whitelaw- constituyó el fin del principio, el ataque con los vinos envenenados fue el principio del fin. Nada volvió a ser como antes. La gente comenzó a exteriorizar su rebeldía. El acto del 10 de setiembre del 78, cinco días después del crimen, fue la primera vez desde la marcha del 9 de julio de 1973 en que miles de orientales salieron a la calle para repudiar lo sucedido. Fue un acto feroz, medieval, que tuvo como víctima una mujer a la que todos querían. Pudo haber provocado la muerte de toda una familia, o de un grupo de amigos que celebraban un cumpleaños, como estuvo a punto de ocurrir. Fue demasiado. Y tuvo crucial incidencia, junto a otros sucesos, en el resultado del plebiscito un par de años más tarde.
¿Cómo puede el lector distinguir la ficción de los hechos históricos?
Considero que si la narración es buena, no es posible distinguirlo. Allí está el arte de la novela inspirada en hechos reales. Como ha dicho Javier Cercas: “la mejor literatura no es la que suena a literatura, sino la que suena a verdad”.
¿Qué va a encontrar el lector millenial en tu libro, aquellos para los cuales la dictadura, es algo muy lejano en sus vidas?
Va a encontrar una historia, que espero lo atrape y lo sumerja en este mismo Uruguay, pero 45 años atrás. Que se emocione, sufra y se alegre con los personajes. Que vea los hechos que acontecían en esa época de sombras, y que eso lo lleve a valorar esta democracia que tenemos -siempre imperfecta-, pero que nos permite convivir en paz los unos con los otros, aunque pensemos diferente.
Me causó mucha gracia la referencia a que nuestro Presidente Luis Alberto Lacalle amaba el mondongo, ¿es ficción o realidad?
Es la más absoluta realidad. Pero lo sorprendente es que su hijo de cinco años, Luisito, no fuera entusiasta de las milanesas con papas fritas, sino también del mondongo. Y fue su insistencia con su mamá, Julita, para que lo cocinara aquel atardecer del domingo 3 de setiembre del 78la que pudo haber desatado la tragedia, como lo podrán ver los lectores.
Un placer leer el libro y realizar esta entrevista contigo.