Tenemos el gusto de conocer desde hace años a la Profesora Ana Ribeiro y de haberla entrevistado en distintas oportunidades sobre temas variados, tanto de historia nacional como de actualidad. Esta vez, combinamos una entrevista de años atrás- que nunca alcanzamos a publicar- sobre pormenores fascinantes de su trabajo, con su visión actual sobre el tema de la mujer y su propia experiencia en un mundo a menudo machista, sobre lo que conversamos hace pocos días. A muy poco de haberse señalado el Día Internacional de la Mujer, nos resulta más que oportuno compartir este testimonio.
En la próxima entrega, en pocos días, ahondaremos en otros temas, incluyendo su responsabilidad actual como Sub Secretaria de Educación y Cultura.
P: Ana, te entrevisté hace años por primera vez, mucho antes por cierto de saber que serías Subsecretaria de Educación y Cultura, y te pregunté si era suficiente identificarte como “la historiadora de Artigas”. Me dijiste “Ay no, espero que no sea, espero que sea insuficiente como identificación”.
R: Reconozco que hay una dificultad, valga la comparación, es la misma dificultad que tienen algunos actores y actrices cuando hacen una película que pega fuerte y muy bien: luego les cuesta muchísimo separarse de eso. A mí me ha pasado de presentar nuevos libros, hablar sobre el proceso de investigación y escritura, abrirme luego al diálogo con el público y la gente hacer preguntas y al final siempre aparede alguien que, tímidamente -porque respetan que el tema es otro-, levanta la mano y dice: “Disculpe, ¿le puedo hacer una pregunta sobre Artigas?”. O sea, una y otra vez vuelven sobre el tema, y muy especialmente sobre aquel libro “El caudillo y el dictador”, de manera recurrente. Yo no reniego de eso, sin duda Artigas es una presencia importante en mi casa, en mi biblioteca, en mi vida, pero espero no agotar mis trabajos en esa temática porque yo tampoco he agotado el tema de Artigas y el artiguismo ni muchísimo menos, he hecho un abordaje, que es diferente. Es un tema rico, fermental y abierto, constantemente sujeto a revisiones. Y eso, mucho antes por cierto de estar en el cargo en el que estoy hoy.
P: Del que hablaremos por supuesto en detalle. Ana, dado que esta entrevista sale en el Mes de la Mujer, te preguntaría si sentís que has tenido que luchar, por ser mujer, para abrirte caminos.
R: Claro, como todas. ¿Quién no? Yo he tenido y tengo privilegios en la vida, he mantenido a mi familia trabajando en lo que me gusta hacer y he logrado preciosos reconocimientos por mi trabajo, pero siempre todo nos cuesta el doble, nunca dejamos de demostrar y estar a exámen. Nunca dejamos de cuidar a los nuestros (niños, viejos, enfermos), de hacer trabajos hogareños invisibles en cuanto a mérito o remuneración, a la vez que salimos a la calle a trabajar. A veces miro para atrás y pienso ¿de dónde saqué fuerzas para aquellos horarios, aquella inmensa tarea...? Porque mi trabajo de investigación requiere horas de lectura, de silencio, de pensamiento y creatividad... y hubo que conciliar eso con niños pequeños que corrían alrededor del escritorio o demandaban algo en medio de la noche, justo cuando yo aprovechaba que dormían para avanzar en los libros. Si algo de ese multitareas al que estamos sometidas afecta nuestro trabajo enseguida se pone en tela de juicio nuestro profesionalismo, pues es difícil que un artículo administrativo contemple que estás "desbordada", sencillamente. ¿Y cuántas veces lo estamos, en cualquier profesión?
P: Más allá de tu propia situación, seguramente estás expuesta a vidas muy distintas de mujeres en el país, a distintos niveles. ¿El mes de la mujer es una celebración o una fecha de reivindicación por lo aún no alcanzado?
R: Es una reivindicación, una denuncia de lo que aún falta hacer, una queja con siglos de antiguedad; pero también es celebrar lo logrado, que no ha sido poco, aunque falte camino por recorrer. Falta conquistar derechos que aún no sabemos que reclamaremos, porque nosotras tenemos los visos de ceguera e invisibilidad de nuestro tiempo. Todos los tiempos los tienen. Cuando esos caigan, veremos cosas que nos romperán los ojos y que sin embargo hoy están invisibles.
P: Muy interesante esa observación.
