Terribles incidentes de acoso antisemita a niños judíos
Comienzo con una confesión. Nunca me gustó demasiado escribir sobre el antisemitismo. Siempre fui-y sigo siendo-una convencida de que no estamos solos en el mundo, que no todos odian a los judíos y que tenemos muchos verdaderos amigos. Siempre tuve cierta renuencia a escribir sobre persecuciones, matanzas y largas historias de penurias, y por cierto no por desconocer la historia judía.
Al mismo tiempo, hay momentos en los que resulta ineludible. Ahora, el recordatorio llegó desde Australia, un país que muchos ven como paraíso de integración y nuevas oportunidades, de tranquilidad y vida sin sobresaltos. También allí llegó el flagelo del antisemitismo. Justamente esa isla considerada ejemplo de convivencia, fue el escenario de dos terribles incidentes antisemitas cuya descripción ya ha sido publicada en diferentes medios y que preferimos no repetir aquí en detalle.
Pero sí el resumen. El primero, recurrente: un niño de 5 años que era acosado en el baño de su escuela por otros menores que lo insultaban durante meses diciéndole todo tipo de agravios. El segundo, el más reciente: un niño de 12 años a los que otros alumnos de su colegio atacaron en el estacionamiento de la institución y a los golpes obligaron a arrodillarse y besar los zapatos de uno de ellos, musulmán.
Debo confesar. Me resulta difícil mantener la calma mientras escribo estas líneas. Me obligo a recordar que debo escribir con la mente y la razón, no con las entrañas.
Los relatos sobre lo sucedido generan una combinación de furia, dolor e impotencia. Ante todo, al tratar de imaginar lo que sintieron los niños agredidos y humillados. Pero el problema va mucho más allá de cada caso puntual, por más que cada uno es un mundo entero.
La furia es ante todo, claro está, por las basuras humanas que se creen con derecho a humillar a alguien por ser judío. Esos musulmanes, que probablemente ellos mismos o sus padres huyeron de países opresivos en los que el ciudadano no es respetado, no merecen los privilegios del mundo libre, si se insertan en él no para mejorar sus vidas sino para abusar de otros.
No entramos siquiera en el análisis de si quien actúa así en nombre del Islam representa o no cabalmente a su religión. Conocemos a musulmanes muy distintos de esos individuos despreciables. Entre ellos, recordamos a un Imán británico, hijo de padres musulmanes llegados de India y Pakistán, que creció con un furibundo odio a los judíos…hasta que conoció personalmente judíos por primera vez. Lo entrevistamos hace unos años en Jerusalem, donde participó en un congreso interreligioso contra el antisemitismo.
El Corán tiene sin duda dichos y asociaciones anti judías, como por ejemplo al referirse a los judíos como “simios y cerdos”. Es una fuente de malas inspiraciones. Pero mucho depende de la interpretación, de la lectura que se quiera dar a cada cosa, de la inserción de escritos de miles de años atrás, en la vida de hoy. Los varios musulmanes que conozco que combaten el odio anti judío y anti israelí y se manifiestan públicamente contra él, abrazan el Corán como su libro sagrado. Es su fe. Quienes lo usan como fuente de odio, insultan a su propio Dios.
Pero la furia no es sólo contra los jóvenes protagonistas de los ataques que motivaron esta nota.
En realidad, la furia es ante todo por la actitud de las autoridades en las instituciones educativas cuyos alumnos fueron los agredidos. Vergonzosa. Minimizaron lo ocurrido, lo presentaron como “simples” casos de “bullying”-un fenómeno terrible en la sociedad moderna, que también debería ser tratado con mayor firmeza-, negando que se haya tratado de antisemitismo. En el caso del niño más chico, llegaron a decirle-según se ha publicado-que vaya a otro baño. Uno lee y no lo puede creer.
¿Cuánto pueden esconder la cabeza? ¿Realmente no entienden que el problema supera en mucho a la incomodidad de un niño judío? El antisemitismo es una afrenta a cualquier sociedad libre. La va envenenando de a poco. Una sociedad en la que los antisemitas, en este caso musulmanes, se creen con libertad de hacer lo que les plazca, sin que nadie reaccione con firmeza, es una sociedad enferma en la que hay agresores, víctimas y cómplices. No hay otra palabra. Es que la indiferencia, la falta de reacción, es lo que envalentona a los agresores, que deberían ser los acorralados.
El antisemitismo no es un problema solamente de los judíos. Es una enfermedad social de odio irracional, que ni siquiera depende de la existencia de judíos.
Los judíos no debemos enfrentarlo solos. Necesitamos a los hombres y mujeres de buena fe, amantes de la libertad y respetuosos de la dignidad humana, junto a nosotros. No por nosotros, no para quedar bien con los judíos. Si combaten el antisemitismo, en las escuelas, en la calle, en las redes, estarán aportando con ello a la salud de la sociedad en la que viven.
Escondiendo la cabeza, como un avestruz, sólo invitan a nuevas agresiones. Y los próximos afectados por el extremismo, quizás ni siquiera sean judíos
Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai
(4 de Octubre de 2019)
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