Por Ionatan Was
La ciudad va quedando atrás, los cuchicheos del reencuentro se apagan, el chofer hace oscuro y toma ruta 1. La camioneta pone rumbo a Guichón mientras los ocupantes intentamos dormir. No solo quien escribe sino los demás. Daniel el que maneja, por supuesto. Adriana la directora, que había sido la primera en subirse. Gisselle su asistente, que subió última pues vive en el Cerro. Sebastián, Alejandro, Victoria y Marcel. Ellos, los coordinadores habituales (solo falta Mica) del programa Jóvenes inspirando Jóvenes en el marco de la fundación Salir Adelante, que la institución B’nai B’rith viene promoviendo desde hace catorce años.
En la ruta mientras tanto la rebelde noche aún dura dos horas más, y recién pasando la ciudad de San José se ven los primeros claros, frisando las ocho de la mañana. El día parece gris y hasta con algo de lluvia, pero igual no hace frío. Más adelante en Trinidad es la primera parada, en una estación de servicio al paso de ruta. Infusiones calientes para todos, matizados con sándwiches venidos de Montevideo y que acompañarán el resto del viaje. Quince minutos de pausa y seguimos.
En Young Daniel se desvía de la ruta 3; así se lo marca la voz chillona del aparato. Seguimos así por la 25, rumbo al corazón de Paysandú departamento. Mientras tanto el cielo había escampado por completo, y desde dentro de la camioneta sentimos como un calor incipiente, con ese sol enorme en el horizonte.
Llegamos a Guichón pasadas las once. A la entrada, el clásico cartel de tantos pueblos y ciudades, esta vez con el nombre Guichón en letras grandes. Pero lo pasamos sin la foto tradicional; y tampoco volveríamos. Unas pocas cuadras para ver la ciudad (de cinco mil habitantes) hasta el destino que hará de base por más de seis horas: el polideportivo de Guichón. Al bajarnos el sol pega, hay veintitantos grados en pleno junio. “Calentamiento global”, dice uno. Nos metemos por la antesala, con cancha de ping-pong y una vitrina con muchísimos trofeos. Y luego a la cancha, que es de básquetbol, con las líneas marcadas y con varios tableros de madera, y también algunos aparatos de musculación. Claro que todo allí se ve descuidado por el paso del tiempo y posiblemente las limitaciones monetarias, que hacen que el gimnasio parezca venido a menos. Cuestión que los muchachos y las muchachas incluida la directora, preparan la cancha. Distribuyen sillas, levantan entre todos (también quien escribe) una tribuna móvil para llevarla a su puesto, dejan la mesa pronta. Lo mismo hacen con lo traído en la camioneta: conectan los parlantes, despliegan los banners, dejan pronto guitarra y acordeón.
Contamos las sillas, y como todavía falta alguna, tres de nosotros vamos a la UTU local, a unas cuatro cuadras. Aprovechamos para ver algo de Guichón, que no es muy distinto a cualquier pueblo de Uruguay, con su plaza principal, las calles gastadas, el local de cobranzas, algunos comercios multiuso… y las bicicletas sin tranca, para nuestro asombro pacato. En tanto la UTU está en obra, casi que dada vuelta; solo los salones se salvan, y por cierto están muy prolijos. Los alumnos al vernos nos saludan atentamente. Habíamos ido a buscar unas banquetas, pero al final nos llevamos tres taburetes. La vuelta la hacemos cargados y casi en el medio de la calle sin bocinas, y así Victoria se saca una foto de lo más sonriente.
En el gimnasio en tanto los que se quedaron habían decorado la entrada con banderines de colores y alguna cosa más. Falta como una hora para la venida del primer grupo, jóvenes del bachillerato (de cuarto a sexto) del liceo de Guichón; el único liceo. La espera se matiza con algún tiro al aro, partidos de ping-pong con sus chanzas, alguna cosa de comer del almacén. Y también con otra vuelta por el pueblo, para conocer ahora el pequeño cementerio, la escuela, y el infinito paisaje bucólico que está por todas partes.
A la una y media estaba marcado el encuentro, y para esa hora los alumnos ya están en sus puestos. Expectantes todos. Con ellos vinieron profesores y adscriptos. Y también tres representantes de Fundación UPM, principal benefactora del programa.
Entre Adriana y Ximena de UPM dan la primera bienvenida, y luego Victoria —Vicky— reparte cintas de colores.