R: Yo me guío, en este complicado tema en donde se mezclan estereotipos, cárceles culturales, violencia y amor por el otro sexo, por una premisa simple: brego por la igualdad social, sabiendo que existen diferencias biológicas pero exigiendo igualdad de oportunidades. Ojalá ni machismo ni feminismo existieran.
P: Hay varias mujeres en el gabinete, también como Ministras. ¿Cómo se ve desde adentro el tema de género, siendo parte de la toma de decisiones?
R: No diferente a como se ve desde cualquier otro lugar de la sociedad. O sea: el avance de la mujer a sitiales de mayor visibilidad y poder, sus reclamos en pos de igualdades económicas y sociales, se vive también en los poderes del Estado, en las estructuras partidarias. Ese avance es resultado de una lucha reivindicativa que no cesa, en tanto hay mucho aún a corregir. Pero lo logrado ya tiene fuerza de ley y marco regulatorio, por lo que me ha tocado con satisfacción ener que darle forma a la unidad de género que cada ministerio debe tener, que en el caso del MEC está bajo mi dirección.
Artigas y yo
P: ¿Cómo empezó todo este tema de escribir sobre Artigas?
R: A mí me llaman del diario El País… Yo estaba escribiendo para presentarme a un concurso que hizo ese diario sobre la revolución de Aparicio Saravia de 1897. Tenía la intención de ganarlo porque ya había escrito dos pequeños libros de historiografía, un tercero sobre la historia de Montevideo -terminó siendo un libro que se llamó “Montevideo, la malbienquerida”-, pero tenía más de 40 años y dije: “Si yo no demuestro algo ahora y no demuestro que me quiero dedicar a escribir historia seguiré siendo una profesora que vive de dar clases y que como un hobbie en los pocos ratos que logra robarle al trabajo escribe pequeños trabajos. Yo quiero escribir”. Me moría por escribir y dedicarme de verdad a la investigación. Entonces dejé clases, me acuerdo que en mi casa hubo un escalofrío por el qué va a pasar con la parte económica y yo dije: “Bueno, si me va bien y gano este concurso voy a ganar más dinero que dando clases en todo el año, si lo pierdo quizás tengamos que hacer un poco de dieta colectiva. Por ahí vamos”. Y me tiré sin red. Estaba trabajando e investigando para eso -que efectivamente gané- cuando me llama la directora de Ediciones de La Plaza, Graciela Espina, y me dice: “Mirá Ana, en el diario escuché que están pensando en sacar de vuelta el Artigas de El País de 1951, quieren como una modernización del libro y yo propuse tu nombre. “Pero venite ya que va a haber mucha gente que va a querer agarrar esto, por favor vení”. Yo vivía en Las Piedras, salí rauda y veloz, me entrevisté con Jorge Abondanza y Miguel Álvarez Montero y me explicaron el proyecto.
Yo estaba a 15 días de terminar mi investigación de casi un año y no la quería perder, entonces dije: “Denme 20 días , para presentarles un proyecto, porque acá hay que hacer una remoción del libro, hay que hacerle un ajuste muy grande”. Con lo cual dediqué 15 días a terminar mi investigación, y en los cinco restantes armé un proyecto y se los presenté. El día anterior a que me dieran el sí o el no de aprobación al proyecto se había revelado el resultado del concurso sobre la revolución de Aparicio Saravia y resultó que yo lo había ganado. Yo había entrado con una bufanda hasta la nariz al diario, toda tapada, a entregar mi trabajo de investigación en un sobre cerrado rogando “Que nadie me vea, no tienen que saber que soy la misma persona que se ha presentado al proyecto sobre Artigas y además ha escrito esto otro”. Cuando se supo el resultado me acuerdo que me dijeron: “Bueno, usted ganó el concurso, pero además, sin saber que había ganado el concurso le decimos que sí al proyecto que nos presentó. ¿Por qué no lo dijo?”, y contesté: “Como el concurso tenía que ser honesto no se tenía que saber quién era”.
Preguntar, sin decir que habla una mujer
P: Me parece interesante eso de una mujer escribiendo sobre grandes Generales…
R: Había mucos aspectos de historia militar de la época de Saravia, en ese libro-porque publicarlo como libro era parte del premio- y no quería que supieran que era una mujer porque podían leerlo de antemano como “no va a saber contar esto”. Hubo un momento en que llamé a los cuarteles: “Disculpe, ¿cuánto pesa un rifle tanto? ¿Se puede llevar a caballo con una mano y con la otra tal cosa y tal otra?”, yo tenía que entender algunas cosas militares que no entendía.
