Este martes de noche recibo un mensaje en mi celular del querido Shai Abend, con la foto de lo que enseguida supuse era parte de una especie de documento de hace muchos años, porque las letras estaban impresas a máquina, todas en mayúscula, evidentemente no escritas en computadora. “Ésta es tu familia?”, me preguntaba Shai por los nombres que allí aparecían.
Mindla Jerozolimska
Sura Kerozolimska
Josek Jerozolimska
Szabsa Jerozolimska
Claro, entendí enseguida que era mi familia, aunque con algunos de los nombres mal escritos. Mi Bobe, o sea mi abuela Mindl, la mamá de papá, y sus tres hijos: la mayor-mi tía Sara-, papá y el menor, mi tío César. Todos ellos de bendita memoria.
¿Qué será esa lista? ¿Dónde aparecía? ¿Por qué estaba solo ellos y no mi Zeide, mi abuelo?, me pregunté a mí misma.
La impactante y emocionante respuesta de Shai, dejaba todo en claro.
“¡Es el registro de ingreso en barco a Uruguay!”.
Quedé sin habla. Lo escribo ahora y se me hace nuevamente un nudo en la garganta.
Mi abuelo Salomón, Shloime Yankel, había llegado a Uruguay unos años antes, trabajó duramente para ahorrar y traer a su familia de Makow, el pueblito en el que vivían en su Polonia natal. Y ese día llegó. Y quedó registrado para siempre en el histórico documento del Archivo General de la Nación, Dirección Nacional de Migración, confirmando que mi abuela, mi padre y mis tíos, llegaron a nuestro bendito Uruguay el 29 de febrero de 1936 (la fecha al comienzo del documento está equivocada, dice 21) en el vapor Arlanza que había partido de Southampton al mando del Capitán Schlanbusch, con 352 miembros de tripulación y 40 pasajeros. Mi Bobe tenía 42 años, mi tía Sara 9, papá 8 y el tío César 5.
Y tal como comentó sabiamente mi hermano Ariel, si no hubieran emprendido ese viaje, probablemente años después, también ellos habrían muerto en las cámaras de gas con otros 6 millones de judíos víctimas de los nazis en la Shoá. En su país natal, Polonia, fueron 3 millones los judíos asesinados. Pero afortunadamente, mi abuelo decidió ya mucho antes de aquella hecatombe, probar suerte y buscar un futuro mejor fuera de aquella Polonia pobre y antisemita.
Según el documento que me envió Shai, a bordo iban 40 pasajeros, de los cuales 16 eran judíos, de los que 14 aparecen como polacos, 1 como uruguayo y otro como rumico (¿rumano?). Había un búlgaro ortodoxo y todo el resto se declaraban católicos: 20 españoles, 1 portugués, y 2 uruguayos.
Evidentemente el funcionario que registraba el ingreso, preguntaba la religión. Y la nuestra fue anotada de una forma especialmente emocionante : Israel.
Quizás por deformación profesional, enseguida pensé: ¿Qué mejor prueba del vínculo del pueblo judío con su tierra ancestral, Israel, que el hecho que también en otras latitudes-en este caso en Uruguay- estaba claro que judío es sinónimo de Israel? Elemento histórico para esclarecer.
Los judíos a bordo, aparte de mi familia, eran Sura Rojza Jelen (44), Choma Gerszgorn (21) , Toba Laks (29), Chaja Sura Moryc (34), Genendla Chaja (24) , Kajla Ruchla (66) , Motel Grinwasser (61), Marjem Laja Grinwasser (53) , Schewa Wiesel (24), Szmul Jachowicz (46), Morris Starr (36) y Jacobo Leszcz (30).
Siempre nos interesó escuchar las historias familiares. La que más recordaba era la tía Sara , y me lamentaré eternamente por no haberla grabado. Y aquí, en la lista del barco , los puedo imaginar a todos claramente. Tras años de no ver a su padre, llegan a un país extraño que mi Zeide ya les había dicho es tierra de bendición, cabe suponer que con muchas inquietudes y preguntas.
Mi abuela, una mujer de 42 años, arriba a una tierra desconocida con sus tres hijos. Seguramente mi tía la habrá ayudado mucho en la travesía. Fue siempre responsable, cuentan en la familia, desde niña. Papá sin duda habrá aportado lo suyo, motivado por el profundo amor por sus padres. Y mi tío César, el menor de todos, habrá estado haciendo alguna linda travesura, una de aquellas que durante años contamos alrededor de la mesa de Shabat.
Gente sencilla, humilde en general, venía en el barco a probar suerte, a buscar una vida mejor. Las mujeres habían dicho mayormente que se dedican a “labores” o a trabajos “de su casa”. Motel Grinwasser era comerciante. Szmul Jachowicz era sastre. El búlgaro Dimitre Nikolov Nankov era jardinero. Entre los españoles había algún albañil, en algunos decía “sin P”, que supongo será “sin profesión”, muchas mujeres aparecían con “labores” …y todos seguramente compartían un sueño.
No eran aquellos los mejores momentos de Uruguay. El país había pasado la etapa conocida como “la dictadura de Gabriel Terra”, pero él seguía en el poder tras una nueva elección, y la política nacional ardía.
Pero para aquellos inmigrantes que bajaban de los barcos, entre ellos mi familia, esto era un comienzo dorado.
Se instalaron en un departamento en la calle Gutiérrez (aunque en el documento dice Arenal 2481) y comenzaron su nueva vida. Luego crecieron en Emilio Reus, y las historias de aquel barrio inolvidable lleno de todo tipo de inmigrantes, nos acompañaron toda la vida.
Mi abuelo fue vendedor ambulante. Recuerdo una historia emocionante que papá contaba sobre su padre al que adoraba, sobre cómo lo conmovía y preocupaba verlo cargar esas enormes bolsas con mercadería que le doblaban la espalda. Una vez logró que mi abuelo le permita acompañarlo a su largo trajín a zonas alejadas de Montevideo. Cuando subió al ómnibus (o al tranvía, no recuerdo), en una línea en la que siempre viajaba, papá vio cómo muchos pasajeros que ya conocían a su padre, se levantaban y le ofrecían el asiento o ayuda con su carga. “Don Salomón, venga, siéntese, va muy cargado”. Papá estaba sorprendido. No conocía a esa gente y no sabía que así trataban, con tal deferencia y respeto, a su padre.
“¿Siempre te tratan así papá?”, preguntó. “Sí, siempre”, respondió mi Zeide.
Rato después, llegaron al barrio en el que mi abuelo comenzaba su marcha, y él se aprestó a tocar la puerta en la casa de uno de los vecinos que tiempo antes le había ofrecido que deje allí parte de su mercadería, para no estar cargando todo de una vez. Papá,que no conocía a esos vecinos, le preguntó a su padre: “Papá ¿nunca te faltó nada?”. “No, nunca”, contestó mi Zeide.
Con los ojos brillantes de lágrimas y la voz temblando, papá contó esa historia una vez en un acto por el 25 de agosto en el que había sido invitado a hablar: “Ese es mi homenaje a Uruguay en la fecha patria. Sí, siempre y No, nunca”.
Y esa historia de amor que tan presente tenemos en nuestros corazones los judíos uruguayos, empezó para mi familia aquel 21 de febrero de 1936, cuando como tantos otros inmigrantes de otros lares, bajaron del barco y pisaron tierra uruguaya.
Una tierra que los vio crecer, una tierra que fue su primer país, porque la suya natal nunca la habían sentido como tal.
El documento que Shai encontró y compartió con nosotros, no es sólo parte de la historia de mi familia. Es parte de la historia del pueblo judío, de su constante búsqueda por la superación y la seguridad. Y es parte de la historia de Uruguay que supo recibir olas inmigratorias de diversos confines del mundo, convirtiendo a los recién llegados en orgullosos ciudadanos de su país de acogida.
Mis abuelos y mis tíos, descansan en el cementerio Israelita de La Paz y siguen siendo siempre parte de nuestras vidas. Papá, de bendita memoria, falleció en Jerusalem, capital de Israel, que también vio siempre como su país, como patria del pueblo judío, tierra de sus ancestros. Pero siempre siguió llevando a Uruguay en su corazón. Nunca olvidó el “sí, siempre” y el “no, nunca”.Nunca, jamás.