Breve reseña de Ana Bejarano
Soy profesora de lengua y literatura hebreas de la Universidad de Barcelona y traductora de literatura hebrea. Adoro mis dos ámbitos de trabajo: los estudiantes, lo mejor de la universidad, son una fuente de inspiración constante, y el trato con los autores israelíes y el poder versionar sus obras, un verdadero reto y placer. Ambas facetas de mi profesión me reconcilian a diario con la vida.
¿Cómo fue tu contacto con el hebreo y por qué decidiste traducir al español?
Como a tantas cosas en la vida, también al hebreo llegué por casualidad. Cuando terminé los estudios de secundaria, en mi casa la única opción era ir a la universidad. Así que a mis inmaduros 17 años escogí al azar estudiar Filología Semítica. Así es cómo algo completamente aleatorio se llegó a convertir en verdadera vocación. Y a la traducción llegué a través de mi trabajo de final de máster que versó sobre la gran poetisa hebrea Raquel (Raquel Bluvstein) de la que traduje al español toda su obra poética a la par que la analizaba.
¿Cuál fue tu primer autor y libro que tradujiste, y en qué circunstancia?
Como he dicho más arriba la primera traducción que llevé a cabo fue la obra poética completa de la primera poetisa hebrea, Raquel Blusvtein. El tema de mi tesina me lo propuso el catedrático de hebreo de la Universidad de Barcelona Fernando Díaz Esteban, y nunca se lo agradeceré bastante, porque me inició en el mundo de la traducción literaria que hoy es mi pasión. Esa traducción de la obra poética de una de las pioneras de la literatura hebrea la publicó la editorial Riopiedras, una editorial de Barcelona que tiene un precioso catálogo de temas de hebraica y judaica en castellano. Titulamos el libro: Raquel Bluvstein. Poemas. Y mi segunda traducción, una pieza teatral, también la publicó Riopiedras: El alma de un judío o la última noche de Otto Weinninger, del dramaturgo israelí Yehoshua Sobol.
Revisando mi biblioteca encontré traducidos por ti Tu serás mi cuchillo de David Grossman, Por amor a Judith de Meir Shalev y Gran Cabaret. Por Gran Cabaret ganaste el Premio Nacional de Traducción de España. ¿Qué significa ese Premio para un traductor?
He traducido hasta la fecha más de cincuenta títulos de autores hebreos. Suman muchos miles de páginas que son miles y miles de horas de trabajo. Aunque bien es verdad que es una tarea que me gusta especialmente, me ha supuesto muchas horas de esfuerzo, de no ver el sol, de no ver a la familia ni a los amigos. Por lo que un premio como el Premio Nacional a la Mejor traducción siempre es una alegría recibirlo. Nadie que reciba ese premio puede creer que de sus manos haya salido “la mejor traducción”. Eso sería absurdo. Seguro que hay traductores que merecían el premio por lo menos lo mismo que yo. Pero tuve la gran suerte de que me cayera a mí. Y reconozco que me hizo una ilusión muy grande y que vino a compensarme por tantos años de infatigable tarea. A todos nos gusta que nos reconozcan nuestro trabajo. Y creo que me hizo especial ilusión porque no me lo esperaba en absoluto. Nunca había ni tan siquiera imaginado que me pudieran conceder a mí un premio. De manera que solo siento un profundo agradecimiento.
¿Cómo se hace para construir un castellano que se entienda tanto en Buenos Aires como en Madrid?
Creo que el mérito de que mi castellano funcione en Buenos Aires es de quien lee mi traducción en Buenos Aires. El castellano peninsular se ha impuesto sobre las demás variantes del español, en mi opinión, injustamente. El castellano de Buenos Aires es mucho más rico e igual de bueno que el mío, si no mejor, pero el mercado editorial ve con mejores ojos que un traductor traduzca al castellano de España a que lo haga al castellano de Argentina. Aunque insisto en que el castellano de Latinoamérica es por lo menos igual de válido en todas sus variantes, cuando no mucho más bonito y flexible. Y creo que la globalización también ha ayudado a que las variantes del español sean más conocidas por todos los hablantes de la lengua de uno y otro lado del océano.
¿Qué autores israelíes te han presentado mayores desafíos?
De los autores que traduzco hay tres tipos de escritor que me presentan un mayor desafío. El primer grupo lo encabeza David Grossman. Son autores que reelaboran muy artísticamente la realidad y que se apartan de lo que se podría dar en llamar una escritura “corriente”. Tienen una estética desafiante y complicada de trasladar. El segundo grupo lo constituyen autores como S. Yizhar que escriben en un hebreo extremadamente elevado cuando habla el narrador mientras que en los diálogos son muy coloquiales. Y el tercer grupo es el de los autores que escriben en un hebreo muy conversacional, muy de la calle, con abundante argot, y cuyo mayor exponente es Etgar Keret. Aunque traducir del hebreo es siempre un desafío. El hecho de que el hebreo sea una lengua tan diferente del español siempre dificulta la labor del traductor.