Completan la escena Alejandro al acordeón y Marcel con su guitarra. Los jóvenes acompañan con palmas, y luego se levantan de sus asientos para las primeras actividades, a cargo de los coordinadores y enteramente lúdicas. Para que entienda el lector, los coordinadores vendrían a ser como madrijim (líderes de los distintos grupos en los movimientos juveniles) pero de liceos públicos de Uruguay, y en un contexto no judío; como educadores no formales, que en definitiva eso son.
Luego de estas actividades introductorias viene la parte seria o más protocolar, por así llamarla. Los jóvenes vuelven a sus asientos. Y frente a ellos, en la mesa, los otros jóvenes: Gerónimo, Pilar, Gabriel y María Noel. En realidad no son muy diferentes unos de otros, porque solo Pilar ya se recibió de bachiller y ahora es profe de Física, mientras los otros aún cursan los últimos pasos de liceo; Gerónimo está en sexto Medicina y ya lo sabe, quiere ser cirujano; Gabriel en quinto Biológico y le interesan los dientes; María Noel en sexto Derecho y va por el Derecho. En suma, los cuatro son jóvenes de Guichón o alrededores, y aunque al lector suene raro, sí que debieron afrontar mil y un dificultades en el camino, como por ejemplo las nuevas exigencias y el desarraigo, que cuando más tierra adentro, más se siente. Ellos cuatro un poco que se destacaron de los demás, y sus historias sirven de paradigma. En las últimas semanas junto a los coordinadores lo habían estado ensayando: cómo manejarse en público, cuáles cosas contar, y otros asuntos que era bueno saber y a los que nunca se habían enfrentado. En fin, que tras la última alocución irrumpe un sonado aplauso. Entonces los coordinadores juntan a los jóvenes según los colores de las cintas —cinco en total— y los hacen sentar en rondas. Hay útiles de manualidades, y más tarde vendrán las galletitas de obsequio. Pero lo medular es que cada uno diga qué cosas aprendió de los discursos y cómo aplicarlas a la vida personal. Hay de todo, desde el que prestó total atención hasta los más distraídos. Pero siempre algo queda. Y así entre charlas se pasan unos quince minutos.
Para el final solo queda la foto grupal, entre alumnos, los jóvenes inspiradores, los coordinadores y las directoras, más la gente de UPM. No salen los profesores y adscriptos, aún apoltronados en sus sillas.
Es media tarde y todavía falta media hora para el segundo grupo, esta vez de la UTU. Tiempo suficiente para otra vuelta, entre la calle principal —continuación de la ruta— con su canterito, la seccional de Policía, otra escuela diferente a la primera, además del club Peñarol de Guichón (ya que el nuestro es de Nacional). A las cuatro y media ya están agolpados los jóvenes. El menú es el mismo que antes: las actividades lúdicas y luego los discursos, las rondas, la merienda, la foto final.
Esta vez hablan Nuria de Lorenzo Geyres (departamento de Paysandú), Valentina, Beltrán, y la maestra Guadalupe de Salto. Los jóvenes del otro lado escuchan atentamente, y cuando uno de ellos quiere ver el celular, Gisselle le llama la atención; y el chico obedece al instante.
Termina la fiesta con cerrado aplauso. Hay que levantar campamento. Lo mismo que antes, pero al revés. Volver sillas y mesas a sus puestos, para lo cual todos colaboran sin excepción. Volver las cosas al auto. Saludar a los de UPM, que un par de días antes habían estrenado planta. Son casi las seis, el cielo con su última luz, y el calor de verano sigue campante.
Una última foto íntima, y Daniel que acelera, mientras atrás decidimos dónde comer. Que en Trinidad, que en San José, que a las ocho o a las diez. Es tradición en estas salidas darse un gusto terminado el trabajo. La elección al final queda en un restorán que también es hotel, otra vez en Trinidad. Llegamos pasadas las ocho. La peatonal se ve prolija, lo mismo que el restorán y también el hotel, y ni hablar que las enormes milanesas con que algunos rompemos bocas. Tiempo de tomar los últimos apuntes, y saber que los coordinadores en sus otras vidas tienen sus profesiones, siempre relacionadas a las ciencias sociales como educación, psicología, sociología y otras. Saber también que si bien todos cobran por lo que hacen, hay un poco de amor al arte, como un altruismo, porque son horas y días sin la familia y sin la actividad principal, y todo por ayudar a jóvenes de muy lejos a dar los primeros pasos.
Queda el último tramo hasta la capital. Daniel muy despierto y ajeno a la fiesta acelera en dirección sur. En tanto, los coordinadores devenidos en juglares otra vez sacan de sus fundas guitarra y acordeón, y así inicia la interminable ronda del cancionero, sin pausa hasta la madrugada.