P: Genial llamar con esas preguntas…Como mujer historiadora, dame un poquito más en detalle eso, ¿qué situaciones por lo menos originales, si no cómicas, has encontrado?
R: Bueno, los aspectos militares siempre me cuesta un poco entenderlos, sobre todo en este libro de 1997, ME dije: “A ver ¿ cuánto pesa un Remington? ¿Pueden cabalgar a caballo y llevar el Remington o no pueden ambas cosas a l avez?”; o llamar y preguntar cosas concretas: “¿Una lanza, de qué palo es? ¿Hasta dónde se puede agachar el jinete antes de lancear?”
P: ¿Pero llamabas y por quién pedías?
R: Bueno con EL Departamento de Estudios Históricos del Ejército, siempre tenés especialistas que te explican cosas.
P: Y piensan “¿Y ésta loca quién es? ¿Qué es lo que quiere saber?”.
R: ¡Sí, sí! Por eso para mí era tan importante que no supieran que era mujer y elegí un seudónimo bien vidrioso además, para que no pudieran adivinar. Me puse el nombre de las antiguas tierras de la estancia de mi BISabuela “Paso Serpa”. ¿Cómo van a saber , si soy un hombre o una mujer? Y no lo supieron, realmente. Pero nunca he sentido dificultad por ser mujer, salvo que muchas veces tenés que demostrar que además ponerte rímel podés pensar.Pero una vez que lo demostrás, a otra cosa: te seguís poniendo rímel y seguís pensando.
Y volvamos al proyecto
P: Evidentemente, te aceptaron la propuesta del proyecto.
R: Así es. Me dijeron que sí al proyecto. Pusieron una sola condición: yo había ganado tres concursos de la Academia Nacional de Letras, y eso era suficiente garantía para decirme que sí al proyecto, pero querían a alguien de mucha confianza que supervisara. Fue un momento crucial porque si yo me hubiera ofendido todo terminaba allí. Me preguntaron : “¿A usted no le molesta si la supervisa el doctor Carlos Maggi?”, : “De ninguna manera –contesté- será un honor”. Me presenté a Maggi por teléfono Y quedamos en encontrarnos.
P: ¿Esto cuándo fue?
En 1998. Recuerdo que me miró y me dijo: “¡Pero sos una chiquilina!”, y dije: “No, chiquilina, no”. A partir de ahí empezó una amistad hermosa y de muchísima confianza .
P: Y te zambulliste en el tema de Artigas.
R: Así es . Si tú me preguntás cómo llegué al tema Artigas te diría que llegué porque yo quería llegar a la Historia con mayúscula, yo quería dedicarme a la disciplina. Y esa fue una puerta, me llamaron, la abrí y entré. A partir de ahí empezó un vínculo estrecho con Artigas que me implicó dos años intensísimos de mi vida, con un relevo documental y bibliográfico, más un relevo plástico de todo lo que había sobre Artigas, con viajes a Paraguay y a cada rincón. Y corral de piedra del interior para ir a sacar fotos, para ver el territorio, para entender… Luego, cuando terminé esa etapa, a escribIr contrarreloj los que terminaron siendo seis tomos que se vendieron muy exitosamente.
A raíz de eso, a los pocos meses me llama la Editorial Planeta y me dice: “Le proponemos escribir un libro sobre Artigas en Paraguay”, y yo digo: “Pero yo acabo de terminar de escribir sobre Artigas y hay un capítulo, el sexto, que era sobre la historia de Artigas en Paraguay”. La pregunta clave fue: “¿Y no le quedó nada para decir, ningún documento para ver?”, y digo: “Sí, pero en Paraguay. ¿Usted me paga la investigación para volver a ir a ese archivo?”, “Sí”, me dicen. “Bueno, entonces yo se lo escribo”. Lo que yo quería era ir a ese archivo de vuelta, y bueno, de ahí sale “El caudillo y el dictador”, que creo que durante mucho tiempo fue mi libro de más largo aliento, ahora anda cabeza a cabeza con mi tesis doctoral, que me llevó más tiempo todavía, “Los muy fieles”. En ese trabajo, sin desprenderme de Artigas, lo que quise fue pasar a las otras trincheras y ver cómo eran sus enemigos, después de haber estudiado tanto al hombre-héroe nacional quería tratar de entender a los que lo combatieron.
