Es la deportista judía más condecorada de todos los tiempos
Por Ruben Friedmann del Kibutz Ein Hashlosha, autor de la columna semanal de deportes en la edición impresa de "Semanario Hebreo", nos enteramos que la gran gimnasta Agnes Keleti-nacida en Hungría, radicada durante unas décadas en Israel y ahora residente nuevamente en su país natal- acaba de cumplir 100 años. Concretamente, el 9 de enero. Es la campeona olímpica más veterana con vida. Hasta los 120.
Esta es una buena ocasión para compartir nuevamente una entrevista que le realizamos años atrás en su casa en Hertzlia, al publicarse que era una de las galardonadas ese año con la máxima distinción que otorga el Estado de Israel, el Premio Israel. En ese momento Agnes Keleti tenía 96 años. Teníamos claro que valdría la pena conocerla. Lo que no imaginábamos, es que conversar con ella sería tan divertido e inspirador. Además, claro está, muy original...porque habíamos entrevistado ya en situaciones y sitios muy diversos, pero nunca antes habíamos tenido que hacer algo de ejercicio durante el reportaje.
Es que esta israelí nacida en Hungría-y hoy residente en Budapest con su hijo menor Rafael-, que ganó por su país natal diez medallas olímpicas de gimnasia, cinco de ellas de oro, además de campeonatos mundiales y se instaló en Israel en 1957, a los 36 años- no puede con su genio. Mientras hablamos da consejos y reparte órdenes sobre los ejercicios que deberíamos hacer.
Pero más que nada, Agnes se ríe mucho. A carcajadas. Una risa contagiosa .
Tiende a olvidarse -“ya tengo 96 años y no me acuerdo todo”, explica con gracia- e inclusive de la ceremonia en la que iba a participar poco después, en Iom Haatzmaut, en Jerusalem, se olvidó varias veces. “No importa, siempre le recuerdo y se vuelve a emocionar”, dice su hijo Rafael, que cada tanto sale de su pieza en nuestra ayuda cuando oye que la madre repitió por cuarta vez un comentario que ya había hecho. Significativamente, lo que más veces nos dijo-y no nos molestó ni una- es al parecer lo que su corazón siente con más fuerza: “Todo lo que hice, no fue para ganar honores sino porque siempre amé lo que hacía. Pero claro que si ahora me dan este honor, lo agradezco mucho”.
En cierto momento, agrega que “no lo merezco”. Rafael irrumpe como una tromba al comedor y defiende a su madre de su propia modestia. “¿Cómo que no lo mereces mamá? Cuando llegaste a Israel, la dedicación aquí a la gimnasia no estaba nada desarrollada y fuiste tú la que lo lograste, educando además a generaciones enteras de gimnastas. Claro que lo mereces. Y a lo grande”.
Ella no se inmuta. Admite sí que en aquel momento, hace 60 años, el campo de la educación física en Israel estaba muy poco desarrollado. “Para mí era mi gran amor y también fue mi sustento”. Y Rafael agrega: “hasta hoy se reúnen con ella mujeres que fueron sus alumnas, cada vez que viene, tiene varios encuentros”. “Es una gran cosa ver que los alumnos disfrutan de lo que uno enseña, que les gusta”, agrega Agnes. Y con tono y expresión de educadora, agrega: “El deporte es clave para el cuerpo y la mente. Es parte de una vida sana. El que yo haya llegado a los 96, no es sólo por mí, sino seguramente por la genética de mis padres. Pero el que tenga el cuerpo tan fuerte es por mi dedicación”.
Sin previo aviso, levanta una pierna en 90 grados perfectos y comienza nuevamente a reir. Bromeamos con ella diciéndole que tenía que advertir, así podíamos sacar una foto. “No hay problema, lo hago de nuevo”, agrega como quien fuera a mover un dedo. Se levanta y hace varios ejercicios. Empuja los sillones para hacer lugar, como si fueran una pluma. Nos indica recostarnos en el sillón y levantar las piernas . “Puedes aprovechar cada ratito libre para unos ejercicios. Es muy bueno”, aconseja con firmeza. Pasa a indicarnos que empujemos su mano que ella sostiene firme, en un ejercicio sencillo de fuerza. Y ella, que aún seguía nadando y que ha hecho variados tipos de deportes, sabe de qué habla.
Agnes comenzó a hacer gimnasia a los 4 años y a los 16 era campeona nacional de Hungría, título del que se hizo acreedora diez veces en total. Es la ciudadana israelí que tiene más medallas olímpicas y también la deportista judía con mayor cantidad, salvo el nadador Mark Spitz.
Durante la Segunda Guerra Mundial, logró salvarse trabajando como empleada doméstica, ocultando su verdadera identidad, habiendo comprado papeles falsos según los cuales era cristiana. Perdió a su padre, tíos y abuelos en Auschwitz. Su madre y su hermana se salvaron gracias al diplomático sueco Raoul Wallenberg.
En 1956, cuando la Unión Soviética invadió Hungría, Agnes se hallaba en Australia en un campeonato de gimnasia. Ella y otros 44 atletas húngaros recibieron asilo político. En 1957, invitada a los Juegos Macabeos en Israel, viajó por primera vez al Estado judío y en Israel conoció a quien fue su esposo y padre de sus hijos. Se dedicó hasta mediados de los años 90 del siglo pasado a la Educación Física, enseñando en la Universidad de Tel Aviv y el prestigioso Instituto Wingate. Además, fue la entrenadora del seleccionado nacional israelí de gimnasia.
En 1981 fue inscripta en el Salón Internacional de la Fama de los Deportistas Judíos, en el 91 en el Salón Internacional de la Fama de los Deportes en Hungría y en el 2002, en el Salón Internacional de la Fama de Gimnasia. En Iom Haatzmaut 2017, recibió el Premio Israel.
“Cuando yo llegué a Israel, ya no tenía edad para dedicarme al deporte competitivo. Pero quería que mi pueblo sea sano, sabía que era bueno hacer deportes, y me dediqué a algo que era bueno desarrollar aquí. Pensé que sería bueno para el futuro de los niños”, explica. “Además de que a mí siempre me gustó, me ayudó con mi cuerpo. El hecho es que ya tengo 96 y sigo bien, también la cabeza funciona, aunque me olvido de cosas”, agrega con un guiño.
“Me gusta la vida”, resume con sencillez. “Además, trato de no mirarme al espejo, así que todo está bien”. Y se vuelve a reir.