Por Ionatan Was
N. de Red: Esta nota debería haber sido publicada ya días atrás .y su autor Ionatan Was, siempre atento a eventos culturales interesantes , la mandó a tiempo. Omisión nuestra la demora. De todos modos, aunque evidentemente ya han pasado unos días desde el comienzo del festival, hay aún más de una semana para aprovechar.
Ionatan se concentra en un comentario del estreno. Recordamos que ya hemos publicado en este portal un informe exhaustivo de lo que incluiría el festival.
El pasado miércoles 26 de octubre, con una función de preestreno, dio comienzo el Festival Internacional de Cine Judío, en su edición número 15. Es como dice el folleto de reseñas y grilla: Vuelve el Festival, sobre todo. Había una sensación de que faltaba. Tan así, que cuando hubo Festival por última vez, el mundo era muy distinto, y palabras como pandemia o tapabocas eran impensadas. Desde entonces pasaron tres años y algunos meses, y aunque muchas cosas pudieron cambiar, el espíritu y la avidez de ver las películas se mantuvo intacto. Muchos se podrán haber acostumbrado a la nueva rutina de las series y de ver las cosas en los propios dispositivos o en la comodidad casera, pero, aun así, la pregunta venía rondado se repetía los últimos meses: ¿cuándo vuelve el Festival Judío? Pues bien, el Festival es una realidad, y por dos semanas en el remozado Alfabeta estará en pie con tres y hasta cuatro funciones diarias (para 14 en total), junto con sus habituales actividades paralelas.
La previa
El miércoles en el preestreno, allegados y representantes a las empresas auspiciantes fueron recibidos para un brindis de bienvenida, una especie de ‘alfombra roja’ con las salvedades del caso. No faltaron las bandejas de entremeses, el salmón y las masitas, ni tampoco las bebidas. Pasados minutos de las ocho, se llamó a los asistentes a entrar en la misma sala que alberga las películas estos días. Como es habitual de otros años, pop y refresco de cortesía. En los asientos, representantes de varias instituciones, entre ellos el cónsul de Israel con su esposa. Y también el embajador Yoed Magen. Al decir unas breves palabras, recordaba haber fungido hace tres años, en julio 2019, justo en los días del último Festival, en lo que fuera su primera actividad como diplomático en Uruguay. El embajador asimismo advirtió que muchas de las películas podían ser críticas con la realidad israelí, amparadas por el espíritu de un país libre y democrático. Fue lo último antes que apagaran las luces. Pero antes de la exhibición, por la gran pantalla pasaron el periplo constructivo de la casa del Festival, el nuevo Cultural Alfabeta (así se llama); desde la primera piedra dos años atrás hasta la fastuosa realidad de hoy, cafetería y librería incluidos.
La película
Como bien le cabe a un preestreno —distendido y alegre— le cupo a una comedia premiada en distintos festivales. Se llama Todo pasa en Tel Aviv, aunque su nombre original es Tel Aviv en fuego (on fire). Casi como Arde Tel Aviv, la serie que se pretende filmar en un set de filmación en Ramala, en plena Cisjordania. De Tel Aviv lo único que se puede ver es alguna gigantografía. Pero después, nada más: Tel Aviv es apenas un nombre, una excusa para mostrar una ficción dentro de la ficción (una especie de metaficción, si lo permite el lector). Se trata a la vez de la cotidianeidad del absurdo, porque todo en la película lo es, en menor o mayor medida. Nada puede ser muy real. En primer lugar, por las coordenadas que se transita: Jerusalem, Ramala, una serie llamada Arde Tel Aviv que vuelve al año 67 con la guerra de fondo, y unos cuantos personajes musulmanes y unos pocos judíos. Entonces uno podría pensar que se vuelve al cine israelí de siempre de reflexión y de conflicto; en absoluto es así.
La cuestión política queda de lado, salvo por algunos detalles insalvables y mínimos que en todo caso sirven para colorear la trama. Cuestión que un grupo de osados palestinos pretende filmar una serie ambientada en la Guerra de los Seis Días, con un alto militar israelí seducido por una mujer atractiva que en realidad es una espía (o debería serlo). Sí, suena raro, pero la geopolítica queda siempre de lado y lo que vale es el humor y la risa y claro, lo absurdo. Y es que todo el equipo de filmación es pintoresco a la vez que algo amateur, ingenuo. En especial el guionista, que enseguida toma el rol protagónico, y que está ahí por ser el sobrino del director. Por lo demás, no sabe mucho del oficio, y a la vez que va improvisando escenas y diálogos, mucho más que de lo que escribe, se vale de conversaciones ajenas y la realidad diaria como fuentes de inspiración. En su trasiego entre Ramala y Jerusalem (la Jerusalem árabe y ninguna otra) conoce al encargado israelí del puesto de control, a quien le importa mucho más el devenir de la serie que las rispideces de su trabajo; los diálogos picantes y divertidos entre ambos valen la entrada.
El encargado es uno de tantos absurdos, como la serie que se va haciendo sobre la marcha, o como las mujeres palestinas que andan sueltas de ropa y con el pelo suelto (guiño feminista), o como si en verdad la realidad asfixiante del conflicto eterno quedara olvidada. En definitiva, Todo pasa en Tel Aviv es una comedia que de lo judío tiene poco. Y más allá de alguna realista tensión de frontera, está llena de humor y risas que para nada incomodan. Son todos recursos igual de válidos que lo serio y profundo, y bien logrados por cierto: también así se puede hacer buen cine ¿por qué no? Tanto mejor sería que la gente en realidad fuera como en la película, o parecido. Pero a la vez, cuidado, el embajador tenía razón, y aún con todo lo absurdo y pintoresco, hay una cuota de crítica a lo israelí; efímera y maquillada, pero la hay. Está en el espectador descubrirla.
La salida. Fue rápida y entre comentarios halagadores de lo que se vio en sala. Además, se había instalado una mujer con su mesa, mostrando sus artesanías de chocolate, y como todo en la noche, de cortesía. Eran porciones en miniatura y muy artesanales y también kasher, envueltos en hilos de seda.