La familia y la política
P: Hablaremos luego de tu relación con el Partido Nacional, ya que antes no te identificabas como blanca. Pero me adelanto, ya que hablamos de historia, a recordar que hay de fondo también un tema familiar ¿no?
R: Claro. Yo entiendo la emotividad que implica ser blanca, porque la vi en mi casa desde que nací, la mamé en mi casa con mi padre, todos los Ribeiro Serpa eran blancos y a mí me acunaron contándome cuentos de fogón de los blancos toda la vida, entonces sé la carga emotiva preciosa que tiene ese partido del llano, que tiene una historia lindísima para contar. Lo respeto muchísimo, escribí sobre Aparicio Saravia con enorme respeto hacia lo que él representó y hacia lo que era. Pero como todos los uruguayos, yo soy una enamorada del batllismo, este país es una República moderna por el batllismo. Si me pedías comparar entre las dimensiones de Saravia y el batllismo yo siempre decía: “Batlle es incomparablemente más grande”, hasta que, investigando, descubrí el valor de la minoría y la lucha por el respeto de las minorías como una de las claves políticas de este país. Entonces decís: “¡Ah, caramba! No era chico el tema que llevaba escrito en el poncho este hombre”.
Así que soy criada en una casa de blancos, mi padre, porque mi madre era colorada para dolor de mi padre, pobre que se murió sin verme blanca nunca. Si ahora supiera que soy amiga de Jorge Larrañaga se levanta de la tumba a aplaudir. Bueno, la madre de mi padre era Colorada, su padre sí era blanco o sea que a mi papá le pasó lo mismo que a mí.
Bueno, en mi familia hay una historia que yo cuento en la única novela que escribí y que este tramo que te voy a contar ahora no es producto de la ficción, es la realidad. En una de las guerras civiles la abuela de mi papá, se salvó cuando llegaron a la casa uno de los bandos, PORQUE ella logrÓ escaparse y se metió en la cachimba que tenían para sacar agua, en la noche, se aferró de los pastos del borde, quedó la noche entera con el agua hasta el cuello mientras sentía los gritos en la casa. Se quedó horas, hasta quedar entumecida. Se hace silencio y logra salir y se encuentra con toda la familia asesinada.
P: ¡Qué horror! ¿Quién había matado ahí?
R El día que quise saber de qué color eran los pañuelos de los que habían entrado a degollar a todo el mundo, incluido al abuelo ciego, mi abuela ya no estaba, y mi madre me dijo: “No le preguntes a tu padre, porque tu padre es blanco y te va a decir que los que entraron eran colorados. Porque es muy fanático. La que sabÍa la verdad era tu abuela Ana Gilda”. MI abuela ya se había muerto y me quedé sin saber. Eso ha sido determinante para mí…
P: ¿Fue mejor esa situación que haber sabido la verdad?
R: Fue mejor porque yo nunca tuve a quién condenar, por lo tanto quedé condenada a comprender, que no es justificar, nunca. Pero es la esencia del historiador, el historiador tiene que ponerse en la piel incluso del monstruo que analiza y tratar de comprender por qué. Porque nadie se va a la cama en la noche frotándose los dedos y haciendo el inventario de lo que mató ese día, no es cierto. Cada persona obra siempre pensando que hizo una cosa que tiene una lectura positiva, salvo que estemos frente a una esquizofrenia muy grande u otra enfermedad mental. Entonces ese tratar de entender a todas las partes, la razón profunda, y no aceptar un adjetivo descalificador como explicación es quizás la esencia de mi oficio y a veces pienso que fue determinante la historia de la abuelita.
P: Así que en ese sentido….fue bueno que nadie te pudo decir la verdad tal cual fue.
R: Nadie. Quedé condenada a tratar de entenderla.
Un hogar singular
P: ¿Y cómo era el hogar de los Ribeiro en el que tú creciste? ¿Qué había allí que te llevó a la historia?
R: Mi papá era taxista. Su padre había sido un estanciero muy rico y poderoso, que murió cuando él era muy chico, tenía 11 años. A sus 13 a mi abuela la habían estafado todos los bienes y pasaron de ser estancieros poderosos a la nada, y papá tuvo que salir a trabajar y a manejar un autobús con 14 años. Cuando se fue a jubilar milagrosamente apareció todo lo que él siempre nos había contado. Estaba todo registrado en la caja y obtuvo una buena jubilación porque había trabajado largos años, desde chiquilín. Era un emigrante del campo en Montevideo, siempre nostalgioso de los espacios, los árboles, de su Rivera natal; pero terminó conociendo Montevideo mejor que nadie, cada calle, cada museo, cada esquina, porque era taxista.
