El sentido homenaje de un turista cristiano en Yad Vashem
Lo vimos de lejos. No sabemos de dónde había llegado, ni su nombre, ni si era su primera visita a Israel en general o a Yad Vashem en particular. Estimamos que era un turista cristiano que sabía que en Israel, una de las estaciones ineludibles es el Museo Recordatorio del Holocausto Yad Vashem. No se visita Israel sin venir a Jerusalem, no se viene a Jerusalem sin ir al Muro de los Lamentos y al Santo Sepulcro…y no se deja Israel sin ver Yad Vashem. Es clave para entender parte de la actualidad israelí y ni que hablar de la historia del pueblo judío.
En ese desconocido vimos, de lejos, sin poder siquiera captar las facciones de su rostro, uno de los más sentidos homenajes que hayamos visto jamás en esta sala del recuerdo y el dolor. Apenas entró al Ohel Izkor, la sala recordatoria en la que está la llama eterna en recuerdo de los seis millones de judíos asesinados en la Shoá, el hombre se persignó.
Así como un judío no entra a la sinagoga sin cubrirse la cabeza, un cristiano creyente no entra a una iglesia sin persignarse. Y ese hombre, al que estimamos le explicaron de antemano que en esa sala se rinde homenaje solemne a las víctimas, entendió que entraba a un lugar de características casi sagradas. Y su forma de honrar el recuerdo de los asesinados, era mediante la expresión de su propia fe.
En la sala de Izkor se llevan a cabo ceremonias oficiales con visitantes oficiales que llegan a Israel. En el piso están perpetuados los nombres de 22 campos de exterminio y concentración que eran considerados los principales de acuerdo a la investigación de la Shoa realizada hasta el momento de la construcción del lugar en 1957. Debajo de cada nombre, blanco sobre fondo negro, fueron sepultadas cenizas traídas de los campos de la muerte.
Afuera, por las distintas zonas de Yad Vashem, enormes cantidades de personas visitan el lugar, leen, escuchan explicaciones y a veces meditan en silencio. Judíos y no judíos, en forma particular o en grupos, llegados de todos los confines de la tierra.
Entre los visitantes nos parece que resaltan siempre los jóvenes soldados y oficiales de Tzahal que llegan con sus unidades a conocer y estudiar.
En el edificio central, el museo propiamente dicho, cada uno se detiene según su interés.
Hay quien escucha todas las grabaciones, quien mira todos los testimonios filmados. En una de las salas veo que proyectan el testimonio de la sobreviviente Rita Weiss a la que entrevisté años atrás. Jamás olvidaré una frase que me dijo al mencionar al entonces Presidente de Irán Mahmud Ahmadinejad, que vivía desmintiendo o minimizando la Shoá. “Yo le pregunto a Ahmadinejad. Si el Holocausto no ocurrió ¿dónde está toda la familia que perdí?”.