(Roberto Cyjon)
Esta nota es la tercera entrega tras el viaje a Polonia con el grupo uruguayo “Memoria y Dignidad”
Primera parte: free tour a pie
A medida que pasan las semanas desde el retorno del viaje las emociones se metabolizan, aunque no se diluyen. Los recuerdos se van integrando desordenadamente dada la continuidad ininterrumpida de visitas y la concientización de haber enfrentado un pasado conocido pero difícil de reconocer. En esencia insondable, perturbador. Cuando llegué a Varsovia todo era curiosidad. Apoyado en un respeto histórico sobre esa gran capital de Europa oriental, epicentro de una vida judía nacional única por lo numerosa y multifacética, la observaba con inquietud ya desde la ventanilla del transfer al salir del aeropuerto. Anticipo que Varsovia ocupará más de una nota. No es suficiente una breve síntesis.
El grupo debía encontrarse a las 14.00 horas en el hotel. Nos saludamos afectuosamente los conocidos y nos presentamos cordialmente los desconocidos. Veníamos de distintos lugares y coincidíamos juntos por primera vez. Varios nos encontramos luego en la Plaza Copérnico para comenzar un free tour por Varsovia a pie con una guía polaca. Resultó ser una cálida joven socióloga de la universidad de Varsovia. Comentó que estudiaban en ella 12.600 estudiantes y nos enorgullecimos de los 60.000 de la UdelaR más los tantos miles de nuestras universidades privadas; siendo tan pocos habitantes no solo nos destacamos por el futbol. En el tour empezó la innumerable serie de fotografías grupales y el acceso formal a Varsovia. Por suerte, las fotografías se transforman hoy en documentos imprescindibles para acompañar la crónica.
Varsovia está reconstruida totalmente. Sin esta aclaración, probablemente, no se podría entender esta nota ni las que escribiré próximamente. De la Varsovia judía no queda casi nada. Lo poquito que resistió la destrucción es fuerte y conmovedor. Asusta suponer, retrospectivamente, lo difícil que habría sido encontrarnos con un escenario más completo de aquella ciudad que albergó el gueto amurallado más grande de la historia judía. Cabría relevar si no lo fue de la historia universal de todos los tiempos. Durante el tour se nos explicó la historia de Polonia, siempre luchando contra opresores de turno y, aparentemente, solo habiendo triunfado sobre el comunismo en su historia reciente.
La incidencia del comunismo se aprecia en parte de su arquitectura por las reiteradas construcciones de clásicos edificios cuadrados de viviendas populares estilo soviético. También se pudo percibir en el discurso de la guía, por un lado, objetivo y por otro, consustanciado con el nuevo espíritu de libertad en una democracia autoritaria -lo agrego de mi parte-, que parecía no habilitarla a enunciar posiciones políticas demasiado contundentes. Recorrimos una ciudad moderna, sumamente limpia y cuidada, con un transporte público envidiable.
Pero, reitero a modo de ejemplo, en su centro se erige un edificio majestuoso mandado a construir por Stalin. Hoy día lo han transformado en un centro cultural rodeado por edificios ultramodernos que pretenden ocultarlo de la vista. No es bienvenido en la actualidad. A mi juicio es bonito, pero es un reflejo de cuánto exhibe Polonia su voluntad de integrarse al mundo occidental capitalista y dejar atrás su pasado. Nuestra participación en el paseo destilaba la ansiedad y hasta cierta incomodidad -correctamente controlada-, por el no abordaje del judaísmo en el relato de la guía. Llegado el momento en que lo incluyó en su guion, ya planificado como es de suponerse, nos encontramos con una voz comprometida con nuestra desgracia.
Se la percibió vacilante en la elaboración de su discurso, pero solidaria. Su voz, la primera expresión polaca no judía del viaje, no terminaba de satisfacer nuestros pre-juicios, devenidos en prejuicios, sobre un tema tan difícil de elaborar. Ella fue, en cierta medida, confusa, pero siento a la distancia que los confusos éramos nosotros y con justificada razón. Quedamos muy satisfechos y agradecidos con esa joven entusiasta en su labor, enfrentada a un grupo al acecho de cada palabra enunciada, inconsciente de lo problemáticos que serían los próximos días del viaje. Por interesante que fuese la disputa sobre si Chopin debería ser considerado francés o polaco y cuán gigante fue Copérnico para la humanidad, nada de ello pareció alterar nuestras creencias preconcebidas que todos los polacos fueron o son antisemitas.