P: ¿De dónde del interior?
R: De Rivera, la frontera. Na minha família todo o mundo fala misturado. Papá tuvo una infancia de mucha abundancia, como era aquella abundancia espartana de campo, muy ligada a la música, papá tenía oído absoluto y era un músico exquisito. Claro, la vida lo llevó a tener que vivir de un taxi pero él nunca renunció, y quizás fue la mayor lección que me dio: nunca renunció su espacio personal para el arte. Él manejaba el taxi 12 o 14 horas por día pero cuando llegaba, mientras mamá preparaba la cena, tocaba todos los días de su vida por lo menos una hora el bandoneón y la guitarra, así que yo puedo decir que me acunaron en tango, rotundamente. Todos los días. Papá además afinaba bandoneones, el suyo y el de gente que lo traía para afinar, afinaba pianos, violines, lo que fuera, papá tenía oído absoluto. Era un hombre que leía los diarios de la mañana y los vespertinos , todos los días, muy informado políticamente, que hizo poner en la sala principal de mi casa un enorme retrato de Luis Alberto de Herrera, al que veneraba de manera rotunda. Cuando tenía tres años mis padres me llevaron a la quinta de Herrera, porque ya estaba enfermo y la gente se concentraba a las puertas de la quinta a saber por su salud, de vigilia, diamos. Moriría al poco tiempo. Fui parte de la multitud que lo fue a aplaudir, a saludar y a saber por su salud. Con tres años lo vi asomarse al balcón y ví cómo una enfermera lo cubría con una manta, él saludó y lo ayudaron a entrar. No me olvidé nunca. También vi su cortejo porque mi padre me llevó, son cosas que te ligan a la historia, quieras o no.
Por parte de mi madre, mamá era ama de casa, hija de emigrantes gaditanos, llenos de gracias y alegría por la vida, gusto por la comida, por el aceite de oliva, la chunga y el pitorreo.
P: ¿Nacida en Uruguay ella también?
R: Ella era nacida en Uruguay pero mi abuela era gaditana, era de Jerez de la Frontera, mi abuelo era un español de Marruecos, de Ceuta, todos inmigrantes. Salieron de allí no por razones económicas, sino por razones de salvaguarda a la familia, no quisieron que sus hijos fueran a la guerra de Marruecos, entonces huyeron a un continente donde hubiera paz y no guerras. Mi madre y mi padre eran divorciados ambos cuando se conocieron Y cada uno tenía un hijo de su matrimonio anterior, se casaron y como cada uno tenía la tenencia de su hijo, los dos se criaron juntos como hermanos aunque no tenían nada entre sí, son mis dos hermanos mayores, y después nacimos yo y mi hermano más chico y más querido, Víctor. Nos criaron siempre juntos como iguales, en casa no había distinciones. Éramos cuatro en total. Los dos mayores ya son fallecidos.
La familia y la historia
P: ¿Sos muy familiera?
R: Muy, muy familiera. Tengo tres hijos :Ismael , Victoria Y Delmira.
P: ¿Por Delmira Agustini?
R: Sí, no para que la mate el marido, como digo siempre, y tampoco para que escriba poesía erótica, pero sí para que se atreva a ser incluso un escándalo y haga las cosas bien y con calidad.
P: ¿Los nombres de los demás también tienen motivos históricos?
R: Ismael es también por el gauchito de Eduardo Acevedo Díaz, pero tampoco para que se me vaya en una patriada. Y Victoria porque era el nombre de mi mamá, hoy fallecida, a quien adoré sin medida.
P: Aparte de haber presenciado el funeral de Herrera, de haberlo visto, ¿había algo en la casa que te inspiró a llegar a la Historia?
R: Yo diría que llegué primero a los libros, y después a la Historia. Había muchos libros en mi casa porque el padrastro de mi mamá tenía una buena biblioteca. Es que mi abuela la gaditana quedó viuda con dos hijas pequeñas y se volvió a casar con un millonario al que desheredaron por casarse con una andaluza pobre, que además le llevaba 20 años la andaluza a él, que era el de los dueños de lo que era el Hotel Barcelona, que es donde está el [Radisson] Victoria Plaza ahora, Enrique Blanco.
