El espíritu de jóvenes soldados heridos. Y el del joven árabe que los ayudó.
Fotos: Dover Tzahal
El jueves 6 de febrero de madrugada, poco antes de las 2 de la mañana, un grupo de jóvenes soldados que acababan de finalizar su entrenamiento básico en la brigada Golani, se hallaba en camino a pie al Kotel, el Muro de los Lamentos, el santuario más sagrado del pueblo judío. El singular lugar, único remanente del Templo Sagrado de Jerusalem, es no sólo un símbolo religioso sino también nacional y por ende, se convirtió en ya tradicional escenario de diferentes ceremonias, entre ellas el juramento de diferentes unidades de las Fuerzas de Defensa de Israel. Juramento de fidelidad a Tzahal, al Estado, a los valores con los que se comprometen al enrolarse, para defender al país.
Un palestino residente en Bet Jallah, al sur de Belén, a pocos kilómetros de Jerusalem, que venía conduciendo por la calle David Remez por la que caminaban los soldados, vio la oportunidad y decidió: este será el blanco del atentado. La noche antes había escrito en su página de Facebook: “he encontrado respuesta a mis preguntas”. No aclaró ni cuál eran las preguntas ni cuál era la respuesta. Pero unas y otras estaban evidentemente relacionadas a una visión radical y extremista del Islam y al odio a Israel. El palestino aceleró y embistió a los soldados, hiriendo a uno de gravedad y a otros 11 con heridas relativamente leves.
De este hecho preocupante, que podría haber fácilmente terminado con varias muertes, salieron dos situaciones que deben ser destacadas.
El primero en prestar ayuda a los heridos, fue un árabe de Jerusalem –residente en un barrio de la parte oriental- cuya identidad no ha sido revelada, que salía de trabajar como guardia en un local de la zona. “Oímos gritos y luego de unos segundos me di cuenta por el espejo que un auto intentaba pasarme”, declaró el hombre, presentado como “D”, al canal 13 de la televisión israelí. “Súbitamente me pasó, subió a la vereda y voló. Apreté el acelerador y lo perseguí”. No logró alcanzarlo, se dio vuelta y regresó al lugar del ataque para prestar ayuda. “Los soldados oyeron que yo le gritaba en árabe a mi amigo y apuntaron, pero vieron que yo venía con un auto de una empresa de guardia y bajaron el arma. Lo que yo le había gritado a mi amigo era que llame urgente a Magen David Adom y a la Policía”.
El hombre contó que corrieron rápidamente hacia los soldados heridos y se percató del que se hallaba en peor estado. “Levanté al soldado, lo puse sobre mis piernas y en segundos mi camisa quedó repleta de sangre”. Poco después una ambulancia llevó al soldado al hospital Shaarei Tzedek y el hombre permaneció en el lugar intentando ayudar a los demás.
“Hay que ayudar a otra gente cuando está en problemas, no importa ni el color ni la religión”, dijo a la televisión. “Yo estoy dispuesto a dar mi vida para que nadie, ningún ciudadano del país, sea víctima de terrorismo y de violencia”.
Una distancia abismal separa a “D” de Sanad Khaled el-Turman, el terrorista de 24 años que cometió el atentado. Ambos árabes, dos mundos.
Horas después del atentado, se llevó a cabo en el Muro de los Lamentos, el planeado acto de Golani. Los soldados heridos-salvo por cierto el que se halla en grave estado- insistieron que no se perderían la ceremonia que tanto habían esperado. Aquellos que podían, llegaron con muletas directo del hospital.
Para los jóvenes soldados y sus familias, y cabe suponer que también para sus comandantes, el juramento en el Kotel siempre es un momento de gran emoción. Esta vez, habiendo vivido poco antes momentos tan duros que podrían haber terminado inclusive mucho peor, el mensaje del momento se potenció doblemente. “Golani seguirá presente siempre para defender a Israel y al pueblo”, dijeron oficiales, asegurándose orgullosos de los jóvenes soldados que no quisieron por nada perderse el momento.