POR ROBERTO CYJON
Vivimos en un siglo de rupturas, o, al menos, fisuras de modelos políticos como la democracia, ni más ni menos, avasallada por nacionalismos y autoritarismos extremos, o desigualdades sin precedentes en medio de una confusión generalizada, y supuestamente justificada por la pandemia. Todo ello parecería ser tan reconocido como criticado. Existe un “vacío” espiritual, quizá, cultural o motivacional que se puede percibir en el discurso de una parte no insignificante de la sociedad global. Éste parecería derivar en un malestar relevante hacia lo político in totum, lo cual erosiona el poder conceptual, tanto de vigencia como de evolución democrática. Ello exacerba las discriminaciones en esferas ampliadas, y, a su vez, se manifiesta como una peligrosa indiferencia que suele representarse en parte de los mass media y fluye en las redes sociales.
Expresadas estas reflexiones, cabe preguntarnos dónde ha de ubicarse cada quien, según sus principios, identidad y en la sociedad de la cual es parte. Fiel a mi identidad uruguaya, judía, democrática, sionista, universalista y defensora de todos los Derechos Humanos, tengo, incluso la audaz impresión, que comparto estos valores con una gran mayoría de nuestra colectividad. Es en tal sentido, y dados los momentos difíciles por los cuales ahora atraviesa, que expreso mi apoyo al Doctor Profesor de Historia Gerardo Caetano.
La Historia con mayúscula implica una disciplina de las Ciencias Sociales que infiere un saber experto. El historiador no se erige en conciencia moral de una sociedad ni la juzga, sino que la estudia e investiga. El historiador se sumerge en el contexto de su objeto de estudio, manteniendo una distancia óptima, para analizarla con la mayor objetividad posible, intentar comprenderla, y, por último: compartirla.
Ese es el camino que ha caracterizado a Gerardo Caetano con nuestra sociedad y colectividad. Ha contribuido con el Comité Central Israelita del Uruguay en elaborar un Plan de estudio de la Shoá, conjuntamente con los profesores Marta Canessa, Miguel Feldman y, el fallecido, Enrique Mena Segarra. Es uno de los Premios Jerusalem que otorga anualmente la Organización Sionista del Uruguay desde el año 1990, un homenaje a aquellas personalidades que apoyan la causa del pueblo judío y del movimiento sionista. Lo han recibido todos nuestros presidentes e insignes figuras del quehacer nacional. Caetano integra, también, la Comisión de Honor del Centro Recordatorio del Holocausto en Uruguay. Caetano es un demócrata a ultranza con identidad propia, como cada uno de nosotros con la suya, e inspirados en estos valores lo apoyamos ante los reprobables agravios de quienes no están a su altura académica ni humana.
Así como las coincidencias, las diferencias también nos enriquecen. Saber escuchar y aprender es el paso previo a poder reflexionar, cambiar de opinión o sostener y defender principios. Siempre con dignidad, sin descalificaciones, ni, cuanto menos, discriminaciones. Es en esta postura que me mantengo firme y extiendo una mano amiga al amigo Gerardo Caetano. La democracia no se sostiene por arte de magia, la indiferencia no es buena compañera de ruta cuando hay que bregar en forma constante por construir institucionalidad sana, y legar un mundo mejor a las nuevas generaciones. Esta es una de las ocasiones en que debemos decir presente, y este es, precisamente, el espíritu solidario que deseo compartir con letra clara y en voz alta.