P: Así que fue por amor.
R: Así es. Entonces Enrique, que hizo el cuento de hadas al revés, no llevó a la muchacha pobre al palacio sino que él se fue a la casa de la muchacha pobre saliendo del palacio, había hecho el bachillerato -cuando hacían el bachillerato sólo los grandes señoritos de sociedad- con Pintín Castellanos, una cosa que siempre se contaba con mucho orgullo en la familia, y tenía un montón de libros que acarreó para la casa modesta, que ninguna de las hijas de mi abuela leyó salvo mi mamá, que le gustaba leer. Mamá había estado pupila en el Colegio de Hermandas Vecentinas de Pocitos y había leído abundantemente. Tenía gran amor por la lectura.
Yo heredé todos esos viejos libros de Enrique, algunas Caras y Caretas magníficas antiguas, así que eso siempre estuvo allí. Papá siempre contaba, con mamá, el día que yo les demostré que sabía leer y había aprendido a deletrear sola. Papá estaba leyendo el diario El Plata, el diario de los blancos, así, yo me paré delante -parada yo era de la altura de mi papá sentado, tenía unos 4 ó 5 años - y dije: “Ahí dice tal cosa”, y había leído, me acuerdo todavía no de lo que decía pero sí de las letras negras gruesas de los titulares de diario El Plata. Mi padre bajó el diario con su acento inconfundible: “Vieja, esta chiquilina sabe leer”. Había aprendido. Entonces leer siempre fue para mí una vía, un pasaporte al mundo más maravilloso. Luego tuve una hepatitis bastante aguda de pequeña por la cual se preocupó mucho todo el mundo porque yo había sido bastante enclenque de niña (me tragué un prendedor y una medalla cuando era bebé y estuve bastante grave) entonces que la nena tuviera una hepatitis… Con muchas cruces y demás; hice meses de reposo Y fueron meses de lectura en la cama, de la cual no me desprendí nunca más.
Luego me mudé de Montevideo a Las Piedras, a un barrio muy modesto de trabajadores donde mis padres estaban muy felices porque era su casa propia, pero era sinceramente el lugar más modesto donde había vivido. Muy rodeado de campo, teníamos 1.000 metros de terreno y mi mamá gozosamente plantaba árboles frutales y yo sentía como que no podía pertenecer mucho a ese lugar donde había tarántulas enormes, donde mamá criaba conejos y luego se los comía y yo le pedía por favor que no los matara, por eso terminé siendo vegetariana muchos años y ahora pescetariana. Me quedé muy impresionada con el espectáculo de “Me como este conejo que he criado”.
Yo era esa nena que leía todo el día y que tenía reacciones raras, por ejemplo, fijate esta: tenía nueve años y estaba leyendo algo que no sé qué era, pero era un ruso, no te sabría decir quién, si el autor de Anna Karenina o qué, sé que había un personaje que se llamaba Dubroski, y yo le puse Dubroski a uno de los conejos que mamá criaba; era mi conejo mimado, yo andaba todo el día con Dubroski en la falda, y un día me levanto y a Dubroski lo habían puesto al horno. Fue determinante eso para mí. Si mirás esa escena te das cuenta de las cosas extrañas: esta nena en medio del campo, en una casa donde criaban conejos, gallinas y demás, en un barrio muy alejado de la ciudad de Las Piedras, seguía leyendo libros raros. Yo me leí “Los Mártires” de Chautebriand con nueve años por ejemplo, ¡y me acuerdo hasta ahora! Leí “María” de Jorge Isaacs por esa época también. “El Telémaco” de [François] Fénelon me lo leí a los ocho.
Un resumen (por ahora) de corazón
P: Ana, me fascina escuchar todas estas historias..Y dado que estamos hablando cerca del 8 de marzo, no puedo dejar de preguntarte: ¿Qué es para ti una mujer feliz? ¿Y una mujer realizada?
R: Cada una sabe lo que necesita. Es intransferible. Ayer una amiga de la infancia me mandó foto del barrio en el que crecimos juntas, en Las Piedras, elogiándome lo que se veía en la oto. Yo estaba en otro lugar distinto del país, haciendo otra cosa. Lo único válido era mostrarla a la otra qué le proporcionaba alegría o emoción. Compartir en la diversidad. Lo básico debe ser la realiación personal sin limitaciones, la libertad de ser y hacer.