Yo había leído en las guías turísticas que existía un barrio en Tel Aviv con muchos graffitis, “el Soho de Tel Aviv”.
Después de almorzar en Jaffa, mi amiga Ana me comentó que tenía una sorpresa para mí.
Estacionamos en una callecita pequeña. Abandoné el aire acondicionado del auto con una mueca de disgusto. El calor de junio era agobiante. El cielo estaba azul, sin una nube en el horizonte. En el verano israelí, se puede planear una actividad al aire libre y seguro no llueve. Las calles estaban vacías por el shabat, los bares cerrados, las cortinas bajas de los ateliers de arte todas graffiteadas. Gracias al shabat podía verlas porque estaban bajas.
Mi mirada iba de un grafiti al otro. Al principio, corrí a mirarlos todos. Era un museo al aire libre. Caricaturas, dibujos que constituían verdaderas obras de arte. Abrí mi cartera y tomé mi celular. Empecé a sacar fotos y más fotos. Ana se reía a carcajadas de mi ansiedad por llevarme toda esa maravilla de vuelta a Montevideo. Esas cortinas bajas eran ateliers de pintores. Era un contraste fuerte con el Tel Aviv moderno de los rascacielos y también con Jaffa y los vestigios de la dominación romana y otomana que se encuentren a casa paso.
Florentín está en el límite entre Tel Aviv y Jaffa. No vi su gente, según leí, es un mix bien ecléctico: árabes, judíos, jóvenes y artistas mayores, forman un barrio cambiante, con alquileres por ahora potables. Lo llaman el Soho de Tel Aviv porque se parece al Soho de Nueva York de los 70. La última vez que fui a Nueva York, en el lugar de los ateliers habían tiendas de marcas famosas que pagaban alquileres altísimos. Como dice Amos Oz, “no se puede buscar en el lugar lo que se perdió en el tiempo”. Tel Aviv es una ciudad muy cambiante. En poco tiempo, seguramente Florentin perderá ese estilo bohemio para transformarse en un lugar extremadamente caro y dejará de ser lo que es.
Ana hizo un plan en cinco minutos para la semana siguiente. La idea era mostrarme la movida de la noche. La invitación de tomar una cerveza y sentarnos con una pizza y un falafel quedó para mi próximo viaje .
Por Janet Rudman