Nos resonaban las voces de innumerables relatos de sufrimiento escuchados de sobrevivientes judíos sobre sus martirios en Polonia. En esos momentos parecíamos estar obnubilados respecto a los heroicos ciudadanos polacos que arriesgaron sus vidas por salvar judíos. Perturbados, quizás, por los últimos planteos acerca de si los campos de concentración y exterminio fueron polacos o nazis, o polacos y nazis…Había transcurrido una hora y media de recorrido a pie por una hermosa ciudad y mis juicios, me hago cargo, no encontraban aún un soporte de apoyo racional. Eran una masa inquieta de pensamientos entrelazados. Sobre el relato de nuestra encantadora guía cae injustamente, debo reconocerlo, el peso del título de esta nota. Varsovia me resultó desde el comienzo tan cosmopolita moderna bonita y vibrante, como compleja…comprensiva, y a su vez contradictoria.
Segunda parte: monumento de Nathan Rapoport sobre el Gueto de Varsovia
Recurro a mi cuaderno de viaje para compartir y reelaborar los análisis emergentes sobre esta obra monumental por su arte, tamaño y contenido. Vaya que comulga con nuestro sentir judío y el título elegido. Solo un país comprometido con el nefasto devenir de sus ciudadanos judíos polacos erige este monumento con tan honorable y profundo reconocimiento.
En esta parte, Rapoport presenta doce figuras que simbolizan las doce tribus de Israel. Podemos ver una mujer embarazada, o sea, el artista incluyó a los aún no nacidos. Hay un rabino entre el pueblo, lleva la Torah, pero no marcha primero. Rapoport plantea la problemática de la religión en la Shoah, a veces irreconciliable o dicotómica. No estuvo Dios en la Shoah. No hubo dios. Si hubo. ¿Dónde apareció? ¿cuándo? ¿por qué permitió un Holocausto? ¿cómo entender la pérdida de un millón y medio de inocentes vidas de niños asesinados sin piedad? ¿ello compensaría los eventuales pecados cometidos por el pueblo judío por la no observancia del dictamen de cientos de preceptos bíblicos? ¿las mujeres y hombres adultos entraron a la cámara de gas rezando Shema Israel [1], o aullando de pánico? … Tanto las preguntas como las repuestas son expresiones de dolor infinito y cada quien ha de elaborarlas con su propia introspección y fe. Así eligió Rapoport plasmarlo en su obra. Se puede apreciar un niño que mira a los polacos “que nos vieron partir”, agregó Mario, nuestro guía. Feroz crítica a la indiferencia. Este es un tema sumamente irritante. Claude Lanzmann lo documentó en su larga serie de más de ocho horas titulada: Shoah presentada en el año 1985 mediante una vanguardia documentalista muy audaz. Supo marcar un antes y un después en el conocimiento sobre la Shoah. Entrevistó a sobrevivientes, ocultamente a perpetradores, y a vecinos…indiferentes. Es difícil jerarquizar cuál concepto impacta más.
El niño los mira y se preguntaría ingenuamente, he de imaginarme: ¿adónde me llevan? ¿tú no venís? ¿qué está pasando? ¿por qué marchamos juntos toda esta gente y de la mano de mamá? ¿cuidarás de mis cosas? ¿cuándo voy a volver?... La última mujer mira para atrás pensativa de todo lo que dejó atrás. Quien dirige la marcha carga una bolsa sobre sus hombros con todo lo que materialmente puede llevar. El peso lo agobia, supuestamente por los mismos pensamientos que oprimen a la última de la fila, por los mil años de vida judía que debió abandonar, su hogar, su pueblo, su sinagoga, avanzando con un fondo de soldados impertérritos con casco nazi sin rostro. Ellos solo cargan sus bayonetas. La foto anterior la bajé de internet. La próxima la tomé personalmente.