¿Qué función tiene la difusión de los autores contemporáneos de la literatura israelí?
Creo que la importancia de traducir a los autores israelíes y que sus obras se puedan leer fuera de Israel hace que este país muestre una de sus caras de mayor normalidad, al margen del conflicto árabe-israelí o de la visión de Israel como lugar religioso. A través de la literatura la realidad israelí sale al mundo y se muestra en toda su desnudez como la de un país que a lo que más aspira es a una normalidad, a ser un país como cualquier otro. Y creo que la literatura cumple con esa función de mostrar la normalidad de Israel convirtiéndolo a los ojos de los habitantes de los demás países del mundo en un lugar como otro cualquiera, liberado de sus estigmas.
¿Crees que a veces el traductor incide en la versión original?
Irremediablemente. Por mucho que el traductor pretenda que su versión sea la misma que el original, tengo mis dudas de que jamás lo consiga. Podemos llegar a aproximarnos mucho, pero creo que los elementos intraducibles de una lengua y de una cultura son los suficientes como para que el traductor siempre deje su huella con respecto a la versión original, por muy poco rastro que deje esa huella.
¿Cómo se hace para traducir palabras que no tienen traducción como mikve o eruv? ¿ Pones subíndices o haces un glosario al final?
Normalmente mantengo el término en el idioma original y en ocasiones se añade un glosario al final de la obra. Las notas a pie de página no suelen ser del gusto de las editoriales. Lo peor es cuando en una novela, por ejemplo, aparece repetida e insistentemente un término hebreo que no existe en castellano. Como por ejemplo el término avshakul, el padre cuyo hijo ha muerto. En castellano tenemos la palabra “huérfano” para el hijo que ha perdido a los padres, pero no tenemos una palabra para los padres que han perdido a su hijo. En hebreo sí existe y en las novelas de David Grossman, por ejemplo, ese un tema central. Todavía me pregunto cómo hemos conseguido los traductores solventar ese problema en nuestras lenguas. El análisis de cómo lo hemos solucionado queda pendiente. Ni yo misma, en estos momentos, sé cómo lo hicimos. Habría que estudiar caso por caso.
Cuéntame sobre los encuentros con David Grossman.
He traducido hasta la fecha once obras de David Grossman. Las tres últimas las hemos trabajado un grupo grande de traductores con el autor: Fuera del tiempo, Gran Cabaret y La vida juega conmigo. En dos ocasiones nos reunimos con David Grossman doce traductores en Straelen, un pueblito cerca de Dusseldorf, junto a la frontera con Holanda, en una Casa del Traductor. Y la tercera vez fue en el verano de 2019 en Croacia, en Sisak, a una hora de Zagreb. En cada ocasión pasamos una semana entera todos juntos. Nos alojamos en el mismo lugar, desayunamos, comemos y cenamos juntos y trabajamos el texto unas diez horas al día. David Grossman va leyendo la obra y nosotros lo detenemos cada vez que queremos comentar alguna cuestión o algo no nos queda claro. Es un trabajo de equipo muy enriquecedor y que mejora muchísimo el resultado final de las distintas versiones. Además de que es un lujo poder conversar durante una semana entera con el autor y con los colegas traductores.
¿Qué querés decir con que el idioma hebreo es áspero?
No sé si nunca dije áspero. A lo que me he referido en repetidas ocasiones es al hecho de que el hebreo, al ser una lengua aglutinante, compacta, presenta cierta dificultad para ser trasladada a una lengua expansiva y analítica como es el castellano. El hebreo es una lengua muy austera, muy seca, a la que no le gusta el exceso de diminutivos, por ejemplo, o que soporta muy bien las oraciones coordinadas y no necesita tanto de las subordinadas. Como los hablantes son en realidad como su propia lengua, los israelíes nos parecen a veces hoscos, poco amables, secos. Cuando en realidad no lo son, sino que eso viene dado por la parquedad de la lengua hebrea. Para un traductor no siempre es fácil mantener el equilibrio entre lo que le exige la lengua de partida y lo que le demanda la lengua de llegada cuando ambas lenguas son tan distintas.
Estos días salió a la prensa el tema de Amos Oz y la compleja relación con su hija Galia. ¿Qué podés decir de esto?
Lamento enormemente que estos últimos días la literatura hebrea haya saltado a la palestra por el libro de Galia Oz. Algo disfrazado de amor, en el que acusa a su padre, el afamado escritor Amos Oz, de maltrato y humillaciones continuadas. La tragedia que ya envolvió al autor en su adolescencia a causa del suicidio de su madre, vuelve a cebarse ahora en él una vez fallecido. Sin entrar a juzgar quién pueda estar en posesión de la verdad, creo que la obra literaria de Amos Oz se vale por sí misma y puede ser juzgada al margen de esta terrible desgracia que planea sobre la familia Oz a raíz de estas acusaciones de maltrato.
Muchas gracias, Ana, por tu tiempo.