Fuente: Kesher no. !2, junio de 2004
Cuando ingresé a Jabad, mi predecesora dijo algunas frases de despedida. Sentenció que "Jabad no se abandona nunca porque perdura en el corazón". Me pareció una imagen edulcorada, producto de la emoción de la partida.
Me chocaba la enorme foto del Rebe frente a mi oficina. Viniendo de "afuera" no podía conciliarla con la negación a toda adoración por una imagen. La pasión en el momento del rezo me parecía ajena. La falta de pasión por lo mundano me sorprendía. Y aún más, mis amigos y familiares me preguntaban como me trataba "esa gente".
Con el tiempo descubrí que en Jabad se acepta al otro sin preguntar casi nada. Solo importa que seas judío. Alcanza con haber nacido de un vientre judío. Nadie nunca me cuestionó si yo observaba el Shabat o no.
Es una institución de puertas abiertas. A Jabad se acer ca todo tipo de personas, desde los cientos de jóvenes que vienen a los asados, pasando por gente sola que viene buscando, a la hora del Shabat, un poco de compañía. Y todos encuentran allí un lugar.
Muchos prejuicios empezaron a caer. Noté que tratan de hacerte consciente de la necesidad de acercarte a la religión por decisión propia. Vi con mis propios ojos que se entregan decenas de canastas en gestos de caridad. Se trata de gente que está en una nueva situación y es respetada. Rellenan un formulario fácil de comprender que contiene la información pertinente.
Otro prejuicio exterior está relacionado al tema del financiamiento institucional. Se piensa que fluye sin límites de EE.UU. La mayor parte de este proviene de la buena voluntad de colaboradores y amigos de abad. También fui testigo de las limitaciones que sufren los observantes por tratar de mantener la Kashrut en un pais donde los productos se consiguen con enorme dificultad, y la enorme voluntad que se requiere.
Tuve una vivencia clave: un Brit - Milá organizado para el hijo de alguien sin recursos. Se trajo al Mohel desde Buenos Aires; se organizó una fiesta pequeña y lloré. No era solo la emoción por el acontecimiento en sí. Estaba también la sensación de no poder conciliar la religiosidad con mi vida diaria. No quiero quedarme solo con las tradiciones, los rezos y las reglas, si no soy capaz de sentir esa pasión y fe que ellos sienten. Sé que no voy a renunciar a mi diario vivir: mis jeans, mis hamburguesas y por sobre todo mis dudas. Pueden más que las certezas que me ofrece Jabad. Seguiré viéndolos de "afuera".
Sin embargo la frase del principio es cierta. La espiritualidad, la sensación de pertenencia, son cosas que me dejó para siempre, y nuevas dudas.