Deseé exhibir que su base está escrita en polaco, yidish y hebreo. Lo cual refleja un homenaje ampliado, no solo al yidish de sus víctimas, sino también al hebreo de Israel. Sin embargo, se trata de un compromiso en tensión histórica, nacional y política del actual gobierno polaco con el judaísmo mundial, y no solamente con el judaísmo. Establecieron la imposición de un verdadero “quiebre histórico” ante un paradigma en permanente evolución. Sostienen que los campos fueron erigidos en Polonia, pero por los nazis. Es correcto, pero reduccionista. Se podría justificar que fue debido a la mayor concentración de judíos en la Europa oriental, también es correcto, pero demasiado racional, y aunque así lo hayan concebido los alemanes, estos conceptos fueron decretados por “ley”. Reconocer el antisemitismo en Polonia es considerado un delito punible. Trasciende lo polémico. Es asombroso, inconcebible e inaceptable. Selecciono dos artículos de prensa que corroboran esta postura.
El primero: “El Parlamento polaco aprobó una ley que prohíbe vincular al país con los crímenes del holocausto judío”:
A pesar de la lluvia de críticas que recibió por parte de Israel, Estados Unidos y organismos internacionales, el Parlamento de Polonia finalmente aprobó una ley que castiga hasta con tres años de cárcel el uso de expresiones que vinculen al país con los crímenes del holocausto judío. La norma, propuesta por el oficialismo, todavía necesita la ratificación del presidente polaco, Andrej Duda…[2]
El segundo: “La justicia polaca insta a dos historiadores a que se disculpen por un libro sobre el Holocausto”:
La justicia polaca ha instado este martes a dos historiadores a disculparse por haber apuntado en un libro a una presunta complicidad por parte de un alcalde local de la Polonia ocupada con el régimen nazi. El tribunal de distrito de Varsovia rechazó, en cambio, la demanda de indemnización que exigía una descendiente de ese cargo de la localidad de Malinowo, que consideraba que se había difamado su memoria. La sentencia no es firme y los historiadores recurrirán en su contra. El proceso sobre los dos historiadores, Barbara Engelking y Jan Grabowski, ha generado una fuerte controversia tanto en el propio país como en Israel…[3]
Volvamos al monumento. En esta fase, las figuras son siete. Señala Mario Sinay: “no todos luchamos en la rebelión del gueto de Varsovia”, expresando la intencionalidad de Rapoport. Esta frase inspira nuevos debates. No todos lucharon porque para ese entonces solo quedaban cincuenta mil judíos vivos en el gueto, de los cuatrocientos sesenta mil que llegaron a ser. Lucharon los que pudieron en nombre de todos. ¿Hay una intencionalidad del artista a señalar a quienes decidieron no luchar? Acaso ¿a quienes se dejaron llevar “como ovejas al matadero”? Hoy no se acepta esta expresión desalmada, pero Raul Hilberg la concibe en su fantástico libro:
Desde el comienzo he querido saber cómo destruyeron a los judíos de Europa (…) Veía que estaba estudiando un proceso administrativo llevado a cabo por burócratas en una red de organismos esparcidos por todo un continente (…) El acto de destrucción fue alemán, [fueron quienes] concibieron iniciaron y pusieron en práctica la empresa (…) La comunidad judía, atrapada entre la maleza de estas medidas, se contemplará en función de lo que hizo y de lo que no hizo como respuesta al asalto alemán. (Hilberg, 2005, p. 17).[4]
Por su parte, Yehuda Bauer, admira el trabajo de su colega, pero disiente con su abordaje, apelando al heroísmo judío subyacente de múltiples formas. Escribe en su introducción:
Este no es otro libro de historia sobre el Holocausto. Más bien es un intento de representar categorías y temas que surgen de la contemplación de ese evento divisor de aguas en la historia humana (…) En mi opinión siempre habrá más víctimas que victimarios. Las víctimas no son pasivas salvo en sus últimos momentos. Debemos saber cómo se comportaron las víctimas de los nazis, cuál era su bagaje cultural y si ese comportamiento o bagaje fueron útiles de algún modo. Debemos saber qué es lo que pensaban, cómo reaccionaron y qué hicieron. (Bauer, 2013, pp. 1-8).[5]
Considero importante agregar una tercera perspectiva, si es que acaso no estuviesen todas representadas en la misma dimensión humana de la tragedia según el dolor con que se las mire:
Se urden las estrategias para salvar lo que resta de vida, aun cuando las oportunidades de sobrevivir sean mínimas. El hambre, la humillación y la sorda cólera ante la injusticia se hacen tolerables a través de las imágenes entrañables de las personas amadas, de la religión, de un tenaz sentido del humor, e incluso de vislumbrar la belleza estimulante de un árbol, una puesta de sol (…) Hay en psiquiatría un estado de ánimo que se conoce como la “ilusión del indulto”, según el cual el condenado a muerte, en el instante antes de su ejecución, concibe la ilusión de que le indultarán en el último segundo. (Frankl, 2001, p. 10 y 27).[6]
Las imágenes de Rapoport en esta cara de su escultura son de personas jóvenes, un adolescente e incluso un anciano. Este podría inspirar su sabiduría y coraje. No anoté esa explicación de Mario. Pienso que quizás fuese la imagen de Yehuda Hamacabi ¿por qué no? La figura principal es Mordechai Anilevich con una granada en su mano secundado por una joven con ametralladora. El escultor no olvida al combatiente caído en la lucha tan heroica como desigual, honra su sacrificio y testimonia un merecido reconocimiento. Rapoport esculpió una mujer con el seno descubierto y una mano alzada mientras la otra sostiene a un bebé. Probablemente emulando en parte la imagen simbólicamente similar del famoso cuadro: La libertad guiando al pueblo, pintado por Eugêne Delacroix en 1830. Recuerdo que nos explicó que en Yad Vashem replicaron esta obra con la salvedad que le cubrieron el seno a la mujer. Desconozco la argumentación esgrimida por tan prestigiosa institución. Quisiera saberla. No obstante, a priori y ante la magnificencia de la obra de Rapoport, me subrogo el derecho de considerarla un exceso innecesario, un error o una hipocresía. La obra la concibe el artista y la hace propia el observador sin derecho a modificarla. Esto es válido tanto para la literatura como para la escultura y demás artes plásticas.
A modo de reflexión final.
Se podría aseverar que nadie sale indemne ante la destrucción del pueblo judío, las reflexiones sobre el Holocausto, la grandiosa gesta heroica del Levantamiento del Gueto de Varsovia, la ilusión del indulto o el desgarrador dolor de lo acontecido. Ni la propia Varsovia ni Rapoport, Yad Vashem, ni cada uno de nosotros escapa a la complejidad y confusión resultantes de esta etapa trágica de la Historia Universal. La humanidad entera debe hacerla propia y enseñarla a las jóvenes generaciones como mascaron de proa de todos los genocidios, atrocidades y sufrimientos que el hombre le puede causar al hombre solo por ser el otro, a quien no conozco, quizás le temo o desprecio sin otro motivo que mi propia debilidad o ignorancia. Como mensaje final destaco con pesar, y también con un aliento espiritual inspirador de vigor y resiliencia, que cuando destruyeron la Gran Sinagoga del Gueto de Varsovia sobrevivió la Menorah.
[1] “Escucha Israel, Adonai nuestro Dios, es el único Dios”.
[2] LA DIARIA. 2 de febrero de 2018 en Internacional.
[3] EL PAÍS INTERNACIONAL. SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. AGENCIAS Varsovia - 09 FEB 2021 - 15:46 UYT.
[4] Hilberg, R. (2005). La destrucción de los judíos europeos. Madrid: Akal.
[5] Bauer, Y. (2013). Reflexiones sobre el Holocausto. Jerusalén: E.D.Z. Nativ Ediciones.
[6] Frankl, V. ({1946} 2001). El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder.