¿De dónde viene la palabra cursi? Suena arcaica. Casi tanto como el amor romántico. Las rimas de Bécquer me dan nervios en la panza. ¿Son muy cursis o qué?
Cómo me gustaban las películas con finales felices. Tal vez me sigan gustando y no me animo a decirlo. Las feministas me censuran la mente. Soñé con ser Julia Roberts en “Mujer Bonita”. Quería ser una prostituta que Hollywood había transformado en Cenicienta. Me imagino que los clientes de la prostitución no se parecerían a Richard Gere.
Me gustaron muchos chicos que me maltrataron. Pensaba que el amor no correspondido era lo más. Gabriel pasaba sus veranos en la casa de su tío, que vivía en el octavo piso. Yo tenía quince años y estaba loca por él, pero no era recíproco. Ibamos juntos a la playa, y compartíamos experiencias literarias. Era un bicho raro. Un día, en una carta mecanografiada, me escribió que yo había sido un experimento para conocer el alma femenina. Me dijo que cuando creciera, lo que no sucedió jamás, conocería hombres de verdad y me daría cuenta la importancia de la belleza en la mujer. Fue la primera vez que me dijeron fea y todavía de manera rebuscada. El estaba enamorado de una amiga mía, morocha de ojos verdes. El innombrable, tenía como libro de cabecera “El hombre mediocre” de José Ingenieros. El punto culminante de esta historia es que guardé la carta treinta años. Tengo a Dios y a mi psicóloga como testigos. Un joven de ojos azules e inteligente no se podía enamorar de mí. Lo de la empatía y ser buena gente me lo debía. Hace unos años vi un artículo suyo, en una página web, sobre un libro de su autoría que se llamaba “Seis millones de crucifixiones “.Le pregunté vía mail si se acordaba de mí y me contestó al toque que sí. Debo haber sido su primera vez de insultos. Nadie me volvió a ningunear de manera tan elegante. Al escribirme con él, me di cuenta de que él no era el mismo joven soberbio ni yo la misma adolescente que buscaba un dios a quien idolatrar.
Mi mejor amiga era preciosa. Yo me creía inteligente. Pasaron los años, ella dejó de ser linda y yo dejé de creerme inteligente. Con el devenir del tiempo, sentí que era más linda que inteligente. Algo estaba muy mal en mi vida. A esa altura, ya tenía unas cuantas historias de destrato en mi haber. Hoy escuché en un podcast a Wainrach que esgrimía que la terapia era el hilo conductor de su vida. Para mí fue crucial. Me costó mucho dejarla. No se puede dejar de ir a terapia como si se tratara de deshacerte de un par de zapatos pasado de moda. El fin de semana tiré con bastantes dudas cinco pares de zapatos y la terapia me dejó en diciembre.
Ser destratada emocionalmente fue parte del menú de mi vida. Me pregunté durante mucho tiempo por qué siempre tenía relaciones tóxicas. En terapia, confirmé que en ese lugar yo me sentía a gusto. Cómo disfruté durante años de ser una desgraciada. Hasta que encontré la pócima secreta: la autoestima. Me convencí a mi misma que ella todo lo puede. La unión del amarse a uno mismo y la autoestima es como una reunión de Superhéroes. Me liberaron de todos los malos pensamientos, no de Pettinati, parece que ese tiene cuerda para rato.
Una amiga me mandó un video de youtube de una tal Covadonga, que dice todo esto y mucho más. Soy tan desgraciada tan, que ni siquiera soy original en la desgracia. Soy un plagio. ¿Quién me creo que soy? Una mina que no le alcanzó vomitar desgracias en terapia durante doce años y su post-terapia implica escribirlas con lujos y detalles. ¿Cuál será mi próximo paso? Un podcast llamado “Las desgracias y yo”. A ver si le pongo un título original como “Qué desgracia te depara el futuro” o “Disfruta el mañana, nada puede ser peor que tu hoy”.